sábado, 12 de mayo de 2012

PREDICADORES

                                                                                                                                      

Agustín Muñoz V.



La Avenida Central de San José hormiguea de gente despreocupada, ligeramente vestida de colores vivos que observa con una mezcla de curiosidad, interés y desconfianza a los cientos de comerciantes ambulantes y de lotería que vocean sus mercancías, a pasos del solemne Teatro Nacional de Costa Rica. Ni los vozarrones de los vendedores informales, ni el estrepitoso sonido de la música de las tiendas establecidas, que tratan así de imponerse y de atraer la atención de los dominicales transeúntes, logran opacar la fenomenal voz amplificada por un micrófono de un individuo de proporciones gigantescas que con un dedo enorme como salchicha estrasburguesa apunta amenazante hacia una atemorizada y al mismo tiempo embrujada multitud que se inquieta ante las terribles palabras del personaje. Las mujeres, jóvenes en su mayoría, tratan de esconder inútilmente los desnudos muslos apenas cubiertos por los minúsculos pantaloncitos cortos, preocupadas por los moralistas propósitos del predicador. Su mensaje envuelto en un lenguaje prosopopéyico, vaticina castigos terribles a quienes se consagren a los placeres carnales y a otros gozos materiales y propone de inmediato la salvación del alma en la medida que los pecadores reencuentren al Creador a través de la Iglesia que él representa. Su prédica se acompaña de una música armoniosa, suave, en la que las guitarras y la trompeta se manifiestan discretamente hasta el momento en que invita al numeroso público a formar parte de la secta. En ese instante los prudentes ritmos son reemplazados por una música más pegajosa y cuya letra repite versículos de la biblia con loas a un todopoderoso que, más que un efecto místico, lleva a las parejas asistentes a contornearse e iniciar los clásicos pasos de la salsa aprendidos sin dudas en la popular academia de baile “Merecumbé”.
El mismo espectáculo, aunque con modalidades menos atractivas, se puede apreciar en otras latitudes. En Santiago de Chile por ejemplo, a solo algunos pocos metros de la Catedral metropolitana, en el corazón del casco antiguo de la capital, los predicadores se disputan a un público curioso y numeroso. Hay menos coherencia en los propósitos y el lenguaje de estos criollos predicadores se asemeja más a los de callejeros charlatanes que, ofidio en mano, publicitaban sus inútiles productos en los dominicales paseos de la Quinta Normal del oeste de Santiago. Los gestos son los mismos, amenazantes, al igual que el verbo premonitorio, ejemplos extremos y, al final, la puerta de escape: la salvación que se encuentra en la redención. La sola diferencia es que no hay música, nadie baila, hay solo palabras temerarias, ausentes de toda bondad.
Los barrios populares de Latinoamérica han conocido igualmente una prédica callejera más seria: la de los evangélicos. Es aun bastante frecuente encontrarlos en el limeño Zárate predicando biblia en mano y escuchar sus loas acompañadas de guitarras en medio de la indiferencia vecinal y de amenazantes ladridos de canes vagabundos.
El Ejército de Salvación compite con ventajas en Ciudad de Guatemala o en San Salvador. Sus uniformes, su disciplina casi militar y sus variados instrumentos musicales atraen curiosos y hasta turistas ansiosos de autenticidad.
¡Cuántos predicadores ha conocido la humanidad! Ha habido algunos célebres en la Iglesia católica, como los apóstoles y el propio Jesús. San Agustín; San Antonio de Padua; San Vicente de Paul; San Francisco de Asís, tal vez el primer gran ecologista de la humanidad - que por inadvertencia o pudor ninguna gran asociación o partido Verde ha querido adoptar su nombre- y otras figuras eminentes que junto a los protestantes Martin Lutero, Pierre du Bosc, sin olvidar a Calvino, son las columnas que sustentan el Panteón de la prédica histórica.
Los norteamericanos han sido verdaderos maestros. Cómo no recordar Elmer Gantry, esa maravillosa película de Richard Brooks basada en la novela de Sinclair Lewis e interpretada magistralmente por Burt Lancaster, lo que le valió el Oscar, y Jean Simmons en el rol de la hermana Sharon Falconer, mujer predicadora en los medios agrícolas tradicionales de los Estados Unidos de finales de los años 20. Este film, de los años 60, es una muestra muy impactante de lo que ha sido la prédica religiosa en los Estados Unidos, fuertemente influida por el movimiento Great Awakening cuyos itinerantes pastores, que realizaban el Circuit Riders, en algunas zonas geográficas específicas, preconizaban la salvación por medio de la fe, de la conversión y de una vida nueva, con lectura de la biblia, rezos y rectitud, en busca de la perfección. Entre estos pioneros destacaron John Wesley, Jonathan Edwards, Francis Asbury y el británico George Whitefield.
La evolución tecnológica y fundamentalmente la televisión e internet pondrá a otras figuras en la escena de la prédica. Emergen los tele y los ciber predicadores, la mayoría de ellos muy conservadores y puritanos como Pat Roberson y Billy Grahan de importante influencia en los medios políticos y hasta en varios gobernantes de Estados Unidos entre los que se contaba Richard Nixon. Otros que igualmente colectan millones de dólares entre sus numerosos seguidores, mantienen un tren de vida ostentoso y una moral disipada, diametralmente opuesta a lo que propician.
Jimmy Swaggart, pionero del tele evangelismo fue acusado de mantener relaciones con prostitutas. Benny Hinn tele evangelista conocido por sus “cruzadas de milagros”, se ilustró igualmente por sus equivocas predicciones al vaticinar la muerte de Fidel Castro en 1995 y la inminente destrucción de la comunidad homosexual, la misma a la que hace algunos días el presidente Obama le ha prometido la promulgación de una ley que permita el matrimonio entre personas del mismo sexo y de la adopción.
Famoso predicador homofobo ha sido el pastor Jerry Fallwell que ha condenado al mundo gay en base a curiosas interpretaciones de la Biblia, agregando, además, que los atentados del 11 de septiembre de 2001 correspondieron a una furia divina por el incremento de los derechos de los homosexuales en Norteamérica.
La prevaricación y la homosexualidad tantas veces combatidas por los nuevos evangelistas han igualmente, en algunos casos, formado parte de sus hábitos. Robert Tilton, hipocondríaco predicador, preconizaba la fortuna de los pentecostales y cobraba importantes sumas por orar en favor de sus fieles aquejados de alguna enfermedad. Fue enjuiciado por estafa en varias oportunidades.
Paul Crouch es un tele evangelista, propietario de la cadena de televisión religiosa más importante de los Estados Unidos y tal vez del mundo. A través de ella ha divulgado la teología de la prosperidad material de los creyentes, partiendo por él mismo, con un salario de más de 1 millón de dólares anuales, además de otros beneficios e inversiones personales fabulosas. Luego de una profunda investigación realizada por Los Ángeles Times, fue enjuiciado por prevaricación y acusado haber mantenido relaciones homosexuales con su pedófilo chofer y con empleados de su empresa.
El estadounidense de origen argentino Luis Palau convirtió al cristianismo evangélico en herramienta ideológica contra el marxismo- leninismo y a través de la televisión realizó importantes cruzadas políticas. Fue un invitado frecuente, y de marca, de varios presidentes norteamericanos entre los que se cuenta G.W Busch y mantuvo estrechas relaciones con siniestros dictadores centro y sur americanos.
La prensa da cuenta de la evolución y del comportamiento de muchos predicadores sean evangélicos o católicos. Predicen catástrofes y soluciones que ahora no están solamente en la fe, en la rectitud y en una conducta decente, sino también en una conversión política conservadora e intolerante. Los chilenos deben recordar al cura Hasbún que destilaba odio y amenazaba entre 1971 y 1973, a través de su programa televisivo, a izquierdistas y partidarios de la Unidad Popular.
La prédica se ha visto igualmente enriquecida con el power point, aunque a veces ello trae sorpresas poco gratas como lo que le ocurrió, en abril del presente año, al sacerdote irlandés Martin McVeigh quien al momento de ilustrar su charla acerca de la confirmación de los niños, proyectó, por equivocación, en la pantalla, ante una estupefacta audiencia, una selección de fotografías pornográficas de homosexuales masculinos en diferentes posiciones.
Muchos políticos actuales pueden ser asimilados a esos predicadores del miedo y de la odiosidad. El populismo irresponsablemente hace gala del temor, utilizando el mismo lenguaje grandilocuente, la misma estructura del discurso y el mismo colofón.
Recientemente la campaña presidencial francesa revivió la imagen de un gran predicador de la intolerancia y del odio: Jean Marie Le Pen y Marine, su hija candidata a presidente del país de los derechos del hombre y del ciudadano. A través de toda Francia, en medio de una crisis económica de proporciones revivieron la Brechtiana Bestia Inmunda entre los que han sufrido más los efectos de la crisis; predijeron calamidades mayores, culparon de todos los males a los extranjeros y propusieron la salvación a través de una redención política de apoyo a su Partido y a la candidata xenófoba, aplicada hija de un padre torturador en la guerra de Argelia. El diario Le Monde daba cuenta, recientemente, del fallecimiento de Mohamed Moulay quien, cuando tenía 12 años, presenció junto a toda su familia, cómo Le Pen, teniente en la época, torturaba salvajemente a su padre el que más tarde murió. Hubo un detalle: Jean Marie Le Pen olvidó, en el departamento de los Moulay, un puñal fabricado en 1936 para las juventudes hitlerianas con sus iniciales grabadas y el regimiento de paracaidistas al que Le Pen pertenecía, arma que el joven Moulay escondió durante años y que ulteriormente sirvió como prueba condenatoria en un proceso que el propio torturador intentó contra Le Monde.
A pesar de la prédica odiosa, cuyos contenidos retomó Sarkozy, lo que le valió su ulterior derrota y del 18% de los votos obtenidos por los partidarios del nacionalismo y de la xenofobia en la primera vuelta de la elección, la razón se impuso y el mensaje tolerante y lúcido del candidato socialista François Hollande logró la mayoritaria adhesión ciudadana en el país de la libertad, de la igualdad, de la fraternidad y de la solidaridad.