jueves, 29 de septiembre de 2011

INDIGNEMONOS TODOS


Por Agustín Muñoz V.


Interesante país Francia. No solamente por su cultura, por su apasionante pasado, por su belleza arquitectural, por su gastronomía, por sus contribución al desarrollo de la ciencia, de las artes, de los valores democráticos, por su aporte al cambio, a la justicia social y a la defensa de los derechos humanos; a pesar de algunos repudiables episodios en su historia pasada y reciente.
La Revolución francesa, la Comuna de Paris, la lucha de la resistencia contra el nazismo y contra la ocupación alemana, el esfuerzo individual y colectivo a la redacción y aprobación de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, Mayo del 68, la elección de François Mitterrand y las ilusiones que se generan en la población, fundamentalmente en los jóvenes, son algunas muestras someras de la fuerza del compromiso que ha existido en la mayoría ciudadana de ese país con la idea de construir un mundo mejor, con equidad, justicia, tolerancia y libertad.
Hace casi un año, en diciembre de 2010, una destacada y casi olvidada figura intelectual gala, que resistió al nazismo y combatió a la ocupación alemana, Stéphane Hessel, resurgió nuevamente con un breve ensayo que despertó un enorme entusiasmo, sobre todo entre los jóvenes: Indignez Vous (Indígnese). Este opúsculo de 20 páginas, notas y postfacio del editor incluido, ha sido difundido, traducido y ampliamente comentado en el mundo entero. ¿En qué ha radicado su éxito? ¿Por qué esta publicación ha despertado tanto entusiasmo al punto de ser considerada la motivación esencial de los movimientos sociales de los últimos seis meses en las diferentes regiones del globo? Es difícil encontrar o dar una respuesta válida y no es mi intención sumarme a las muchas y doctas explicaciones que se han avanzado. Recordaré, sin embargo, que Hessel pone en exergo tres cuestiones fundamentales que han hecho reflexionar a la ciudadanía, la que normalmente es indiferente, o no se expresa, o lo hace a través de la mediación de entidades que paulatinamente han ido haciendo caso omiso de los puntos de vista de sus representados.
La primera es el llamado a indignarse individual y colectivamente, utilizando las redes y los modernos medios de comunicación existentes contra las injusticias de todo orden, pero fundamentalmente contra aquellas que atentan a la libertad, a la dignidad y a los derechos fundamentales de las personas. La segunda cuestión que evoca es la necesidad de romper con la indiferencia a la que califica como la peor de las actitudes frente a un mundo lleno de injusticias, haciendo un llamado a tener una actitud de compromiso militante para superar las múltiple inequidades existentes y que se plasman en las enormes desigualdades; en el atropello constante a los Derechos Humanos; en la discriminación por sexo, por raza, por nacionalidad; en las ausencias de libertad de expresión; en la negación del derecho al trabajo; al empleo decente y a la libre circulación de personas. El tercer problema planteado es su convocatoria a una insurrección pacifica, no violenta, aunque existan causas tan indignantes como la situación de la Palestina, tema de relevante actualidad y que Hessel lo presenta como un motivo particular de indignación personal.
Visionario y premonitor nuestro anciano militante, pues a los pocos días de haber terminado de escribir su libro comienzan las protestas y los levantamientos populares en el mundo árabe. Túnez inicia la rebelión el 17 de diciembre de 2010 y el presidente dictador Ben Ali que gobernaba desde 1987 es depuesto: se refugia en Arabia Saudita y posteriormente es juzgado por contumacia de crímenes, corrupción y crápula. El pueblo exige reformas que aseguren repartición equitable de la riqueza, empleo y salarios decentes, democracia, respeto, dignidad. La gente se comunica y convoca a través de internet, de celulares, de las redes sociales y, en un principio, protesta pacíficamente, tal como lo concibe Hessel. Nadie pudo imaginar que la autoinmolación de un diplomado vendedor de frutas tunecino, luego que su mercadería fuese confiscada por la policía, iba a desencadenar una masiva indignación e insurrección popular que terminaría con la caída del presidente dictador Ben Ali, y de su régimen.
El ejemplo de Túnez se extiende más allá de sus fronteras. En Egipto la ciudadanía depone a Hosni Moubarak e instala un gobierno de transición democrática. Libia se rebela contra el dictador Mouammar Kadhafi, otrora figura venerada del movimiento de los No Alineados y de la izquierda en general. La guerra civil estalla y Kadhafi da los últimos suspiros. La oposición al Presidente dictador de Yemen, Ali Abdallah Salah logra, al cabo de siete meses de protestas seguidas de una sanguinaria represión, que Salah presionado además por la comunidad internacional, organice, en principio, una transferencia pacífica del poder a las fuerzas opositoras. Siria se estremece por las protestas que comienzan en febrero de este año y por la represión del dictador Bachar el – Assad quien con el apoyo del Partido Bass, preside el país desde el 2000, pero cuya dinastía ocupa el poder desde 1971. La represión es feroz, los miles de muertos obligan al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a condenar la violación de los Derechos Humanos y la represión imperante. La rebelión continúa, las esperanzas crecen. Los Emiratos Árabes se despiertan. Las protestan ensordecen a Bahréin y luego de negociaciones y promesas se calman. El Rey de Arabia Saudita, bastante inquieto por lo que ocurre en la región y por el peligro del contagio, hace algunas concesiones y de importancia: el derecho a voto para las mujeres. Argelia, Israel, Jordania, Marruecos, Mauritania, conocen igualmente la voz de los que claman por la libertad y la justicia.
El presidente de la Alta Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas también se indigna una vez más y esta vez con la fuerza que da una justa causa solicita oficialmente el reconocimiento del Estado Palestino: “luego de 63 años de sufrimientos: basta, basta, basta” clama indignado desde el pódium de la ONU.
Los países europeos sacan cuentas, piensan en el petróleo, apoyan las demandas democráticas y abandonan a sus antiguos protegidos. Pero también en Grecia Italia, Inglaterra, Francia, España, los indignados se organizan. Los griegos salen por miles a las calles, ahogados por la crisis de la deuda, por las medidas de austeridad que se imponen ante la inminencia de un default, medidas que afectan siempre a los que no tienen nada o muy poco.
Los españoles protestan en todo el país. Acampan en lugares céntricos, duermen en las plazas, repudian a los partidos políticos tradicionales, fundamentalmente al PP y al PSOE, a los sindicatos. Piden más participación en la vida democrática, mayor justicia social, medidas contra lo que ellos llaman el imperialismo financiero. Al igual que árabes griegos e italianos son manifestantes jóvenes que a pesar de sus diplomas ven un futuro incierto, angustiante. El 15 de Mayo el Movimiento se estructura y se organiza. Se establecen grupos de trabajo para preparar las reivindicaciones y propuestas. Trabajan en asambleas populares abiertas. El poder político acorralado por la crisis económica, por la contestación social, muy desprestigiado, busca los medios de absorber y recuperar al movimiento. Los indignados españoles no ceden; continúan sus protestas, ganando terreno y respeto. Ahora están convocando para una masiva movilización el próximo 15 de octubre.
América Latina también reacciona. ¡Es que hay tanto de que indignarse en nuestro continente latinoamericano! Hay cuestiones que están en nuestra historia. La discriminación por sexo, por origen étnico, por ejemplo. Pregúntense ustedes cuántas personas, en sus respectivos países, de origen indígena acceden a puestos de responsabilidad en las fuerzas armadas, en el poder judicial, en el parlamento, en la banca, las finanzas, etc. Salvo muy honrosas excepciones podrán constatar que si es que existe, la representación es insignificante. En la historia de Chile, por ejemplo, no ha habido jamás ningún comandante en jefe de los cuerpos armados que haya sido de origen mapuche; como tampoco lo ha habido en el poder ejecutivo ni en el judicial. Solo en el parlamento ha habido muy contadas excepciones en los últimos 20 años. Y esto a pesar de que el porcentaje de pueblos originarios en Chile es de casi el 30% del total de la población. Con porcentajes menos importantes (los afroamericanos suman el 12% de la población) Estados Unidos ha tenido un presidente negro, un comandante en jefe del ejercito, altos oficiales, secretarios de estado, magistrados, profesores de universidad, 7 senadores, 41 diputados. Nuestros vecinos peruanos y bolivianos también nos aventajan en esta materia.
Como no indignarse del abuso histórico de los Estados Unidos en América Latina, quien no contento de haber impuesto a sangre y fuego gobiernos dictatoriales y corruptos, de haber invadido en más de treinta oportunidades territorios soberanos, de haber fomentados golpes de estado, de haber usurpado de las riquezas básicas, de haber atentado contra los derechos humanos, procedió también, imitando el mejor estilo nazi, a realizar experimentos científicos en seres humanos. Esto ocurrió en Guatemala entre los años 1946 y 1948. Médicos del Servicio de Salud Publica de los Estados Unidos, con el aval gubernamental de ambos países inocularon a 700 personas infecciones sexualmente transmisibles como la sífilis, blenorragias, y chancros diversos. Muchas de esas personas fallecieron, otras quedaron con irrecuperables secuelas. Nadie dijo nada, sólo en 2010, el presidente Obama presentó las excusas oficiales al país centroamericano.
Pero más recientemente, los latinoamericanos se está indignando de la visible desigualdad, de la pobreza, de los abusos, de la violencia, de la falta de oportunidades, de la corrupción, de la falta de transparencia.

Argentina tal vez haya sido el primer país del mundo que conoce aunque con otro nombre la emergencia de los indignados. Con la crisis de 2001 y el default que la sigue, los desposeídos salen a las calles, saquean, desestabilizan la institucionalidad y logran la caída de cinco gobiernos. Los Piqueteros y fogoneros forman parte del paisaje político de la época. La consigna “que se vayan todos” parece que se materializa. La clase política, las figuras conocidas no pueden salir a las calles, no pueden sentarse ni en cafés ni en restaurants pues son apabullados y ponen en riesgo su existencia.
La gente acepta cada día menos a los partidos políticos. La desafección hacia la política aumenta y por paradoja esto pone en riesgo a la democracia que necesita de instituciones políticas y de partidos democráticos para que haya gobernabilidad. Las mayorías ciudadanas reclaman educación pública de calidad y gratuita. Mayores niveles de seguridad. Exigen acceso a una salud universal, a empleos decentes, a viviendas dignas. Piden un mayor rol del Estado en la economía. Solicitan más participación y que sus demandas sean escuchadas y tomadas en consideración. En el fondo están pidiendo más democracia, término de las desigualdades y mejores niveles de vida.
Las protestan se amplifican. México, Brasil, Colombia ven desfilar miles de personas exigiendo justicia social. En Chile los estudiantes se movilizan exigiendo educación pública gratuita y de calidad. Piden medidas para que las enormes desigualdades en la repartición del ingreso disminuyan. El cinismo de la derecha gobernante replica poniendo en duda las desigualdades, dicen que el coeficiente de Gini está mal calculado y que esto de la desigualdad existente es invento de una izquierda trasnochada. No fue esa izquierda quien por primera vez hablara de este asunto, sino David de Ferranti vicepresidente del Banco Mundial en 2001, quien, índice de Gini en mano, denunciara a América Latina como el continente más desigual del mundo y a Chile como el país más desigual de Latinoamérica.
Los organismos internacionales han también alertado. La OIT, con Juan Somavía a la cabeza, ha tenido el liderazgo levantando su voz por una globalización más justa y porque los gobiernos pongan el énfasis más en lo productivo que en lo financiero. Ha propiciado el trabajo decente y el acceso a un sócalo de protección social universal. En ello ha logrado integrar a otras instituciones como el Banco Mundial, el FMI, el GATT, la OEA el G20 y últimamente a ONU-Mujeres
Latino barómetro ha venido desde hace bastante tiempo dando algunas pistas y mostrando las señales de la ciudadanía sobre los temas evocados. Aunque en 2010 hay una mejor percepción de la situación económica en términos individuales y colectivos, la gran mayoría de los encuestados consideran que los principales problemas que los afectan son de orden económico y de seguridad, destacando fuertemente la desigualdad y el desempleo como elemento importante. La política, los políticos, los partidos y algunas instituciones como el parlamento y el poder judicial son objeto de fuertes críticas, aunque las consideren necesarias en una democracia. Esto es refrendado por otras encuestas de opinión a nivel de cada país.
El malestar es muy grande y las protestas cunden. La democracia entra en crisis y la desconfianza del pueblo hacia sus dirigentes se amplifica. El fuerte movimiento ciudadano necesita de respuestas y de acciones convincentes. De no ser así, los peligros son diversos. El soberano puede reaccionar de manera irreflexiva como lo ha hecho en Venezuela o como lo está haciendo ahora en Guatemala, legitimando con el voto el autoritarismo, la demagogia, el populismo que promete el traspaso de riquezas; gobernar con consultas populares directas y periódicas para evitar la corrupción y la inacción de instituciones como el parlamento; el llamado a la cohesión interna y a la identidad nacional con todos los peligros que ello implica, entre otros la xenofobia. Esto entusiasma, pero en ningún caso no es la solución.
El camino es perfeccionar la democracia, reinventarla, reconstruirla, hacerla más participativa, interactiva, transparente. Esto significa evaluación y control permanente de los gobernantes quienes deben rendir periódicas cuentas a la ciudadanía. Democracia es, sobre todo, la búsqueda y la construcción colectiva de un ideal común, de una sociedad más igualitaria, más justa, con bienestar para todos.
Ojalá la indignación continúe durante el tiempo que sea necesario hasta que logremos tomar conciencia del enorme desafío que tenemos para reinventar la democracia y poder así dar satisfacción a los millones de indignados que, afortunadamente, aun no han dicho su última palabra.