martes, 1 de febrero de 2011

IMÁGENES DE CHINA


por Agustín Muñoz V.


China ocupa desde hace muchos años las primeras páginas de la prensa mundial y cotidianamente las pantallas de TV dan cuenta de su prodigioso desarrollo económico o de violaciones a los derechos humanos. Con motivo de la entrega del reciente Premio Nobel de la Paz, el 10 de Diciembre de 2010, hubo una silla vacía, pues el premiado Liu Xiaobo está en prisión y ninguna persona de su familia fue autorizada para salir del país. El crimen del galardonado fue su lucha por mayores espacios de libertad y el haber promovido y liderado la Carta 08, en que se propician reformas políticas y sociales que en cualquier país del mundo, o mejor dicho en la inmensa mayoría, son asumidas sin ningún problema por las más distintas corrientes de opinión. Esto me motiva a reflexionar acerca de este país continente, de milenaria civilización y de creciente actualidad.


No recuerdo bien en qué momento tuve mis primeros acercamientos hacia una noción o imagen de algo relacionado con China. Creo que primero fueron una serie de historias dibujadas que aparecían en una revista chilena de mediados de los años 50, en las que el protagonista era un terrible personaje llamado el Dr. Fu Manchú. Posteriormente tuve imágenes más precisas del mismo personaje en el cine de mi barrio cuando proyectaron una vieja película titulada “la máscara de Fu Manchú” y protagonizada por ese genio de la pantalla que fue Boris Karloff. Tuve también por aquel tiempo, al igual que las patotas de muchachos de mi céntrico vecindario de la calle Agustinas, acercamientos más cotidianos y concretos cuando mi madre me enviaba a comprar algunas vituallas al almacén del chino Ly. Era éste un chino de verdad: bondadoso personaje que nos obsequiaba caramelos y que provocaba nuestras hilaridades las pocas veces que se enojaba expulsándonos de su comercio con un iracundo” Fuela cablos de mielda”.


Es verdad que en esos tiempos nuestras preocupaciones eran otras y la lectura de periódicos era casi inexistente, por lo que no pudimos seguir el desarrollo de la revolución Maoísta. Las más de las veces leíamos los crímenes de la época y la clasificación moral que hacía la Iglesia católica en el conservador “Diario Ilustrado” de las películas de entonces, en que la advertencia: “Muy peligrosa, no recomendable para señoritas” orientaba de inmediato nuestro criterio de selección cinematográfico. Sin embargo, esa maravillosa revista que fue El Peneca, contribuyó a desasnarme un poco en este y en otros temas, abriéndome el camino de la China milenaria, de su exquisita civilización y de su refinamiento, a través de las aventuras de Marco Polo que publicaba semanalmente. Estando ya en el Liceo, China fue perdiendo su carácter caricatural para irse constituyendo en algo más complejo, interesante, difícil, políticamente apasionante.


A pesar de estas inconsistencias culturales, cayó en mis manos una de las novelas de las que más disfruté en aquel momento: “La Condición Humana” del magistral André Malraux. La novela está basada en la insurrección popular que se desata en Shanghái en 1927, impulsada por Chou-En-Lai y el Kuomintang, contra el Gobierno de entonces y en la fuerte represión que la sigue, luego que Chang Kai-Shek decide deshacerse de sus aliados del Partido Comunista. Esta fue la primera vez que a través de una apasionante novela entraba en relación con temas político- sociales como el colonialismo, el trabajo infantil, los salarios miserables, las luchas por la disminución de los horarios de trabajo, la huelga general, etc.


Tal vez aquella lectura motivó mi curiosidad adolescente por el personaje Mao Tse Tung que con su sonado anuncio, en 1958, del Gran Salto Adelante, prometiendo hacer de China la primera potencia industrial y militar del mundo, acaparó las páginas de la prensa de nuestro provinciano país.


Este Gran Salto produjo una de las hambrunas más colosales de la historia de la humanidad y la muerte de entre veinticinco y treinta millones de sus compatriotas, la mayoría niños. El sacrificio de la población y la dura represión impuesta durante los cuatro años que duró este experimento, forman parte de una de las etapas más crueles de la experiencia comunista China en tiempos de paz.


La China de Mao y la China taiwanesa de Chang Kai-Shek motivaban ya apasionadas discusiones entre los adolescentes que frecuentábamos el Liceo Valentín Letelier de la oscura calle Recoleta. Nuestras preferencias eran obviamente Maoistas, sin embargo, la gran purga política que desata la Revolución Cultural, con sus guardias rojos, los procesos de autocrítica, los escarnios públicos a los que eran sometidos los llamados enemigos del pueblo humillándolos con agraviantes inscripciones en bonetes puntiagudos de burro que se elevaban desde sus cabezas y la fuerte represión instaurada por la Señora Mao nos fueron dejando un gusto muy amargo y alejándonos de esta experiencia revolucionaria tan distante de nosotros.


Muchos años después, en 2004 viajamos con mi esposa durante tres semanas a China. Nuestro punto de partida fue Pekín: inmensa capital de enormes y limpias avenidas y un incesante ejército compuesto por miles de ciclistas desplazándose ordenadamente en diversas direcciones.


Impresionaba la Plaza T’ien An Men, gigantesca explanada, obra de Mao, cuyo enorme retrato situado en el frontis principal de su Mausoleo, en el centro de la Plaza y no lejos del obelisco, tiene una completa visión de conjunto, particularmente de la imperial Ciudad Prohibida, descrita de manera brillante por Simone de Beauvoir en su ensayo sobre China denominado “La larga marcha”. T’ien An Men ha sido objeto de varias manifestaciones masivas contra el poder comunista, siendo las más significativas la de 1976 que contribuyó al término de la Revolución Cultural y las de Mayo y Junio de 1989 que culminaron con la represión del 4 de Junio de ese año. La gran foto de Mao debe haber sido igualmente testigo del coraje de aquel joven chino vestido de pantalón negro y camisa blanca parado frente al cañón de un tanque e intentando detenerlo, desafiando así la célebre frase que el Gran Timonel escribe en Problemas de la guerra y de la estrategia (1938): “el poder está en la punta del cañón del fusil”.


Desde Pekín es posible visitar La Gran Muralla, imponente con sus 6.700 kilómetros de largo y sus siete metros de alto este monumento nos recuerda el paso de la historia china a través de las varios dinastías que contribuyeron a su construcción y a los más de diez millones de trabajadores muertos, en su inmensa mayoría esclavos, que erigieron este Patrimonio de la Humanidad que el paso del tiempo, la falta de mantención y hasta el fanatismo de la Revolución Cultural la han ido destruyendo. Los casi 7.000 kilómetros de esta verdadera serpiente de ladrillos, piedras y arcilla atraviesan varias provincias, muchas de ellas descritas por la literatura universal e inmortalizadas en novelas como las escritas por Pearl S. Buck, premiada con el Nobel en 1938. La Gran Muralla pretendía separar, en un afán protector y en parte con la complicidad del Desierto de Gobi, la China de las invasiones de mongoles y de otras tribus bárbaras.


Todo es grandioso en China; lo es su historia, su cultura, su población, su maravillosa cocina, sus paisajes que asombran como el impresionante río Li que entre Guilin y Yangshuo se desplaza majestuoso en medio de elevadas rocas sinuosas de colores inciertos. Es grandioso ese ejército de terracota constituido por miles de guerreros, diferentes unos de otros, que para asegurar su protección, fueron enterrados con el poderoso emperador Qin Shi Huangdi, en Xi’an, capital de la provincia de Shaanxi, punto de partida de la ruta de la seda que Marco Polo inmortalizaría en su Libro de las Maravillas, dictado desde su prisión en 1298.


Cerca de Cantón, en Yudu, provincia de Jiangxi, el ejercito comunista, huyendo de las tropas nacionalistas, inicia en Octubre de 1934 una acción también grandiosa: la Larga Marcha, que culmina un año después en Wuqi, provincia de Nigxia, con la unificación de los ejércitos rojos, la supremacía de Mao sobre los nacionalistas de Shang Kai –Shek y su consolidación política que obliga, a regañadientes, a la Unión Soviética a otorgarle su total apoyo.


Esta epopeya que completó un recorrido de 12.500 kilómetros en 370 días, significó también fuertes sacrificios, pérdidas de vidas, sufrimientos personales, abusos y ajusticiamientos que reforzaban otra de las crueles frases que Mao expuso, indignado, a los dirigentes locales del PC en la localidad de Hunan en 1927, luego que estos encarcelaran a los responsables de las terribles violencias cometidas en ese lugar:” Una revolución no es una cena de gala”.


Son también grandiosas sus ciudades como Cantón y Shanghái, esta última un verdadero New York asiático, más desarrollado, con sus rascacielos que se expanden como champiñones y un comercio que deslumbra y agobia. Ambas urbes construidas en medio de insurrecciones sangrientas, con llanto de progreso, con esfuerzo, con sacrificio, con salarios miserables, con destrucción del medio ambiente.


El desarrollo de China se refleja en su importante crecimiento económico, en su envidiable PIB, en el boom de las exportaciones, en las colosales inversiones extranjeras, en el desarrollo de la construcción, en el aumento del consumo, del desarrollo educativo y de la elevación del nivel de vida de sus habitantes; aun cuando más de cien millones de personas viven por debajo de los índices de pobreza y subsisten enormes déficits sociales, de trabajo decente y de libertades públicas. Ambos aspectos – desarrollo y económico y carencia de libertades- recoge tal vez la herencia de los 61 años de República popular que estuvieron, primero bajo la conducción de Mao hasta su muerte en 1976, marcados por la voluntad de transformación radical de las estructuras político, sociales y económicas bajo el signo de la dictadura del Estado-Partido.


Son los años de Den Xiaoping los que inician el bienestar y la prosperidad, no así las libertades públicas ni la democracia, ejemplificando de esta forma, una vez más, que no necesariamente el progreso económico es portador de democracia.


Desde 1977 hasta nuestros días el totalitarismo burocrático se ha consolidado y ha puesto el énfasis en el desarrollo económico como elemento prioritario, fomentando además el nacionalismo.


Las potencias occidentales son indiferentes a lo que ocurre en China en materias políticas. No les importa que sea una dictadura comunista. Son extremadamente cuidadosos en sus apreciaciones públicas, pues están conscientes que, por el momento, sólo el impresionante Mercado Chino puede asegurar la estabilidad y evitar una hecatombe del sistema capitalista a nivel global. Las recientes visitas de las más altas autoridades del gobierno chino a Francia y a los Estados Unidos y las muy cautelosas declaraciones oficiales de los presidentes Sarkozy y Obama, así lo confirman.


Es difícil predecir cómo evolucionará la República Popular en los próximos años, en materia de Libertades y de Derechos Humanos. Sin dudas, su población tiene aún que recorrer un enorme camino para que sus derechos fundamentales se respeten y, sin temor a ser reprimidos, puedan expresarse libremente. Tal vez algunos positivos valores de nuestra cultura occidental se incorporen paulatinamente en sus modos de vida y el humanismo democrático y los derechos sociales formen parte igualmente de su voluntad por superar ese capitalismo que tanto se maldijo y que ahora tanto se adora.
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La próxima Crónica será puesta en línea el 15 de Marzo.

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