El paseandero fantasma
del que ya hemos hablado, aunque tímidamente y con un rostro casi humano, ya
había recorrido América Latina durante el
siglo XX dejando huellas muy profundas
en algunos de los países visitados y una tentadora voluntad de imitación en
otros.
Me refiero fundamentalmente a la emergencia de las ideas populistas
expresadas por algunos carismáticos dirigentes políticos entre los que se
destaca el peruano Víctor Raúl Haya de la Torres fundador de la Alianza Popular
Revolucionaria Americana, APRA, en 1924, y a las experiencias populistas
gubernamentales que tuvieron lugar con posterioridad a la segunda guerra
mundial en Argentina, en Bolivia, en Brasil, en Costa Rica, en Ecuador, en México o
en Venezuela impulsadas por Juan Domingo Perón, por Víctor Paz Estensoro, por
Getulio Vargas, por José Figueres ,por Velazco Ibarra, por Lázaro Cárdenas, por Rómulo Betancourt respectivamente y en menor medida por Carlos Ibáñez
del Campo en Chile.
Esas ideas populistas priorizaban la libertad, el ejercicio
democrático a través de un liderazgo fuerte muy
vinculado con las masas desposeídas aglutinadas en sindicatos poderosos
o en otros movimientos, con un lenguaje nacionalista, antiimperialista y una
propuesta de desarrollo económico, industrial y agrario inclusivo, no
dependiente, junto a un Estado democrático, protector, solidario y redistributivo.
Muchos de los movimientos o partidos políticos que se
fundaron en torno a esas ideas, aunque con importantes variaciones y altibajos,
algunos bastantes golpeados por la corrupción y desfigurados por la acción de las feroces
dictaduras militares que asolaron al continente, dejaron como herencia ideas
que mantienen cierta actualidad en el escenario
político latinoamericano o partidos políticos como el APRA en Perú , el Partido
Justicialista o Peronista en Argentina, el Partido Revolucionario
Institucional en México, o el Partido Liberación Nacional en Costa Rica.
Obviamente ese populismo perteneció a un momento
histórico con un contexto socio político
específico en que se buscaba por sobretodo la participación popular como una
forma de perfeccionamiento democrático apoyando un liderazgo carismático
prometedor de bienestar general.
El fantasma tratando de vestirse con traje de neopopulismo, a
partir de los años 90 ,trajo aparejado
otros flagelos, que aunque igualmente antiguos, aparecen extremadamente
amplificados: Corrupción en la política y voluntad de perpetuarse en el poder.
La corrupción en la política, cuya mácula se ha extendido a
todo el continente y de formas diversas, incluido el narcotráfico, ha estado y está
mancillando a gobiernos y partidos entre los que se destacan México,
Colombia, Brasil, Argentina, Guatemala, Nicaragua, Paraguay, Venezuela y hasta
el beato Chile, solo por nombrar los más
conspicuos.
Desde 1990 alrededor de 40 presidentes, ex presidentes y vice
presidentes de diferentes repúblicas han estado involucrados ante la justicia
por casos de corrupción y la mayoría de ellos han sido condenados, apresados o
amnistiados. Esto, como diría Borges, sin contar parlamentarios, dirigentes de
partidos o, ex dictadores militares o miembros de las fuerzas armadas o de la
policía.
La voluntad de perpetuarse en el poder es igualmente un
fenómeno antiguo en nuestro continente. De las dictaduras ilustradas y
satrapías que se conocieron a inicios y mediados del siglo XX y que grandes novelistas
como García Márquez, Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier o Mario Vargas
Llosa inmortalizaron, pasamos a partir de finales de los años 80 a gobiernos de
emanación democrática legítima que, algunos de ellos, encandilados y sedientos
de poder iniciaron, con argumentos diversos y apelando siempre al pueblo,
maniobras jurídicas para cambiar las Constituciones y asentarse por tiempos indefinidos como
gobernantes rompiendo abruptamente las
reglas democráticas y derivando a estados intolerantes e ingobernables.
En los últimos 40 años muchos gobiernos que podríamos
catalogar de populistas a unos y a otros de revolucionarios, han intentado con resultados diversos de estirar al máximo
sus mandatos. Ello ha ocurrido en Perú con Fujimori, en Colombia con Álvaro
Uribe, en Cuba con los hermanos Castro, en Bolivia con Evo Morales, en Ecuador con Rafael Correa, en Nicaragua con Daniel Ortega o en
Venezuela con Hugo Chávez y Nicolás Maduro, este último creando además Asambleas Nacionales Constituyentes para lograr sus fines
políticos cuando las elecciones le son adversas. Incluso en Costa Rica, ejemplo
de democracia y que nada tiene de populista, el intachable Oscar Arias
interpuso ante la Sala Constitucional de su país un recurso de
inconstitucionalidad contra la Ley 4349 para obtener un segundo mandato y lo
logró. En otros casos las ansias de continuar en el poder se materializan a
través de los vínculos familiares como lo han mostrado algunos ejemplos
emblemáticos de este continente.
Más allá de la diversidad política de esos gobiernos y de sus
descargos para justificar sus autoritarismos y maniobras anti democráticas, es innegable que sus desmesurados apetitos han contribuido
enormemente a la pérdida de legitimidad y al desprestigio de la política.
Hoy en día el fantasma camaleón está nuevamente mutando y se
nos aparece cubierto por una túnica cuya
marca es la del ultra derechismo y lo fundamental de su mensaje destinado a
obtener el apoyo popular, es la mentira, el miedo, el temor y la denuncia de
culpabilidad de todos los males que aquejan al país a una élite política
corrupta e incapaz de gobernar y de cumplir sus promesas electorales.
Este discurso ha sido esgrimido y adoptado últimamente por la
derecha y la derecha extrema latinoamericana logrando no solo la desafección
ciudadana hacia la política y el abstencionismo, sino además en algunos casos, desplazar a gobiernos
progresistas con el apoyo ciudadano y en otros, a configurarse como importantes movimientos
políticos.
Tal vez lo más ilustrativo de esta situación se ha dado
últimamente en Argentina y en Brasil
países en que la acción política se está
judicializando con acusaciones justificadas o no de corrupción, cohecho, malversación y otras, además de la inmisión
de los operadores de justicia en algunos casos emblemáticos con fines político-
personales.
Argentina luego de la dictadura cruel que la azotó y de haber
experimentado, ya en democracia, el populismo neo liberal del peronista Carlos
Saúl Menen , durante la gestión de
Fernando de la Rúa, conoció una de las más violentas crisis económicas de la
historia de Latinoamérica que terminó con la caída de tres presidentes y que permitió, luego de la normalización que
llevó a cabo el Presidente Duhalde, la llegada al gobierno de Néstor Kirchner y
a su muerte, la de su esposa, totalizando entre ambos 15 años de gobierno que
lograron en parte la recuperación económica del país, sobre todo durante el
mandato de Néstor Kirchner.
Las reformas sociales impulsadas por el gobierno progresista
de Cristina Fernández le concitaron un
fuerte apoyo popular, pero debido a la nueva crisis económica, a la lucha por
el poder al interior del peronismo y a la corrupción, ese apoyo fue
insuficiente para impedir la llegada del neoliberal y derechista Mauricio
Macri.
Las políticas económicas de Macri son las mismas que emanan
del recetario del consenso de Washington y de los inútiles consejos del Fondo
Monetario Internacional. El resultado ha
sido un mayor endeudamiento, una profunda crisis económico- social, una inflación
disparada al igual que el precio del
dólar, lo que tiene a la Argentina nuevamente al borde del colapso.
Han sido inútiles los llamados al miedo y al odio empleado
por Macri, así cómo las acusaciones de corrupción contra Cristina Fernández y
la inmisión del ejecutivo en otros poderes del Estado, como el judicial, para
perjudicar a la ex presidenta o el apoyo político que el presidente Bolsonaro
de Brasil ha tratado de prestar a su homólogo argentino. Todo parece indicar
una vuelta del peronismo al país trasandino.
Brasil desde
los inicios del 2000 y particularmente desde 2003 con la accesión de Luis
Ignacio Lula Da Silva a la presidencia, ha conocido períodos de bienestar y de
desgracia.
El bienestar
se vivió con los 8 años en que Lula ejerció la Presidencia desde el 1 de enero
de 2003 al 31 de diciembre del 2010. Su mandato trajo prosperidad y un enorme desarrollo económico para al
país. Sus medidas sociales, entre las que se destacan Hambre Cero y Bolsa Familia,
permitieron salir de la pobreza a 30 millones de brasileños. Ello le valió a
Lula el reconocimiento nacional y una enorme popularidad de más de un 80% de
aprobación al término de su segundo período presidencial.
Las
complicaciones y las desgracias comenzaron durante el mandato de su sucesora
Dilma Rousseff quien debió afrontar los efectos de la crisis económica mundial
y de las investigaciones por corrupción hacia
la empresa estatal Petrobras. Rousseff no pudo terminar su segundo período
debido a esas investigaciones judiciales
cuyos resultados hicieron derrumbarse a la institucionalidad brasileña y al
poder político. El Senado brasileño la declaró culpable de maquillar cuentas
fiscales y de firmar decretos de orden económico sin el respaldo del Congreso,
destituyéndola a fines de agosto de 2016. Con anterioridad, la mayoría de su
gabinete debió renunciar por las implicaciones con Petrobras.
Su ex
vicepresidente y sucesor, Michel Temer,
líder de la conspiración político-judicial contra la presidenta, asume a partir del 31 de agosto de 2016 hasta
el 31 de diciembre de 2018, siendo también salpicado por los escándalos de la red de corrupción
Lava Jato, al igual que sus ministros. Acusado de sobornos y lavado de dinero fue
detenido y juzgado en marzo de 2019.
Hay que
recordar que el caso Petrobras se inicia
en la ciudad de Curitiba en 2013, con
investigaciones ligadas al blanqueo de divisas a través de unas casas de
cambio y luego a los mecanismos que se
utilizaban para blanquear capitales como los lavaderos de automóviles; de allí
el nombre de Lava Jato. En 2014 se
establecen las conexiones con Petrobras y las de ésta con diferentes empresas
de construcción entre las que se destaca Odebrecht y OAS, junto a las ramificaciones nacionales e
internacionales de sobornos y latrocinios a funcionarios, empresas y partidos
políticos brasileños y latinoamericanos por más de 2.500 millones de dólares.
Las
investigaciones fueron conducidas por el juez federal Sergio Moro, en estos
momentos Ministro de Justicia y de Seguridad Pública del presidente de Brasil.
Moro con sus
investigaciones conmocionó a la ciudadanía procesando y encarcelando a
centenares de dirigentes políticos. Entre ellos al más conspicuo: Lula Da Silva,
actualmente en prisión desde abril de 2018, acusado de corrupción pasiva por haber
beneficiado a la constructora OAS y haber recibido a cambio un departamento de
tres pisos en la localidad de Guarujá, puerto turístico a 90 kilómetros de Sao
Paulo. Acusación muy contestada jurídicamente al no existir elementos
probatorios concretos y sospechas hacia Moro de haber orientado e
influenciado la investigación con fines
políticos y personales en colusión con los fiscales.
Las
recientes revelaciones del sitio Web “The Interceptor” muestran la fuerte
politización de la justicia al evidenciar las manipulaciones de Moro y la
colusión entre jueces y fiscales para
condenar a Lula, cuya condena le impidió
presentarse a la elección presidencial para suceder a Temer y ante ello,
apareció la figura de Jair Bolsonaro que finalmente gana la elección
presidencial.
El mandato
de Bolsonaro se ha caracterizado hasta el momento por su autoritarismo, sus
posiciones racistas e intolerantes, su admiración por Trump y por dictadores
represivos, además de su voluntad de
aplicar profundas medidas económicas neo liberales dejando de lado los
significativos aportes sociales de los gobiernos de Lula y Rousseff. Ello le
está trayendo un rechazo importante de aquellos que lo eligieron y profundizará
en el corto plazo las fisuras existentes en la sociedad brasileña.
Visto lo
anterior vale preguntarse ¿qué está pasando en nuestro continente y en el mundo
en general? ¿Cuándo comenzó esta debacle? ¿Porqué los partidos políticos progresistas tradicionales han perdido
influencia en muchos países o han desaparecido o han sido reducidos a su más
mínima expresión, ocupando su lugar movimientos de extrema derecha que han
asumido la conducción de esos gobiernos? ¿Qué hacer para salir del pantano?
Preguntas fáciles
y respuestas complicadas que nadie por el momento está en condiciones de
entregarlas de manera objetiva y menos de entregar las recetas para superar las
crisis políticas actuales.
Solamente
para finalizar haré algunas consideraciones generales con ciertas pistas que
tal vez aporten a la búsqueda de soluciones.
En primer
lugar muchas de las dificultades señaladas aparecen fuertemente a finales de
los años ochenta e inicios de los años 90 como resultado de dos situaciones.
La primera y
de la cual ya hemos hablado son las secuelas y herencias dejadas por las dictaduras
militares y gobiernos corruptos que contribuyeron a crear una mentalidad
consumista, individualista, poco solidaria y con valores desposeídos de toda
ética.
La segunda
se relaciona con las profundas transformaciones que desencadenó la globalización.
La apertura de mercados y la riqueza que fue creada por este fenómeno no tenía
antecedentes en la historia económica, aunque la repartición de esa riqueza fue
extremadamente desigual con millones de personas en la precariedad e inseguridad.
Esa situación se acrecentó más aún con la emergencia de lo que podríamos
denominar un “derecho de la globalización” de vocación puramente económica y de
una evolución infinitamente mayor y más eficaz que la “globalización de los
derechos sociales y laborales”.
Lo anterior
se acompañaba de un conflicto ideológico relevante que se refería al significado de un desarrollo
planetario orientado solo hacia una sociedad de mercado que se caracterizaba
por un crecimiento de las desigualdades
de todo tipo y no orientado hacia la universalización del conjunto de los
derechos que permitiese a la vez el desarrollo económico y el social. El
conflicto con altos y bajos pareció resolverse por la primera de las
orientaciones lo que trajo aumento de las desigualdades, pobreza, conflictos,
crisis, dependencia e implantación de gobiernos que fueron derivando
paulatinamente al populismo autoritario o que terminaron derrotados por la
derecha o por la derecha extrema. Aquellos que se encaminaron por la vía de las
reformas para superar la desigualdad terminaron sucumbiendo sea por la
corrupción o por sus propias incapacidades político-técnicas, contribuyendo así a la deslegitimación de la
política, a la apatía ciudadana al abstencionismo y a la desintegración de los
partidos progresistas tradicionales que acomodados en el poder y a veces
mancillados por la corrupción, fueron incapaces de transmitir un mensaje a la
ciudadanía, faltos de un proyecto motivador.
Costará
superar estos complejos momentos. Sin embargo hay algunas pistas que será
necesario seguir.
La primera
es la necesidad de elaborar un proyecto político social transformador que
tienda a modificar los actuales esquemas socio- económicos, rescatando todos
los aspectos positivos actuales. Ese proyecto de futuro debe poner énfasis en
lo que le faltó a la dinámica globalizadora: lo social. Fundamentalmente la
justicia social y la lucha por terminar con la desigualdad existente.
La segunda es
la valoración y el respeto de la democracia y el rechazo a todo autoritarismo o
dictadura sea ella de derecha o de izquierda, incorporando la batalla contra la
corrupción a todos los niveles de la sociedad.
La tercera
es el rescate de los valores humanistas como
el respeto a la democracia, a los derechos humanos, a la no discriminación, a
la tolerancia, a la solidaridad y a la lucha por la paz universal. De igual
manera la preservación del medio ambiente, de los recursos naturales y los
aportes de las nuevas tecnologías deben ser abordados e incorporados para la
elaboración de un proyecto renovador y de futuro.
Cuestiones
tan elementales que hoy parecen formar parte de un proyecto revolucionario como
el derecho a la gratuidad de la educación y de la salud pública para la
población, dejando la opción de lo privado para quienes lo deseen, así como
salarios y pensiones decentes deberían ser objeto de una incorporación
transversal a todo proyecto político.
Finalmente
un proyecto de nación se construye con una poderosa fuerza social mayoritaria,
con organizaciones sindicales y de la sociedad civil potentes y con los necesarios consensos nacionales que
deben ser construidos a través de la verdad, de la probidad, de la convicción,
de la razón y del diálogo.
Tal vez así
podremos reconstruir algo de lo perdido.
Junio 2019.