miércoles, 20 de junio de 2012

PISTOLEROS DEL FAR WEST

                                                                                                                       Agustín MUNOZ V.



No menos de 35 metros separaban a los dos hombres que con gestos casi simultáneos, abrían y cerraban mecánicamente sus puños, en un incierto afán de precalentamiento ante el inminente duelo o como reacción al helado amanecer de esas desiertas tierras de Arizona. Poco o nada los diferenciaba. Ni el obscuro color de sus ropas cubiertas por un guardapolvo que en algún momento fue blanco; ni el sombrero de alas anchas; ni las usadas botas con espuelones de metal; ni la mirada felina de sus asoleados rostros. La única diferencia era la manera de portar las armas. Uno, lucía una negra y lustrosa cartuchera que pendía de su cadera derecha y que terminaba a la altura de la rodilla, atada a su pierna con un delgado cuero. Al interior de la funda relucía un colt calibre 45 LC Peacemaker de 12 pulgadas. Su contendor, portaba un colt Navy calibre 36, de cañón largo, enfundado en una sobaquera que salía del hombro derecho y que se cruzaba entre el pecho y la cintura, lo que facilitaba su rápida manipulación para una persona zurda; la gastada empuñadura mostraba alrededor de 6 finas marcas, trofeos esculpidos de vencidos adversarios. De frente, se miraron y se escrutaron durante unos minutos. La tensión era intensa y a pesar del frio, gruesas gotas de sudor perlaban ambas frentes. Sin mediar palabra en un simultáneo accionar ambos desenfundaron y el eco de las vecinas montañas reprodujo un solo y estruendoso ruido. Al cabo de algunos larguísimos segundos el pistolero diestro, se desplomó con su arma aun humeante de negra pólvora y con un orificio entre ambas cejas.
El largo párrafo anterior podría corresponder a una de las miles de novelas publicadas referentes al lejano oeste norteamericano. Marcial Lafuente Estefanía, pródigo escritor español especializado en este tipo de género describió casi con las mismas palabras infinitos duelos entre matones en busca de fama, tahúres, cazadores de recompensas, sheriffs, federales o simplemente borrachos pendencieros que pululaban en los míticos saloons de batientes puertas y de largos mesones de caoba de algunos de los nacientes pueblos. Estefanía quien peleó por la República española, adquiriendo como oficial artillero el habito de la precisión, se convirtió en escritor, describiendo de manera minuciosa los ambientes y lugares del lejano oeste que él mismo recorrió y recreó en sus novelas con la ayuda de un viejo mapa y de una guía telefónica para bautizar los personajes y sus historias que entretuvieron a generaciones de españoles, latinoamericanos y gringos de estirpes diversas. Sus relatos de un promedio de 100 páginas fueron casi todos publicados por la Editorial Bruguera, que también editaba las exitosas novelas románticas de Corín Tellado. El Mito del Far West cautivó a generaciones de adolescentes que se apasionaron con las proezas de estos nuevos caballeros andantes del siglo XIX que recorrían las despobladas tierras conquistadas a los aborígenes, no con lanza en ristre sino con el mítico colt a la cintura y fuertes deseos de aventura. La estructura entre las novelas del oeste y las de caballerías era casi la misma. En este último caso el caballero andante recorría los bosques europeos o las áridas tierras del oriente medio de regreso de alguna Cruzada tratando de reparar entuertos, de proteger a algún desvalido o simplemente en busca de aventuras que le dieran fama, riqueza y gloria. Los descarriados caballeros que representaban el vicio y la maldad eran enfrentados valerosamente por aquellos cuyo único interés era la virtud y la sola recompensa, además de la bendición divina, era por lo general una bella dama poseedora de bienes materiales que le permitirían a su liberador una vida sin privaciones.
Los pistoleros objeto de narraciones y películas aparecen poco antes de mediados del siglo XIX, aunque son mas rústicos y menos cultivados y elegantes que los Tirante el Blanco o los Amadîs de Gaula. Sus recompensas son también menos gloriosas: un puñado de dólares por la captura de algún forajido buscado por la justicia, fama efímera de ser reconocidos como rápidos o certeros tiradores, matrimonio con la hija de algún opulento ranchero y las más de las veces con alguna ramera de saloon o con una bella regenta de prostíbulo y, para los más probos, la propuesta de alguna plaza de sheriff.
¿De dónde emergieron estos pistoleros que se ilustraron en el lejano oeste? Al parecer lo más probable es que la fusión de tres situaciones esté en sus orígenes: la expansión de la frontera de los Estados Unidos hacia la costa del Pacifico, la prolongada migración de colonizadores o de personas en busca de riquezas y la guerra de secesión.
La expansión de la frontera y la prolongada colonización necesita de una importante mano de obra para la construcción del ferrocarril, de caminos, de obras públicas, de viviendas etc. desarrollando al mismo tiempo las comunicaciones, el comercio, la agricultura, la ganadería y la industria en los territorios que les son conquistados a los aborígenes de diversas etnias quienes, junto con ser expoliados de sus tierras, son o exterminados o confinados en inhóspitas reservas. La culminación de esta expansión es la unificación del territorio a través del ferrocarril que va reemplazando paulatinamente a las diligencias y a las famosas carretas de toldo blanco en que se movilizaban los colonos.
Dos importantes compañías apoyadas por el gobierno, tienen el monopolio de la construcción de las líneas férreas: La Union Pacific para el tramo Este - Oeste (partiendo de Omaha) y la Central Pacific de Oeste a Este, partiendo desde Sacramento. Ambas debían confluir en Utah. Esta carrera por la construcción del ferrocarril se inicia en 1862 y culmina en 1869. Los difíciles siete años que dura esta magna empresa comportan una feroz competencia entre ambas sociedades y significan una utilización intensiva de la mano de obra disponible como soldados o ex combatientes de la guerra civil, esclavos negros recientemente liberados, indios de reservas aledañas, granjeros empobrecidos y un número importante de inmigrantes chinos y latinoamericanos.
El ferrocarril favorece el desarrollo de la industria del carbón, del acero, de la madera y la emergencia de oficios y actividades diversas. Los conflictos laborales son frecuentes debido a las pésimas condiciones de trabajo, a las largas jornadas, a salarios discriminatorios y a la inseguridad. Las huelgas, que la historia ha silenciado, son reprimidas duramente con la ayuda de pistoleros especialmente contratados para velar por la seguridad de las faenas y a veces con el asesinato de los líderes. La gran huelga de los trabajadores del ferrocarril en 1867, (el mismo año en que se publica el tomo I del Capital de Marx) permitirá reglamentar las condiciones de trabajo y un incremento salarial menos discriminatorio a los chinos, a trabajadores negros y a inmigrantes diversos. Las expropiaciones de terrenos dieron origen a múltiples conflictos pues con el aval del gobierno, las propiedades se obtenían gratuitamente o a precios viles para asegurar el paso de las vías férreas y, una vez asegurada la construcción, se ponían en venta por el doble o el triple de lo adquirido. Alrededor de la vía férrea nacen algunas ciudades que perdurarán como Alburquerque, Dodge City y Fresno; pero por lo general eran poblados transitorios que se vacían una vez el trazado avanzaba, convirtiéndose en villorrios fantasmas, algunos de los cuales se conservan hasta nuestros días para regocijo de turistas.
La fiebre del oro atrae a importantes contingentes de aventureros de diversas nacionalidades en la que abundan latinoamericanos como chilenos, mexicanos y peruanos; convoca igualmente a prospectores de oro en pequeña escala, llamados también gambusinos, quienes en busca de riqueza contribuyen al desarrollo de la minería, del comercio y a poblar lejanos territorios.
El respeto de la legalidad es incierto. Los colonizadores, emprendedores y agentes de gobierno, en el marco de la teoría del Destino Manifiesto, imponen los valores de la supremacía norteamericana a sangre y fuego. La utilización de armas es una necesidad cuotidiana para combatir a los indígenas y defenderse de los delincuentes que actúan impunemente.
La aplicación de la ley la ejercen, por lo general de manera rápida, los propios ciudadanos al margen de cualquier consideración jurídica y de las múltiples injusticias derivadas de juzgamientos expeditivos. El abigeato y el asesinato son objeto de pena capital muchas veces in situ. La robusta rama de un árbol, un caballo, una carreta y un lazo de vaquero son los improvisados cadalsos en que se ejerce la rápida justicia. La defensa propia o legítima defensa es un argumento que evita la pena capital o la larga prisión, de allí que en todos los duelos o enfrentamientos es muy importante disponer de testigos para dejar sentado quien sacó primero el arma. La instalación permanente de jueces y abogados en los pueblos y ciudades que se forman es un proceso que durara muchos años. En el intertanto el sheriff, elegido por voto popular, y pagado por la comunidad, por un período normalmente de dos años, representa y ejerce la justicia con el apoyo de los Marshals, encargados de ejecutar las órdenes de las cortes federales. Los cazadores de recompensa, en general pistoleros avezados, son, de cierta manera, auxiliares de justicia pues ayudan a capturar a peligrosos delincuentes, aunque muchas veces ellos mismos caen en la ilegalidad.
La guerra de secesión, que se extendió entre 1861 y 1865, es el corolario de la oposición entre dos sistemas políticos, dos culturas y sobre todo dos modos de producción diferentes: el liberal e industrial nordista y el agrícola sudista, en fuerte disputa por la mano de obra esclava – denominada cínicamente “la cuestión particular” - en poder de los aristócratas algodoneros rurales del sur y muy necesaria al fuerte desarrollo industrial del norte.
Este sangriento conflicto que culmina con la victoria aplastante de las fuerzas nordistas marca el salto definitivo de los Estados Unidos hacia la modernidad y hacia el libre mercado, sin el estigma de la esclavitud. Algunos soldados, de ambos bandos, desmovilizados de la guerra civil, sin trabajo, sin oficios y sin perspectivas, contribuirán al desarrollo de la delincuencia al actuar en bandas organizadas para saquear bancos, asaltar diligencias, desvalijar ferrocarriles y fincas ganaderas, aprovechando su experiencia en el manejo de las armas. A pesar de que estas acciones fueron producto de minorías, la opinión y los intereses políticos del momento, las atribuyeron a ex soldados sudistas y hasta nuestros días el cine y la novela los grafican como asaltantes, provocadores, tahúres y asesinos vestidos con uniformes de la Confederación, con ciertas magistrales excepciones como en el laureado drama “Lo que el viento se llevó”, dirigida por cinco directores diferentes: Reeves Eason, Sam Wood, William Cameron Menzies, George Cukor y Víctor Fleming e interpretada por los inolvidables Clark Gable y Vivien Leigh.
¿Cuánto de verdad y de mito hay en el tratamiento que la historia ha dado a los pistoleros del far west? Sin lugar a dudas el mito supera con creces a la realidad, aunque ese mito se base en historias reales como la del romántico bandido chileno o mexicano – no se sabe a ciencia cierta su nacionalidad, Joaquín Murieta a quien el gran Pablo Neruda inmortalizó en su magistral texto dramático “Fulgor y muerte de Joaquín Murieta” o el joven asaltante Billy the Kid, muerto a balazos por su amigo el sheriff Patt Garret y que el otro genio de la literatura universal Jorge Luis Borges lo incluye en su incompleta “Historia Universal de la Infamia”, incompleta pues no alcanzó a incluir a criminales como Pinochet, Trujillo, Videla o Massera. Al decir de Borges, el racista Bill Harrigan más conocido como Billy the Kid, mató a 21 personas, “sin contar mexicanos”.
Jesse James, asaltante que distribuía una parte de sus latrocinios entre los granjeros pobres, los hermanos Dalton, Butch Cassidi, John Wesley Hardin y el gran Doc Holliday forman igualmente parte del panteón de la leyenda de los pistoleros del oeste.
Butch Cassidi, cuyo nombre real fue Robert Le Roy Parker, asaltó trenes, bancos y ranchos para partir luego a la Patagonia, seguido por los detectives de la agencia Pinkerton, donde se estableció como ganadero y reincidió como asaltante. Se cree que murió en San Vicente, Bolivia, alrededor de 1908, otros dicen que apaciblemente en su residencia de los Estados Unidos.
John Wesley Hardin hijo de un pastor protestante, se destacó por su rapidez y destreza con el revólver que le sirvió para liquidar a más de cuarenta personas en pleitos diversos, fundamentalmente por juegos de azar. Pasó 17 años en prisión donde pudo titularse de abogado y luego de salir en libertad trató de ejercer su profesión sin resultados por lo que volvió a las cartas y a los dados, siendo abatido por la espalda por un policía celoso.
El temperamental Doc. Holliday, dentista, jugador, pendenciero, bebedor empedernido y aquejado de tuberculosis jugó en la mayoría de los saloons del oeste junto a su amigo el también mítico Wyatt Earp. A pesar de ser muy rápido en desenfundar, era un pésimo tirador debido a algún problema visual o al temblor de sus manos producto del alcohol, por lo que la escopeta o el moderno rifle Winchester eran igualmente sus armas preferidas; sin embargo, se batió victoriosamente a duelo en múltiples ocasiones apostándose a no más de cinco metros de su rival, aprovechando la ventaja que le daba la rapidez que tenía para desenfundar el colt. Se ilustró junto a Earp y sus hermanos en el tiroteo del OK Corral en Tombstone dando muerte a la banda de los Clanton. Murió de tuberculosis a los 36 años.
También hubo mujeres que forman parte de la leyenda, aunque no son muchas. Las escazas mujeres que participaron en la conquista del oeste cumplen esencialmente una función reproductora, de amas de casa, de granjeras o de prostitutas y en otros casos son relegadas a las profesiones de enfermeras, periodistas o maestras de escuela. A pesar de ello la historia retiene innumerables episodios de coraje en la lucha contra los amerindios o contra los bandidos y en defensa de su propiedad.
La ficción supera a la realidad en cuanto a las mujeres pistoleras. El cine y las novelas muestran ejemplos múltiples de diestras y rápidas tiradoras que son por lo general fruto de la imaginación. Sin embargo, algunas de ellas han quedado como referentes: Calamity Janes, Belle Starr, Annie Oakley y Ellen Liddy Watson, esta última diestrísima con el colt, el lazo y el caballo, acusada de cuatrera fue linchada por instrucciones de una asociación de ganaderos.
Juanita Calamidad, cuyo nombre real fue Martha Jane Canary-Burke se destacó como experta en el manejo de las armas de fuego, hábil exploradora profesional y de un coraje sin límites. Trabajó para el ejército y para el ferrocarril, ejerció ocasionalmente la prostitución para solventar imperantes necesidades y combatió a bandidos y amerindios. Trabó importante amistad con el famoso pistolero, jugador y Marshall Wild Bill Hickok y trabajó como actriz en el espectáculo de Buffalo Bill. Murió a los 51 años y fue enterrada en una tumba aledaña a la de Hickok.
Myra Belle Shirley pasó a la posteridad como Belle Starr. Fue una mujer educada, refinada y culta, extremadamente hábil en el manejo de las armas y excelente equitadora. Las secuelas de la guerra civil y sus sureñas y no recomendables amistades la llevaron por el camino del bandidismo; Se enamoró y se casó con rufianes a quienes siguió y protegió. Actuó con ellos en asaltos y cuatrerismo, estuvo encarcelada y se enfrentó a tiros en incontables ocasiones. Era temida en enfrentamientos leales, tal vez por ello fue asesinada por la espalda.
Annie Oakley fue una de las tiradoras mas rápidas y certeras del oeste indómito, a pesar de que nunca asesinó ni se enfrentó en duelo con nadie. Se distinguió como cazadora y su puntería excepcional recorrió el país. Montó un espectáculo junto a su marido, Frank Buttler otro tirador magistral aunque inferior a ella. Annie disparaba dando en el blanco a una moneda lanzada al aire y desde treinta metros hacía orificios en cartas de naipes o en copas apostadas sobre la cabeza de voluntarios. Ella y su esposo formaron parte del show de Buffalo Bill.
Los registros de la alcaldía de Montana muestran múltiples quejas de vecinos y propietarios de saloons contra dos mujeres pistoleras de baja estatura y de genio y de revolver rápido, muy temidas pues actuaban simultáneamente a dúo haciendo estragos entre tahúres y matones. Una de ellas era apodada Sister, pues aparentemente era hermana de dos importantes políticos de la región y tal vez por ello, los archivos de policía del condado no registran el paso de estas atrevidas cow-girls.
El cine, las novelas y las revistas han sido los medios que han distorsionado la realidad de los hechos, presentando una imagen legendaria de muchos de estos personajes, machistas por excelencia y en general ligados a la delincuencia y al vicio, con excepción de los que imponen o representan la ley y de vengadores o reparadores de faltas a los que mitifican de manera diferente.
En el cine, destacan como directores, con el perdón de muchos grandes que no citamos, en primer lugar el legendario Tom Mix quien además fue actor y antes de su muerte en 1940 produjo y actuó en aproximadamente 400 films. Hubo otros de importancia: Robert Aldrich con Veracruz; John Ford en La diligencia o en El hombre que mató a Liberty Valence, interpretada por John Wayne quien se luce igualmente en la mayoría de otras películas del género como Río Rojo de Howard Hawks; A la hora señalada o High Noon dirigida por Fred Zinnemann e interpretada por Gary Cooper quien obtiene el Oscar por su interpretación; Anthony Mann se inspira de Shakespeare en El hombre de Laramie en que brilla James Stewart; Sergio Leone revoluciona el western y lo enriquece con la música magistral de Ennio Morricone.
Las interpretaciones de Clin Eastwood, Lee Van Cleef, Eli Wallach, Henry Fonda y Charles Bronson han dado realce a sus películas. Leone ha deleitado a millones de espectadores con algunas cintas inolvidables como: Erase una vez la revolución; Por un puñado de dólares; El bueno, el malo y el feo o Erase una vez el Oeste.
Contribuyeron igualmente al mito de los pistoleros los programas de radio, la televisión y las tiras cómicas en las que se destaca sin lugar a dudas el Llanero solitario que cabalga con antifaz en su caballo Plata o el aburrido Roy Rogers que montado en su caballo Trigger, dos pistolas nacaradas al cinto y con una guitarra en la mano adormeció a los adolescentes ansiosos de acción. Fue, Rogers, competidor triunfante del entonces popular y también muy aburrido Gene Autry. Ambos fallecieron riquísimos el mismo año. Estos dos personajes de ficción y realidad llevan los nombres de sus creadores.
El desarrollo científico, las nuevas tecnologías, el colosal intercambio comercial mundial, los diferentes sistemas políticos, las multinacionales, la banca internacional, la mafia, el terrorismo, los narcotraficantes, políticos corruptos, dictadores y otros agentes han traído nuevas preocupaciones y desafíos, pero no han podido sepultar el mito de los pistoleros del oeste, tal vez porque con otro nombre y otras apariencias, las generaciones actuales se enfrentan como justicieras a los nuevos cuatreros de la modernidad y, aunque aun impotentes, estas generaciones hacen esfuerzos por imponer mayor equidad, igualdad y solidaridad en un contemporáneo far west.

sábado, 12 de mayo de 2012

PREDICADORES

                                                                                                                                      

Agustín Muñoz V.



La Avenida Central de San José hormiguea de gente despreocupada, ligeramente vestida de colores vivos que observa con una mezcla de curiosidad, interés y desconfianza a los cientos de comerciantes ambulantes y de lotería que vocean sus mercancías, a pasos del solemne Teatro Nacional de Costa Rica. Ni los vozarrones de los vendedores informales, ni el estrepitoso sonido de la música de las tiendas establecidas, que tratan así de imponerse y de atraer la atención de los dominicales transeúntes, logran opacar la fenomenal voz amplificada por un micrófono de un individuo de proporciones gigantescas que con un dedo enorme como salchicha estrasburguesa apunta amenazante hacia una atemorizada y al mismo tiempo embrujada multitud que se inquieta ante las terribles palabras del personaje. Las mujeres, jóvenes en su mayoría, tratan de esconder inútilmente los desnudos muslos apenas cubiertos por los minúsculos pantaloncitos cortos, preocupadas por los moralistas propósitos del predicador. Su mensaje envuelto en un lenguaje prosopopéyico, vaticina castigos terribles a quienes se consagren a los placeres carnales y a otros gozos materiales y propone de inmediato la salvación del alma en la medida que los pecadores reencuentren al Creador a través de la Iglesia que él representa. Su prédica se acompaña de una música armoniosa, suave, en la que las guitarras y la trompeta se manifiestan discretamente hasta el momento en que invita al numeroso público a formar parte de la secta. En ese instante los prudentes ritmos son reemplazados por una música más pegajosa y cuya letra repite versículos de la biblia con loas a un todopoderoso que, más que un efecto místico, lleva a las parejas asistentes a contornearse e iniciar los clásicos pasos de la salsa aprendidos sin dudas en la popular academia de baile “Merecumbé”.
El mismo espectáculo, aunque con modalidades menos atractivas, se puede apreciar en otras latitudes. En Santiago de Chile por ejemplo, a solo algunos pocos metros de la Catedral metropolitana, en el corazón del casco antiguo de la capital, los predicadores se disputan a un público curioso y numeroso. Hay menos coherencia en los propósitos y el lenguaje de estos criollos predicadores se asemeja más a los de callejeros charlatanes que, ofidio en mano, publicitaban sus inútiles productos en los dominicales paseos de la Quinta Normal del oeste de Santiago. Los gestos son los mismos, amenazantes, al igual que el verbo premonitorio, ejemplos extremos y, al final, la puerta de escape: la salvación que se encuentra en la redención. La sola diferencia es que no hay música, nadie baila, hay solo palabras temerarias, ausentes de toda bondad.
Los barrios populares de Latinoamérica han conocido igualmente una prédica callejera más seria: la de los evangélicos. Es aun bastante frecuente encontrarlos en el limeño Zárate predicando biblia en mano y escuchar sus loas acompañadas de guitarras en medio de la indiferencia vecinal y de amenazantes ladridos de canes vagabundos.
El Ejército de Salvación compite con ventajas en Ciudad de Guatemala o en San Salvador. Sus uniformes, su disciplina casi militar y sus variados instrumentos musicales atraen curiosos y hasta turistas ansiosos de autenticidad.
¡Cuántos predicadores ha conocido la humanidad! Ha habido algunos célebres en la Iglesia católica, como los apóstoles y el propio Jesús. San Agustín; San Antonio de Padua; San Vicente de Paul; San Francisco de Asís, tal vez el primer gran ecologista de la humanidad - que por inadvertencia o pudor ninguna gran asociación o partido Verde ha querido adoptar su nombre- y otras figuras eminentes que junto a los protestantes Martin Lutero, Pierre du Bosc, sin olvidar a Calvino, son las columnas que sustentan el Panteón de la prédica histórica.
Los norteamericanos han sido verdaderos maestros. Cómo no recordar Elmer Gantry, esa maravillosa película de Richard Brooks basada en la novela de Sinclair Lewis e interpretada magistralmente por Burt Lancaster, lo que le valió el Oscar, y Jean Simmons en el rol de la hermana Sharon Falconer, mujer predicadora en los medios agrícolas tradicionales de los Estados Unidos de finales de los años 20. Este film, de los años 60, es una muestra muy impactante de lo que ha sido la prédica religiosa en los Estados Unidos, fuertemente influida por el movimiento Great Awakening cuyos itinerantes pastores, que realizaban el Circuit Riders, en algunas zonas geográficas específicas, preconizaban la salvación por medio de la fe, de la conversión y de una vida nueva, con lectura de la biblia, rezos y rectitud, en busca de la perfección. Entre estos pioneros destacaron John Wesley, Jonathan Edwards, Francis Asbury y el británico George Whitefield.
La evolución tecnológica y fundamentalmente la televisión e internet pondrá a otras figuras en la escena de la prédica. Emergen los tele y los ciber predicadores, la mayoría de ellos muy conservadores y puritanos como Pat Roberson y Billy Grahan de importante influencia en los medios políticos y hasta en varios gobernantes de Estados Unidos entre los que se contaba Richard Nixon. Otros que igualmente colectan millones de dólares entre sus numerosos seguidores, mantienen un tren de vida ostentoso y una moral disipada, diametralmente opuesta a lo que propician.
Jimmy Swaggart, pionero del tele evangelismo fue acusado de mantener relaciones con prostitutas. Benny Hinn tele evangelista conocido por sus “cruzadas de milagros”, se ilustró igualmente por sus equivocas predicciones al vaticinar la muerte de Fidel Castro en 1995 y la inminente destrucción de la comunidad homosexual, la misma a la que hace algunos días el presidente Obama le ha prometido la promulgación de una ley que permita el matrimonio entre personas del mismo sexo y de la adopción.
Famoso predicador homofobo ha sido el pastor Jerry Fallwell que ha condenado al mundo gay en base a curiosas interpretaciones de la Biblia, agregando, además, que los atentados del 11 de septiembre de 2001 correspondieron a una furia divina por el incremento de los derechos de los homosexuales en Norteamérica.
La prevaricación y la homosexualidad tantas veces combatidas por los nuevos evangelistas han igualmente, en algunos casos, formado parte de sus hábitos. Robert Tilton, hipocondríaco predicador, preconizaba la fortuna de los pentecostales y cobraba importantes sumas por orar en favor de sus fieles aquejados de alguna enfermedad. Fue enjuiciado por estafa en varias oportunidades.
Paul Crouch es un tele evangelista, propietario de la cadena de televisión religiosa más importante de los Estados Unidos y tal vez del mundo. A través de ella ha divulgado la teología de la prosperidad material de los creyentes, partiendo por él mismo, con un salario de más de 1 millón de dólares anuales, además de otros beneficios e inversiones personales fabulosas. Luego de una profunda investigación realizada por Los Ángeles Times, fue enjuiciado por prevaricación y acusado haber mantenido relaciones homosexuales con su pedófilo chofer y con empleados de su empresa.
El estadounidense de origen argentino Luis Palau convirtió al cristianismo evangélico en herramienta ideológica contra el marxismo- leninismo y a través de la televisión realizó importantes cruzadas políticas. Fue un invitado frecuente, y de marca, de varios presidentes norteamericanos entre los que se cuenta G.W Busch y mantuvo estrechas relaciones con siniestros dictadores centro y sur americanos.
La prensa da cuenta de la evolución y del comportamiento de muchos predicadores sean evangélicos o católicos. Predicen catástrofes y soluciones que ahora no están solamente en la fe, en la rectitud y en una conducta decente, sino también en una conversión política conservadora e intolerante. Los chilenos deben recordar al cura Hasbún que destilaba odio y amenazaba entre 1971 y 1973, a través de su programa televisivo, a izquierdistas y partidarios de la Unidad Popular.
La prédica se ha visto igualmente enriquecida con el power point, aunque a veces ello trae sorpresas poco gratas como lo que le ocurrió, en abril del presente año, al sacerdote irlandés Martin McVeigh quien al momento de ilustrar su charla acerca de la confirmación de los niños, proyectó, por equivocación, en la pantalla, ante una estupefacta audiencia, una selección de fotografías pornográficas de homosexuales masculinos en diferentes posiciones.
Muchos políticos actuales pueden ser asimilados a esos predicadores del miedo y de la odiosidad. El populismo irresponsablemente hace gala del temor, utilizando el mismo lenguaje grandilocuente, la misma estructura del discurso y el mismo colofón.
Recientemente la campaña presidencial francesa revivió la imagen de un gran predicador de la intolerancia y del odio: Jean Marie Le Pen y Marine, su hija candidata a presidente del país de los derechos del hombre y del ciudadano. A través de toda Francia, en medio de una crisis económica de proporciones revivieron la Brechtiana Bestia Inmunda entre los que han sufrido más los efectos de la crisis; predijeron calamidades mayores, culparon de todos los males a los extranjeros y propusieron la salvación a través de una redención política de apoyo a su Partido y a la candidata xenófoba, aplicada hija de un padre torturador en la guerra de Argelia. El diario Le Monde daba cuenta, recientemente, del fallecimiento de Mohamed Moulay quien, cuando tenía 12 años, presenció junto a toda su familia, cómo Le Pen, teniente en la época, torturaba salvajemente a su padre el que más tarde murió. Hubo un detalle: Jean Marie Le Pen olvidó, en el departamento de los Moulay, un puñal fabricado en 1936 para las juventudes hitlerianas con sus iniciales grabadas y el regimiento de paracaidistas al que Le Pen pertenecía, arma que el joven Moulay escondió durante años y que ulteriormente sirvió como prueba condenatoria en un proceso que el propio torturador intentó contra Le Monde.
A pesar de la prédica odiosa, cuyos contenidos retomó Sarkozy, lo que le valió su ulterior derrota y del 18% de los votos obtenidos por los partidarios del nacionalismo y de la xenofobia en la primera vuelta de la elección, la razón se impuso y el mensaje tolerante y lúcido del candidato socialista François Hollande logró la mayoritaria adhesión ciudadana en el país de la libertad, de la igualdad, de la fraternidad y de la solidaridad.

miércoles, 21 de marzo de 2012

PROSTITUTAS Y POLÍTICA




                                                                                                                                 por Agustín Muñoz V.



El prematuro verano mediterráneo mezclado con la fresca brisa que apenas traspasaba las montañas y que traían el perfumado aroma de Grasse, motivaban a una larga y despreocupada caminata por el concurrido Paseo de los Ingleses en Niza. Abriéndonos paso y a veces zigzagueando entre elegantes parejas de acomodados ancianos, de espectaculares francesas que cubrían sus nalgas solo con algo parecido a una minúscula cinta de regalo, de jóvenes risueños y veloces en sus estilizados patines y de africanos y árabes resueltos a vender sus inútiles mercancías, nos dirigíamos casi por intuición a la terraza de un atestado Negresco que a cada momento parecía más difícil de alcanzar, dificultad acrecentada por un pequeño grupo de personas que entorpecía más aún el desplazamiento. Intentamos en vano atravesar la calle, inhibidos más por las miradas y bocinas reprobadoras que por temor a los vehículos y continuamos en lenta marcha hasta el gentío que iba en aumento. Casi rodeada por una veintena de curiosos se levantaba de uno de los asientos que miran hacia el mar, altiva y con una dignidad ejemplar, una mujer de probables ochenta años, alta, delgada, elegante y con un rostro adusto, lleno de determinación y que a pesar de un no disimulado rictus de desagrado, tenía aún las huellas de una belleza que se fue. Muchos la fotografiaban, otros comentaban en murmullos y la miraban con una mezcla de admiración y sorpresa. Pensamos que era una famosa actriz de cine, tal vez una millonaria americana o alguna política europea desconocida para nosotros. Pregunto a un joven que parecía paparazzi o periodista a juzgar por las miles de fotos que tomaba desde diversas posiciones. Nos contestó al cabo de un silencio interminable, molesto por haber interrumpido su tarea: “Es Madame Claude” y corrió para alcanzarla. Sin ningún temor ni inhibición Madame Claude se perdió entre los vehículos, dejando la visión de una silueta vestida de negro que se hacía cada vez más difusa como en esos sueños inconclusos.

El mozo del bar del Negresco, que en más de una ocasión frecuentó Saint-John Perse, uno de los mejores poetas franceses de todos los tiempos, satisfizo nuestra curiosidad y nos habló del personaje que ha sido objeto de varias biografías, libros, artículos, crónicas y hasta de una exitosa película. Madame Claude fue una proxeneta de renombre en los años 60 que revolucionó a nivel internacional el mundo de la prostitución de lujo. Hija de una familia provinciana pobre de la Francia profunda, educada en los más estrictos cánones de la religión católica, emigra a Paris donde ejerce diversos oficios, incluido el de ramera. Fue una activa resistente durante la ocupación alemana e internada en un campo de concentración. Posteriormente se relaciona con personajes de la política y de la mafia hasta que le compra a una amiga una red de prostitución que en muy poco tiempo la transforma en uno de los negocios más rentables y prósperos gracias a la tecnología y a su toque personal. Todo se pasa a través del teléfono. Las citas, las peticiones extravagantes, las direcciones, el tipo de mujeres, los gustos especiales del cliente y por cierto la tarifa. Es el nacimiento de las call girls. Las chicas son estrictamente seleccionadas por su belleza, por su inteligencia y por su comportamiento en la cama. Para los dos primeros aspectos es Madame Claude, cuyo nombre real es Fernande Grudet, quien toma las decisiones. Para el tercer tópico es un conocido y envidiado escritor y cineasta de la época quien realiza los necesarios test. Una vez seleccionada entre cientos de postulantes, el noviciado se inicia con un proceso de culturización y de urbanidad en que las lecturas de algunos clásicos son obligatorias, así como visitas a museos, obras de teatro y aprendizaje de idiomas. La vestimenta, el cuidado del cuerpo y las joyas que deben combinar, forman parte de las lecciones que imparte la propia Madame. Todos los deseos de los clientes deben ser satisfechos, aun los más curiosos e insólitos. La discreción y la prudencia forman parte de las reglas de este selecto ejército de call girls de gran lujo y refinamiento. Son muchas las personalidades del mundo de la finanza, de la política, del deporte, de la cultura etc. que formaban parte de su clientela exclusiva y distinguida. Tal vez por ello fue ampliamente protegida. Dicen sus biógrafos que un conocido presidente de los Estados Unidos, amante de los puros y de las bellas féminas, recurría frecuentemente a sus servicios, al igual que un ya fallecido e importante hombre político francés que le brindó protección y que ella le retribuyó con algunos importantísimos secretos obtenidos en alcobas de altos dignatarios. En una ocasión, por ejemplo, una de sus muchachas le contó de la conversación telefónica que un dictador africano protegido de Francia, realizó en su presencia y que luego, agradecido por las maravillas que le prodigaba en su lecho, le dio detalles más precisos de su futura alianza con una potencia contraria a los intereses económicos galos. A las dos semanas de esta revelación los paracaidistas franceses tocaban suelo africano y el parlanchín dictadorzuelo era reemplazado por otro más leal. Los servicios secretos franceses utilizaban tanto a nivel nacional como internacional las confidencias de Jefes de Estado y de personalidades políticas para sus análisis de inteligencia en los que la red de Madame Claude fue fundamental. Todo cambió a partir de 1974 con la llegada de un nuevo mandatario, de una nueva legislación sobre la prostitución y los problemas de Fernande se acrecentaron, pues era una persona que ahora molestaba. Solo fue encarcelada en 1992. Luego de algún tiempo en prisión, fijó su residencia primero en los Estados Unidos y luego, al parecer, en Niza, donde vive una vejez apacible, a veces interrumpida por indiscretos paparazzi. No entregó jamás su famosa y voluminosa libreta negra desbordante de nombres y de secretos, a pesar de haber puesto, algunos de ellos, al servicio de varios gobernantes.

Nuestra conversación continúa y deriva hacia otros tópicos, pero el recuerdo de Madame Claude se impone. Pensamos en otras mujeres de profesión similar que hayan influenciado en política o que hayan servido a intereses políticos. Aparecen nombres dispersos que lanzamos como en un desordenado brainstorming en el que la cronología poco importa.

Aparece la infaltable espía múltiple Margharetha Geertruida Zelle, conocida como Mata Hari, quien se servía de su cobertura de bailarina y prostituta para obtener secretos militares que pasaba de inmediato a los enemigos de Francia. Fue fusilada por los franceses en octubre de 1917, poco antes del término de la Primera Guerra mundial.

“Il ne faut pas oublier La Paiva” nos susurra discreto el barman que ha seguido atento nuestra conversación, refiriéndose así a Ester Pauline blanche Lachmann que fue la más célebre de las prostitutas y cortesanas del siglo XIX. Hermosa, determinada y perteneciente a las no sometidas en el lenguaje policial, es decir a aquellas que no pudieron ser fichadas en el ejercicio de su profesión, se elevó a la cúspide de la riqueza y del poder, a pesar de períodos de enormes dificultades económicas, rayanas en la miseria. Cliente apreciada de Boucheron, los recientemente publicados archivos secretos de este joyero de renombre dan cuenta de los millones que gastó en brillantes y otras piedras preciosas. En pleno período de guerras y conspiraciones, sus influyentes amantes y amistades le proporcionaban, además de dinero, joyas y castillos, informaciones que transmitía a los prusianos. Tuvo que abandonar Francia acusada de espionaje, pero su matrimonio con el conde Guido Henckel de Donnersmarck, primo del canciller Bismarck corona su triunfo económico y le permite vengarse de las humillaciones sufridas en el hexágono. En el momento en que se negocia el armisticio con Prusia, logra influenciar a su esposo y al propio canciller para que la indemnización que debió pagar el país galo por costos de guerra fuese aumentada sustancialmente. Fue tanto el amor de su esposo por la Paiva que cuando ésta muere y ya casado con Catherine de Slepson, la joven esposa descubre con horror, en una de las dependencias del castillo, los restos mortales de la cortesana flotando en un urna de cristal repleta de una solución de alcohol.

Los nombres de Gaby Deslys quien en 1902 realiza, además de otros menesteres, el primer Striptease en Paris y que más adelante espió por cuenta del gobierno francés al propio rey Manuel II de Portugal; el de la alemana del este Gerda Munsiger que ejercía en un lujoso cabaret de Montréal a fines de los cincuenta hasta mediados de los sesenta y que aprovechaba de obtener secretillos de seguridad nacional a los ministros y parlamentarios que allí conocía, los cuales transmitía a las autoridades de la RDA, o el de Emilia, mujer bella, de gran carácter que ejerció una gran cantidad de oficios, incluso el del que hablamos. Logró seducir al avaro y beato dictador portugués Antonio Salazar y le probó su lealtad denunciando judíos importantes en plena segunda guerra mundial y leyéndole los astros .Le predijo algunas buenas noticias y el derrame cerebral que le ocasionaría la muerte algunos pocos años después.

Nos acordamos de John Profumo, Ministro de guerra británico en los años sesenta, que por intermedio de un médico y proxeneta de apellido Ward conoce a la bellísima Christine Keeler quien al mismo tiempo que le procuraba amor del bueno como dice José Alfredo Jiménez en Un Mundo Raro, le extraía secretos militares que transmitía al agregado naval soviético Yevgeny Ivanov. El desliz de Profumo terminó con su renuncia, con la condena de Christine Keeler, el suicidio de Ward condenado por proxenetismo, la partida de Ivanov y en un escándalo político de proporciones que motivó la renuncia del Primer Ministro Inglés Harold MacMillan, el mismo que poco tiempo antes, al bajar de un avión se emociona ante cientos de miles de melenudos jóvenes londinenses que gritaban entusiasmados; orgulloso le dice a su asistente que ante tanto fervor hacia su persona debe dirigir unas palabras a esa juventud agradecida. Su asistente no se atreve a mirarlo, pero le murmulla: - My Lord, esperan a los Beatles que vienen atrás, en clase turista.

El tiempo pasa raudo, el sol se ha escondido y ya ni contamos los vasos de etiqueta negra desbordante de hielo que han sido consumidos. Hablamos de todo: de las montañas ginebrinas, de la comida francesa, de la caza de gibiers, de felinos. No hay caso, el mono tema perdura y hasta interesa a otros habitúes. Un elegante italiano de Ventimiglia, tierra del Corsario Negro, a quien el barman lo trata de Commendatore, nos interrumpe y nos habla de la Cicciolina, de la escritora genovesa Griselidis Real, que ejerció como prostituta durante treinta años para dedicarse luego a luchar por los derechos de aquellas personas que han decidido ejercer oficios del sexo, Le refutamos con ardor sus dos ejemplos pues, independientemente de su profesión, se trata de militantes que ejercen la política que es algo diferente a lo que platicamos. Empecinado, insiste con la bella Ruby que tuvo por las cuerdas a Berlusconi. Nuevo rechazo pues argumentamos que no ejerció influencias políticas en el Jefe de Estado, solamente tarifó. Nos pregunta entonces, algo molesto, por América Latina. Nos dice que él está al corriente de que hubo incluso algunas heroínas y otras que incluso gobernaron.

Nos defendemos como diestros espadachines de esta provocación. De por medio está el honor de Latinoamérica. Le enrostramos su atrevimiento y hasta su ignorancia, pues tiende a confundir la profesión de artista de teatro, de variedades, de bailarina, con la de prostituta, confusión bastante frecuente y malintencionada. El habano de mi amigo casi le roza la cara cuando le dice con voz terrible que a las mujeres liberadas no se les puede confundir con meretrices. Nos rebate que no es así, que él ha leído, que su condición de asistente de bibliotecario le ha permitido saber muchas cosas. Nos desafía con consultar su flamante blackberry y hasta el Who is Who. No le aceptamos nada. Lo volvemos a increpar y le explicamos enardecidos que si se refiere a la “Güera Rodríguez”, patriota mexicana y mujer liberada e inteligente que contribuyó poderosamente a la independencia de América, es una injuria gratuita rayana en el neocolonialismo. Que la Perricholi, amante del Virrey Amat fue una gran artista teatral y que los que la han tratado de otra cosa son unos infames.

Irritado me espeta mencionando a la chilena Carlina y a Isabelita Martínez. Sorbo lentamente lo que resta en el vaso y le explico que doña Carlina Morales efectivamente fue una prostituta de renombre en el Santiago de los años 50 y que su burdel de la calle Vivaceta 1226 fue frecuentado por muchas personalidades, atraídos por un conjunto de travestis denominado el Ballet Azul, pero que a mi conocer no hubo relación alguna con la política. Lo desafío a que me contradiga. Calla por un momento y levanta las cejas esperando casi triunfante por lo de Isabelita. Continúo, molesto por su empecinamiento, que hay coincidencia en todos sus biógrafos que la argentina presidenta fue bailarina en el cabaret Pasapoga de Caracas. Mi amigo asiente entusiasmado y agrega que también bailó en el Caracol de Bogotá y que en el night club Happy Land de Panamá conoció en 1956 a Perón. Le insisto en que no hay pruebas ni testimonios de otra cosa y que si de algo se le puede acusar es de haber sido cómplice de López Rega y de sus 3A, de haber permitido en democracia la prisión, tortura y muerte de miles de compatriotas y extranjeros. Que ello es su sola e importante mácula.

Nos evoca entonces de manera casi triunfal un nombre sacrosanto. No lo dejamos terminar. Castigamos su insolencia y somos expulsados del local. El barman explica a los asombrados parroquianos: “Ils se sont disputés á cause de putes”.











martes, 10 de enero de 2012

SECRETOS PARCIALES DE UN AUTOFLAGELANTE

                                                                                                                                 por Agustín Muñoz V.

Han pasado casi 39 años desde que Augusto Pinochet encabezara el golpe de Estado de 1973, imponiendo una brutal dictadura que dejaría profundas huellas en nuestra sociedad. Ni siquiera los veinte años de gobierno de la Concertación eliminarían el perverso legado cultural, político y societal impuesto por el dictador con el apoyo explícito o el consentimiento tácito de la inmensa mayoría de nuestros actuales gobernantes, legisladores y miembros del poder judicial.
Las masivas protestas estudiantiles y ciudadanas contra las enormes desigualdades en la educación, iniciadas bajo el gobierno de Michelle Bachelet y continuadas durante la presidencia de Sebastián Piñera, son el resultado, por una parte, de una mayoritaria reivindicación ciudadana por el acceso democrático e igualitario a una educación de calidad y gratuita y, por otra parte, han tenido el mérito de haber abierto el debate y el interés por los temas más complejos y cotidianos de las desigualdades existentes en Chile, así como sobre la pertinencia de una urgente y profunda reforma tributaria que permita avanzar en la búsqueda de la equidad y terminar con los abusos de las enormes excepciones tributarias que favorecen a las grandes empresas, aplicando , por ejemplo, un impuesto único sin distinciones entre utilidades devengadas y retiradas .
Recuerdo como nuestra clase política se desentendió totalmente cuando en el año 2002, David de Ferranti, Vicepresidente del Banco Mundial, expuso su informe sobre las desigualdades en Latinoamérica, destacando que Chile era el país más desigual del continente y uno de los más desiguales del mundo. No hubo ningún comentario en los medios de comunicación absolutamente controlados por la derecha. Muchos de nuestros compañeros de la concertación guardaron un silencio cómplice, ignorando igualmente el mencionado informe. Hoy en día la desvergüenza de los que apoyan al actual gobierno y que sostienen que en Chile las desigualdades son muy leves, los lleva incluso a poner en duda científicos indicadores metodológicos como el coeficiente de Gini que mide el grado de desigualdad existente en materia de redistribución del ingreso.
Las desigualdades no se dan solamente en el terreno de la educación, tan cuestionada por la ciudadanía, sino en el terreno de la salud, convertida en la gran injusticia nacional y en un negocio de proporciones sin límites, en el de las pensiones, en el de los salarios, en las discriminaciones por sexo, por raza, por origen étnico, en las limitaciones de nuestra legislación del trabajo que en síntesis es casi la misma que promulgó en 1979 el hermano del actual gobernante, José Piñera, y que fuera conocida como el Plan Laboral. Las rigideces impuestas por la dictadura a la sindicalización, a la negociación colectiva, a las indemnizaciones por años de servicio, a la protección en general del trabajador, no han variado en lo esencial y las pocas evoluciones positivas han sido gracias a los dictámenes emanados de la Dirección del Trabajo.
Las desigualdades se dan también en las posibilidades de participación ciudadana en los asuntos públicos o en las estructuras políticas, y esto es válido para el conjunto de la clase política, tanto de izquierda, de centro o de derecha, pues se han constituido herméticos centros de poder que operan como castas, permitiendo el acceso solo a familiares o a aquellos más incondicionales y descartando las voces disidentes. La crisis de credibilidad de la Concertación, el gran rechazo ciudadano a los partidos políticos y a sus dirigentes - salvo la conocida excepción de Michelle Bachelet - explicitado en todas las encuestas de opinión existentes, es una muestra preocupante para la democracia y es el reflejo del autoritarismo que ha existido y perdura en el conjunto de la clase política, Concertación incluida.
A pesar de que durante la Concertación, fundamentalmente durante el gobierno de Ricardo Lagos, se logró una importante cantidad de paulatinas reformas a la Constitución impuesta durante la dictadura, cuyo artífice fue una de las figuras emblemáticas del pinochetismo, convertido en divinidad nacional por los más ortodoxos de la derecha beata, hasta hoy el sistema binominal impera todopoderoso, al igual que la fuerte dosis de presidencialismo que reduce al parlamento a su más mínima expresión y lo disminuye ante la población. Es lo que Ominami denomina Monarquía Constitucional.
Muchos se han preguntado y todavía se preguntan cuáles fueron las razones que una coalición democrática gobernante o algunos de sus integrantes, con dos partidos etiquetados de izquierda, con pasado socialista y con algunos dirigentes auto confesos de ser marxistas leninistas no haya levantado su voz con energía para explicar a la ciudadanía o a los militantes de sus partidos el porqué una fuerza democrática, progresista, anunciadora del cambio social, de la alegría, se convierte paulatinamente en administradora de una gestión eminentemente neoliberal en lo económico, tímidamente progresista en lo político e incapaz en veinte años de gobierno, de realizar las transformaciones políticas y sociales que las grandes mayorías esperaban
Mucha gente se preguntó en su momento, sin haber tenido ninguna respuesta, porqué se designaban en importantes tareas del gobierno democrático a personeros que habían tenido una actuación pública destacada en la desestabilización y caída del gobierno del Presidente Allende, como fue el caso de Federico Willoughby, por nombrar solamente a uno que ocupó durante largo tiempo oficina en La Moneda, o la razón del nombramiento de algunas altas autoridades del Ejercito que de alguna manera, aunque haya sido indirecta, estuvieron relacionadas con violaciones a los derechos humanos, o el apresuramiento institucional por liberar a Pinochet de su presidio en Londres.
La ciudadanía y la militancia de los partidos de la Concertación tampoco tuvieron respuestas acerca de la tolerancia de los gobiernos democráticos en algunas materias complejas como lo fueron el negociado de la quebrada empresa Valmoval que el hijo del dictador vendió al ejército y que el estado chileno debió solventar en su integralidad bajo la amenaza de un nuevo golpe de estado; o la venta, a precio vil, de empresas nacionales a privados, una suerte de piñata nicaragüense, con ventajas indiscutibles para los nuevos propietarios; o algunos conocidos actos de corrupción ocurridos en democracia. Tampoco nunca se informó o se transparentaron los fondos que se recibieron del exterior para el financiamiento de las campañas políticas de algunos de los más importantes dirigentes de la izquierda chilena o el intempestivo enriquecimiento de algunos líderes concertacionistas que se reconvirtieron en empresarios. Menos información hubo de la utilización de los fondos reservados de algunos importantes ministerios.
Luego de la derrota sufrida por la concertación y el triunfo de la derecha que luego de medio siglo accede al gobierno por medio del voto popular, hubo un sinnúmero de inconexas explicaciones de la hecatombe que, más que análisis serios sobre el comportamiento ciudadano, se centraron las más de las veces en recriminaciones que no entraron en lo sustantivo, ni se establecieron las medidas necesarias para ir hacia una recomposición de los partidos, de sus plataformas ideológicas, del recambio de sus dirigencias y hacia un acercamiento con la ciudadanía.
El reciente libro escrito por Carlos Ominami, uno de los más destacados políticos de los últimos veinte años, titulados “Secretos de la Concertación Recuerdos para el futuro”, pretende dar respuesta a algunas de estas interrogantes y no puede dejar indiferente a ninguna persona que haya sido protagonista o que tenga interés en estudiar o conocer algunos aspectos de la realidad política de Chile desde el término de la dictadura militar.
Ciertos capítulos, el mismo título de la obra y algunas de las reflexiones de Ominami quisieron recordarnos algunos aspectos del profundo análisis que en 1993 Jorge Castañeda hiciera de la izquierda latinoamericana en su “Utopía Desarmada”, texto de referencia obligado para los cientistas políticos interesados en nuestro continente. Muy lamentablemente el análisis de Ominami no profundizó más en conceptos políticos e ideológicos como el socialismo, la democracia, la participación ciudadana o el populismo, solamente hubo evocación de los mismos, centrándose esencialmente en la experiencia de los años de gobierno concertacionista.
Los nueve capítulos del libro que se desarrollan en 359 páginas de muy fácil lectura, con un lenguaje claro, ameno y sin ambigüedades son, entonces, un testimonio de las vivencias políticas directas del ex miembro de la comisión política del Partido Socialista, ex senador y ex ministro de economía quien se caracterizó durante los veinte últimos años por tratar de promover un debate de ideas y una reflexión crítica en torno a los logros, dificultades y errores del gobierno democrático y de los partidos que la integran, a objeto de enmendar rumbos y recuperar la adhesión popular. De allí su ubicación en el bando de los autoflagelantes (término también puesto de moda por Castañeda), es decir de aquellos que trataron de impulsar una autocrítica con posterioridad a las elecciones de 1997 y que de alguna manera fueron silenciados por el peso del poder del cual formaban parte. En esto hay un mérito indiscutible del ex senador y que tal vez lo pueda exhibir con orgullo. Ha sido una de las pocas figuras del socialismo chileno y tal vez de la izquierda, junto a Carlos Altamirano y a Jorge Arrate, que ha tratado de propiciar un debate de buen nivel y con la verdad de por medio. Sus anteriores publicaciones como “La hora de la verdad” “El debate silenciado” y “Animales políticos” se orientaban a ello.
El reconocimiento especial que al inicio de su libro hace, Ominami, al no identificado mozo de La Moneda que señala que a pesar de los cambios de gobierno, los invitados son siempre los mismos, explicita muy gráficamente lo que ha sido la política en Chile al concentrar el poder en una elite de dirigentes que no se renuevan y que no permiten el acceso a otros que no sean de su propia casta o de su misma red. Durante el desarrollo de su relato esto es un leitmotiv, son siempre las mismas figuras, los mismos dirigentes, casi los mismos ministros y por poco los mismos presidentes. El propio Carlos Ominami no se salva. Es manifiesta su voluntad de estar en todo, en el partido, en la conducción política, en los ministerios, en el parlamento, en las relaciones internacionales etc. En otras palabras en la acumulación y monopolio de poderes, junto a su grupo, a sus incondicionales. Esto él mismo lo había puesto de manifiesto en “Animales Políticos”, escrito en 2004 y cuyo coautor es Marco Enríquez-Ominami. En esa publicación habla de la intensa relación que lo une con una hermética elite de importantes dirigentes socialistas que fueron conocidos como Los Cuchilleros.
Los cinco primeros capítulos son particularmente interesantes pues van paulatinamente dando cuenta de la evolución de la política chilena desde la dictadura a la democracia y de las dificultades de la transición que sitúan finalmente a los gobiernos de la Concertación, con la complicidad de los partidos políticos, en administradores más que en propulsores de un necesario cambio social.
Esta función de administradores del neoliberalismo, expuesta brillantemente por Carlos Altamirano y que Ominami niega sin mucho entusiasmo como expresión, pero que la dice con otras palabras, la explicita en el análisis muy bien logrado que realiza de los sectores clave de la discusión actual como la educación, la salud, las pensiones, la subordinación de los derechos laborales y en cierto modo de la soberanía, a las reglas del mercado y de la competitividad. Allí parece estar la cuestión esencial: una transición mal pactada, como la llama, que acepta finalmente que la política se subordine a las exigencias de una concepción económica muy alejada de los intereses de la mayoría de la población y junto a ello, la adhesión del conjunto de los partidos de izquierda o de centro izquierda a lo más sustancial de la ideología neoliberal que es el privilegio del individualismo por sobre lo colectivo, distanciando al ciudadano de la política y como él mismo lo dice “ la política deja de ser un elemento central para la vida y se transforma en un elemento accesorio”. Compartimos su fundamentado análisis aunque lo que se omite y que hubiese sido importante conocer son las razones de por qué, en el momento oportuno, no alzó con firmeza su voz al interior del PS, al interior de la Concertación o ante la opinión pública para informar de esta evolución, denunciar y hacer un llamado a la reflexión sobre los peligros que esa deriva implicaba y a tomar la decisión política que la rectificara. Tampoco sabemos las razones por las cuales no comprometió en esa crítica a los dirigentes de su círculo más cerrado, a sus incondicionales amistades, todos con responsabilidades direccionales que hasta hoy han guardado absoluto silencio.
El Salón de los Presidentes es el título del capítulo sexto donde se refiere a los presidentes de la Concertación. El análisis de la gestión de los cuatro mandatarios es sin duda descarnado,
implacable y muy valiente. No es que encontremos grandes revelaciones. Casi todo es sabido. El mérito es que le haya dado coherencia a situaciones que se conocieron por episodios y que haya tenido los cojones de exponerlo, a través del texto que comentamos, abiertamente a la opinión pública.
Los retratos de Eduardo Frei y de Ricardo Lagos, que forman parte fundamental de esta galería de ex presidentes son los que sin lugar a dudas recogen las mayores críticas. Al presidente Frei le atribuye Ominami el mal manejo en la conducción de la economía, la responsabilidad de la pésima gestión de la crisis económica, el deterioro de los partidos y la disminución de la representatividad de la Concertación como fuerza social representativa de las aspiraciones populares. La crisis política que vivió el país durante el mandato de Frei con motivo de la detención de Pinochet en Londres la aborda en capítulo posterior y conforme a la realidad histórica, Carlos Ominami se sitúa en el bando de aquellos pocos dirigentes políticos que consideraron que Pinochet debía ser juzgado en el extranjero al no existir las condiciones de un juicio equitable en nuestro país. No olvida mencionar a Jorge Arrate quien siendo Ministro, tuvo el coraje de celebrar esta detención. Pero tampoco olvida el rol que asumió, también con mucha valentía, José Miguel Insulza que según Ominami “se había transformado en una especie de portaestandarte de la posición que exigía la devolución a Chile del ex presidente, ex comandante en jefe y, en ese momento, senador vitalicio.” El rol de Ricardo Lagos en este asunto es presentado como oportunista, pues toma la decisión de desentenderse del asunto en aras de no comprometer su candidatura presidencial.
La presidencia de su amigo y compañero de luchas, Ricardo Lagos, es analizado con altos y con bajos. En su haber pone como hechos indiscutibles lo que denomina la respetabilidad republicana, al haber heredado una economía desastrosa con “una autoridad política erosionada”, que logra consolidar el poder civil por sobre el militar y el reencuentro entre civiles y militares. Punto importante de su gestión es la actitud del presidente por la defensa de la soberanía y de la independencia de Chile con motivo de la invasión de Estados Unidos a Irak que, a pesar de las vacilaciones iníciales, ordena votar en contra en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas del que Chile formaba parte de manera no permanente. Le atribuye igualmente otros logros en materias de obras públicas y en salud. La consolidación del neoliberalismo, el acomodo a un régimen ultra presidencialista y su indiferencia por constituir una fuerza política que permitiese avanzar en un real cambio social son los principales reparos a la gestión del ex presidente, que para la militancia de izquierda son sin dudas reparos sustantivos que opacan los logros del mandatario.
A Michelle Bachelet la presenta como el resultado de la aguda crisis de la política tradicional y de partida expone una faceta de la gobernante menos conocida por el público: su carácter autoritario, “glacial y sin concesiones” que contrasta con su imagen pública desbordante de simpatía y fraternidad. Le reconoce los conocidos logros en materias de protección social, destacando la pensión básica solidaria, las realizaciones en educación preescolar, en viviendas sociales y en materias de relaciones internacionales, sobre todo con nuestros vecinos países limítrofes. Destaca su enorme popularidad y en particular su posicionamiento como mujer en un mundo machista. Los cuestionamientos se dan en el importante rol que tuvo el ministro de hacienda Andrés Velazco en la implementación de una política en extremo conservadora y neoliberal, situación aceptada por la gobernante y en la no utilización para fines de desarrollo social, de los importantes excedentes acumulados por al alza de los precios del cobre.
Ominami es en extremo benevolente en su tratamiento del gobierno del presidente Aylwin. Tal vez el hecho de haber sido el primer presidente de la transición y el haber sido, el autor, ministro de economía del primer gobierno democrático explica el que no haya entrado en críticas negativas de la gestión de Patricio Aylwin. Cuando se habla de una transición mal pactada es la responsabilidad de Aylwin y de sus equipos. Las reticencias a escuchar voces disidentes emanan de ese gobierno por los temores a que la transición se interrumpiera. Nada se dice del rol que jugaron en esto Ministros como Enrique Correa, ni del inmovilismo y pavor que se produjo en el gobierno con el ejercicio de enlace el 19 de diciembre de 1990, ni porqué el Estado debió asumir el costo de los pinocheques, con el aval de los presidentes Aylwin y Frei. Alaba de la gestión del presidente Aylwin el haber promovido un intenso diálogo social bipartito y tripartito, olvidando que el mérito de ello fue esencialmente de la CUT y de su presidente, el fallecido Manuel Bustos, quien con el apoyo de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), logró imponer al gobierno y al empresariado el desarrollo del diálogo. No hay tampoco explicación de la indiferencia que hubo durante el período, a pesar de la fuerte presión sindical nacional e internacional, por avanzar en la ratificación de los convenios 87 y 98 de la OIT sobre Libertad Sindical y Negociación Colectiva respectivamente; convenios que fueron ratificados sólo el 1 de febrero de 1999, año en que asume la dirección general de la OIT el chileno Juan Somavía.
Resulta particularmente interesante el balance comparativo que Ominami realiza con las experiencias de otros países latinoamericanos destacando la positiva evolución política y la estabilidad democrática chilena en los últimos veinte años. Lamentablemente no profundiza ni pone suficientemente en exergo el caso uruguayo que es uno de los modelos políticos que revisten mayor interés en nuestro continente, a pesar de que lo desarrolla más ampliamente en el capítulo 9 cuando habla de ir hacia un nuevo progresismo.
En la derrota de la Concertación, la pérdida de su senaduría y la emergencia de la figura de Marco Enríquez, Ominami aporta su verdad. Hace un relato muy objetivo de lo que sucedió con las primarias y no vacila en poner en evidencia la poca clara explicitación pública de su hijo candidato a que votaría por Eduardo Frei, a pesar del acuerdo en que el compromiso de la Concertación era acelerar la aprobación de la ley sobre inscripción automática y voto voluntario y el de Marco Enríquez de señalar nítidamente su adhesión. ¿Fue esta actitud poco decidida la que originó la derrota de Frei? Es probable que haya sido una de las razones, aunque los dos tercios de los que votaron por Marco Enríquez hayan apoyado al candidato de la Concertación. En cualquier caso, Ominami insiste en sus páginas anteriores en mostrar la crisis de credibilidad de la coalición gobernante como factor fundamental de la derrota. Hubiese sido también de mucho interés que Carlos Ominami nos relatara los debates internos que se produjeron, tanto en el Partido Socialista como en la Concertación, acerca de algunas reformas políticas como el de la inscripción automática y el voto voluntario o el del voto de los chilenos en el exterior, sobre los cuales hay hasta este momento enormes diferencias de opiniones, muchas de ellas fundamentadas en pequeñeces políticas más que en cuestiones de principio.
Su propuesta de lineamientos programáticos, al final del capítulo 9 es de bastante relevancia, aunque muchos de ellos hubiesen sido expuestos por Carlos Altamirano en sus conversaciones con el premio nacional de historia Gabriel Salazar o, como él mismo lo señala, recoja propuestas programáticas de otros actores de la política nacional. Esto también es un mérito indiscutible. Sobre esas propuestas se puede establecer un debate de ideas, necesario y transparente. Prácticamente todos los temas de interés nacional están expuestos y en algunos casos bastante desarrollados como lo relativo a la Nueva Constitución y Reforma Política. Podemos discrepar del énfasis que pone en algunos aspectos de la participación ciudadana, por ejemplo, que recuerda un poco a las tesis de Pierre Rosanvallon acerca del populismo (Penser le populisme, 2011), pero lo fundamental está allí. Muchos de los temas, si fuesen discutidos, podrían contribuir a entusiasmar a la ciudadanía y a la juventud que hoy manifiesta una fuerte desafección hacia los partidos, hacia los dirigentes, hacia la política. Ello no es bueno para la democracia, pues la democracia necesita de partidos políticos sólidos, creíbles, para que haya gobernabilidad. Una urgente renovación es pues necesaria.
Es imposible no concordar con Ominami cuando se refiere a los difíciles y exigentes requisitos para construir un nuevo Chile a fin de que se convierta en un país más democrático, más igualitario y más tolerante. Ello es ciertamente una tarea pendiente y que solo puede ser llevada a cabo con un esfuerzo colectivo.
Podemos discrepar sobre muchos de los asuntos que Carlos Ominami desarrolla en este libro, pero no podemos ignorarlo, pues hay ideas para el debate. La indiferencia solo es una muestra más de la mediocridad intelectual o moral de aquellos que prefieren no referirse a lo que molesta a objeto de conservar sus parcelitas de poder y no enfrentarse a un debate de ideas en vías de construir un Chile mejor.

Enero 2012.