miércoles, 20 de junio de 2012

PISTOLEROS DEL FAR WEST

                                                                                                                       Agustín MUNOZ V.



No menos de 35 metros separaban a los dos hombres que con gestos casi simultáneos, abrían y cerraban mecánicamente sus puños, en un incierto afán de precalentamiento ante el inminente duelo o como reacción al helado amanecer de esas desiertas tierras de Arizona. Poco o nada los diferenciaba. Ni el obscuro color de sus ropas cubiertas por un guardapolvo que en algún momento fue blanco; ni el sombrero de alas anchas; ni las usadas botas con espuelones de metal; ni la mirada felina de sus asoleados rostros. La única diferencia era la manera de portar las armas. Uno, lucía una negra y lustrosa cartuchera que pendía de su cadera derecha y que terminaba a la altura de la rodilla, atada a su pierna con un delgado cuero. Al interior de la funda relucía un colt calibre 45 LC Peacemaker de 12 pulgadas. Su contendor, portaba un colt Navy calibre 36, de cañón largo, enfundado en una sobaquera que salía del hombro derecho y que se cruzaba entre el pecho y la cintura, lo que facilitaba su rápida manipulación para una persona zurda; la gastada empuñadura mostraba alrededor de 6 finas marcas, trofeos esculpidos de vencidos adversarios. De frente, se miraron y se escrutaron durante unos minutos. La tensión era intensa y a pesar del frio, gruesas gotas de sudor perlaban ambas frentes. Sin mediar palabra en un simultáneo accionar ambos desenfundaron y el eco de las vecinas montañas reprodujo un solo y estruendoso ruido. Al cabo de algunos larguísimos segundos el pistolero diestro, se desplomó con su arma aun humeante de negra pólvora y con un orificio entre ambas cejas.
El largo párrafo anterior podría corresponder a una de las miles de novelas publicadas referentes al lejano oeste norteamericano. Marcial Lafuente Estefanía, pródigo escritor español especializado en este tipo de género describió casi con las mismas palabras infinitos duelos entre matones en busca de fama, tahúres, cazadores de recompensas, sheriffs, federales o simplemente borrachos pendencieros que pululaban en los míticos saloons de batientes puertas y de largos mesones de caoba de algunos de los nacientes pueblos. Estefanía quien peleó por la República española, adquiriendo como oficial artillero el habito de la precisión, se convirtió en escritor, describiendo de manera minuciosa los ambientes y lugares del lejano oeste que él mismo recorrió y recreó en sus novelas con la ayuda de un viejo mapa y de una guía telefónica para bautizar los personajes y sus historias que entretuvieron a generaciones de españoles, latinoamericanos y gringos de estirpes diversas. Sus relatos de un promedio de 100 páginas fueron casi todos publicados por la Editorial Bruguera, que también editaba las exitosas novelas románticas de Corín Tellado. El Mito del Far West cautivó a generaciones de adolescentes que se apasionaron con las proezas de estos nuevos caballeros andantes del siglo XIX que recorrían las despobladas tierras conquistadas a los aborígenes, no con lanza en ristre sino con el mítico colt a la cintura y fuertes deseos de aventura. La estructura entre las novelas del oeste y las de caballerías era casi la misma. En este último caso el caballero andante recorría los bosques europeos o las áridas tierras del oriente medio de regreso de alguna Cruzada tratando de reparar entuertos, de proteger a algún desvalido o simplemente en busca de aventuras que le dieran fama, riqueza y gloria. Los descarriados caballeros que representaban el vicio y la maldad eran enfrentados valerosamente por aquellos cuyo único interés era la virtud y la sola recompensa, además de la bendición divina, era por lo general una bella dama poseedora de bienes materiales que le permitirían a su liberador una vida sin privaciones.
Los pistoleros objeto de narraciones y películas aparecen poco antes de mediados del siglo XIX, aunque son mas rústicos y menos cultivados y elegantes que los Tirante el Blanco o los Amadîs de Gaula. Sus recompensas son también menos gloriosas: un puñado de dólares por la captura de algún forajido buscado por la justicia, fama efímera de ser reconocidos como rápidos o certeros tiradores, matrimonio con la hija de algún opulento ranchero y las más de las veces con alguna ramera de saloon o con una bella regenta de prostíbulo y, para los más probos, la propuesta de alguna plaza de sheriff.
¿De dónde emergieron estos pistoleros que se ilustraron en el lejano oeste? Al parecer lo más probable es que la fusión de tres situaciones esté en sus orígenes: la expansión de la frontera de los Estados Unidos hacia la costa del Pacifico, la prolongada migración de colonizadores o de personas en busca de riquezas y la guerra de secesión.
La expansión de la frontera y la prolongada colonización necesita de una importante mano de obra para la construcción del ferrocarril, de caminos, de obras públicas, de viviendas etc. desarrollando al mismo tiempo las comunicaciones, el comercio, la agricultura, la ganadería y la industria en los territorios que les son conquistados a los aborígenes de diversas etnias quienes, junto con ser expoliados de sus tierras, son o exterminados o confinados en inhóspitas reservas. La culminación de esta expansión es la unificación del territorio a través del ferrocarril que va reemplazando paulatinamente a las diligencias y a las famosas carretas de toldo blanco en que se movilizaban los colonos.
Dos importantes compañías apoyadas por el gobierno, tienen el monopolio de la construcción de las líneas férreas: La Union Pacific para el tramo Este - Oeste (partiendo de Omaha) y la Central Pacific de Oeste a Este, partiendo desde Sacramento. Ambas debían confluir en Utah. Esta carrera por la construcción del ferrocarril se inicia en 1862 y culmina en 1869. Los difíciles siete años que dura esta magna empresa comportan una feroz competencia entre ambas sociedades y significan una utilización intensiva de la mano de obra disponible como soldados o ex combatientes de la guerra civil, esclavos negros recientemente liberados, indios de reservas aledañas, granjeros empobrecidos y un número importante de inmigrantes chinos y latinoamericanos.
El ferrocarril favorece el desarrollo de la industria del carbón, del acero, de la madera y la emergencia de oficios y actividades diversas. Los conflictos laborales son frecuentes debido a las pésimas condiciones de trabajo, a las largas jornadas, a salarios discriminatorios y a la inseguridad. Las huelgas, que la historia ha silenciado, son reprimidas duramente con la ayuda de pistoleros especialmente contratados para velar por la seguridad de las faenas y a veces con el asesinato de los líderes. La gran huelga de los trabajadores del ferrocarril en 1867, (el mismo año en que se publica el tomo I del Capital de Marx) permitirá reglamentar las condiciones de trabajo y un incremento salarial menos discriminatorio a los chinos, a trabajadores negros y a inmigrantes diversos. Las expropiaciones de terrenos dieron origen a múltiples conflictos pues con el aval del gobierno, las propiedades se obtenían gratuitamente o a precios viles para asegurar el paso de las vías férreas y, una vez asegurada la construcción, se ponían en venta por el doble o el triple de lo adquirido. Alrededor de la vía férrea nacen algunas ciudades que perdurarán como Alburquerque, Dodge City y Fresno; pero por lo general eran poblados transitorios que se vacían una vez el trazado avanzaba, convirtiéndose en villorrios fantasmas, algunos de los cuales se conservan hasta nuestros días para regocijo de turistas.
La fiebre del oro atrae a importantes contingentes de aventureros de diversas nacionalidades en la que abundan latinoamericanos como chilenos, mexicanos y peruanos; convoca igualmente a prospectores de oro en pequeña escala, llamados también gambusinos, quienes en busca de riqueza contribuyen al desarrollo de la minería, del comercio y a poblar lejanos territorios.
El respeto de la legalidad es incierto. Los colonizadores, emprendedores y agentes de gobierno, en el marco de la teoría del Destino Manifiesto, imponen los valores de la supremacía norteamericana a sangre y fuego. La utilización de armas es una necesidad cuotidiana para combatir a los indígenas y defenderse de los delincuentes que actúan impunemente.
La aplicación de la ley la ejercen, por lo general de manera rápida, los propios ciudadanos al margen de cualquier consideración jurídica y de las múltiples injusticias derivadas de juzgamientos expeditivos. El abigeato y el asesinato son objeto de pena capital muchas veces in situ. La robusta rama de un árbol, un caballo, una carreta y un lazo de vaquero son los improvisados cadalsos en que se ejerce la rápida justicia. La defensa propia o legítima defensa es un argumento que evita la pena capital o la larga prisión, de allí que en todos los duelos o enfrentamientos es muy importante disponer de testigos para dejar sentado quien sacó primero el arma. La instalación permanente de jueces y abogados en los pueblos y ciudades que se forman es un proceso que durara muchos años. En el intertanto el sheriff, elegido por voto popular, y pagado por la comunidad, por un período normalmente de dos años, representa y ejerce la justicia con el apoyo de los Marshals, encargados de ejecutar las órdenes de las cortes federales. Los cazadores de recompensa, en general pistoleros avezados, son, de cierta manera, auxiliares de justicia pues ayudan a capturar a peligrosos delincuentes, aunque muchas veces ellos mismos caen en la ilegalidad.
La guerra de secesión, que se extendió entre 1861 y 1865, es el corolario de la oposición entre dos sistemas políticos, dos culturas y sobre todo dos modos de producción diferentes: el liberal e industrial nordista y el agrícola sudista, en fuerte disputa por la mano de obra esclava – denominada cínicamente “la cuestión particular” - en poder de los aristócratas algodoneros rurales del sur y muy necesaria al fuerte desarrollo industrial del norte.
Este sangriento conflicto que culmina con la victoria aplastante de las fuerzas nordistas marca el salto definitivo de los Estados Unidos hacia la modernidad y hacia el libre mercado, sin el estigma de la esclavitud. Algunos soldados, de ambos bandos, desmovilizados de la guerra civil, sin trabajo, sin oficios y sin perspectivas, contribuirán al desarrollo de la delincuencia al actuar en bandas organizadas para saquear bancos, asaltar diligencias, desvalijar ferrocarriles y fincas ganaderas, aprovechando su experiencia en el manejo de las armas. A pesar de que estas acciones fueron producto de minorías, la opinión y los intereses políticos del momento, las atribuyeron a ex soldados sudistas y hasta nuestros días el cine y la novela los grafican como asaltantes, provocadores, tahúres y asesinos vestidos con uniformes de la Confederación, con ciertas magistrales excepciones como en el laureado drama “Lo que el viento se llevó”, dirigida por cinco directores diferentes: Reeves Eason, Sam Wood, William Cameron Menzies, George Cukor y Víctor Fleming e interpretada por los inolvidables Clark Gable y Vivien Leigh.
¿Cuánto de verdad y de mito hay en el tratamiento que la historia ha dado a los pistoleros del far west? Sin lugar a dudas el mito supera con creces a la realidad, aunque ese mito se base en historias reales como la del romántico bandido chileno o mexicano – no se sabe a ciencia cierta su nacionalidad, Joaquín Murieta a quien el gran Pablo Neruda inmortalizó en su magistral texto dramático “Fulgor y muerte de Joaquín Murieta” o el joven asaltante Billy the Kid, muerto a balazos por su amigo el sheriff Patt Garret y que el otro genio de la literatura universal Jorge Luis Borges lo incluye en su incompleta “Historia Universal de la Infamia”, incompleta pues no alcanzó a incluir a criminales como Pinochet, Trujillo, Videla o Massera. Al decir de Borges, el racista Bill Harrigan más conocido como Billy the Kid, mató a 21 personas, “sin contar mexicanos”.
Jesse James, asaltante que distribuía una parte de sus latrocinios entre los granjeros pobres, los hermanos Dalton, Butch Cassidi, John Wesley Hardin y el gran Doc Holliday forman igualmente parte del panteón de la leyenda de los pistoleros del oeste.
Butch Cassidi, cuyo nombre real fue Robert Le Roy Parker, asaltó trenes, bancos y ranchos para partir luego a la Patagonia, seguido por los detectives de la agencia Pinkerton, donde se estableció como ganadero y reincidió como asaltante. Se cree que murió en San Vicente, Bolivia, alrededor de 1908, otros dicen que apaciblemente en su residencia de los Estados Unidos.
John Wesley Hardin hijo de un pastor protestante, se destacó por su rapidez y destreza con el revólver que le sirvió para liquidar a más de cuarenta personas en pleitos diversos, fundamentalmente por juegos de azar. Pasó 17 años en prisión donde pudo titularse de abogado y luego de salir en libertad trató de ejercer su profesión sin resultados por lo que volvió a las cartas y a los dados, siendo abatido por la espalda por un policía celoso.
El temperamental Doc. Holliday, dentista, jugador, pendenciero, bebedor empedernido y aquejado de tuberculosis jugó en la mayoría de los saloons del oeste junto a su amigo el también mítico Wyatt Earp. A pesar de ser muy rápido en desenfundar, era un pésimo tirador debido a algún problema visual o al temblor de sus manos producto del alcohol, por lo que la escopeta o el moderno rifle Winchester eran igualmente sus armas preferidas; sin embargo, se batió victoriosamente a duelo en múltiples ocasiones apostándose a no más de cinco metros de su rival, aprovechando la ventaja que le daba la rapidez que tenía para desenfundar el colt. Se ilustró junto a Earp y sus hermanos en el tiroteo del OK Corral en Tombstone dando muerte a la banda de los Clanton. Murió de tuberculosis a los 36 años.
También hubo mujeres que forman parte de la leyenda, aunque no son muchas. Las escazas mujeres que participaron en la conquista del oeste cumplen esencialmente una función reproductora, de amas de casa, de granjeras o de prostitutas y en otros casos son relegadas a las profesiones de enfermeras, periodistas o maestras de escuela. A pesar de ello la historia retiene innumerables episodios de coraje en la lucha contra los amerindios o contra los bandidos y en defensa de su propiedad.
La ficción supera a la realidad en cuanto a las mujeres pistoleras. El cine y las novelas muestran ejemplos múltiples de diestras y rápidas tiradoras que son por lo general fruto de la imaginación. Sin embargo, algunas de ellas han quedado como referentes: Calamity Janes, Belle Starr, Annie Oakley y Ellen Liddy Watson, esta última diestrísima con el colt, el lazo y el caballo, acusada de cuatrera fue linchada por instrucciones de una asociación de ganaderos.
Juanita Calamidad, cuyo nombre real fue Martha Jane Canary-Burke se destacó como experta en el manejo de las armas de fuego, hábil exploradora profesional y de un coraje sin límites. Trabajó para el ejército y para el ferrocarril, ejerció ocasionalmente la prostitución para solventar imperantes necesidades y combatió a bandidos y amerindios. Trabó importante amistad con el famoso pistolero, jugador y Marshall Wild Bill Hickok y trabajó como actriz en el espectáculo de Buffalo Bill. Murió a los 51 años y fue enterrada en una tumba aledaña a la de Hickok.
Myra Belle Shirley pasó a la posteridad como Belle Starr. Fue una mujer educada, refinada y culta, extremadamente hábil en el manejo de las armas y excelente equitadora. Las secuelas de la guerra civil y sus sureñas y no recomendables amistades la llevaron por el camino del bandidismo; Se enamoró y se casó con rufianes a quienes siguió y protegió. Actuó con ellos en asaltos y cuatrerismo, estuvo encarcelada y se enfrentó a tiros en incontables ocasiones. Era temida en enfrentamientos leales, tal vez por ello fue asesinada por la espalda.
Annie Oakley fue una de las tiradoras mas rápidas y certeras del oeste indómito, a pesar de que nunca asesinó ni se enfrentó en duelo con nadie. Se distinguió como cazadora y su puntería excepcional recorrió el país. Montó un espectáculo junto a su marido, Frank Buttler otro tirador magistral aunque inferior a ella. Annie disparaba dando en el blanco a una moneda lanzada al aire y desde treinta metros hacía orificios en cartas de naipes o en copas apostadas sobre la cabeza de voluntarios. Ella y su esposo formaron parte del show de Buffalo Bill.
Los registros de la alcaldía de Montana muestran múltiples quejas de vecinos y propietarios de saloons contra dos mujeres pistoleras de baja estatura y de genio y de revolver rápido, muy temidas pues actuaban simultáneamente a dúo haciendo estragos entre tahúres y matones. Una de ellas era apodada Sister, pues aparentemente era hermana de dos importantes políticos de la región y tal vez por ello, los archivos de policía del condado no registran el paso de estas atrevidas cow-girls.
El cine, las novelas y las revistas han sido los medios que han distorsionado la realidad de los hechos, presentando una imagen legendaria de muchos de estos personajes, machistas por excelencia y en general ligados a la delincuencia y al vicio, con excepción de los que imponen o representan la ley y de vengadores o reparadores de faltas a los que mitifican de manera diferente.
En el cine, destacan como directores, con el perdón de muchos grandes que no citamos, en primer lugar el legendario Tom Mix quien además fue actor y antes de su muerte en 1940 produjo y actuó en aproximadamente 400 films. Hubo otros de importancia: Robert Aldrich con Veracruz; John Ford en La diligencia o en El hombre que mató a Liberty Valence, interpretada por John Wayne quien se luce igualmente en la mayoría de otras películas del género como Río Rojo de Howard Hawks; A la hora señalada o High Noon dirigida por Fred Zinnemann e interpretada por Gary Cooper quien obtiene el Oscar por su interpretación; Anthony Mann se inspira de Shakespeare en El hombre de Laramie en que brilla James Stewart; Sergio Leone revoluciona el western y lo enriquece con la música magistral de Ennio Morricone.
Las interpretaciones de Clin Eastwood, Lee Van Cleef, Eli Wallach, Henry Fonda y Charles Bronson han dado realce a sus películas. Leone ha deleitado a millones de espectadores con algunas cintas inolvidables como: Erase una vez la revolución; Por un puñado de dólares; El bueno, el malo y el feo o Erase una vez el Oeste.
Contribuyeron igualmente al mito de los pistoleros los programas de radio, la televisión y las tiras cómicas en las que se destaca sin lugar a dudas el Llanero solitario que cabalga con antifaz en su caballo Plata o el aburrido Roy Rogers que montado en su caballo Trigger, dos pistolas nacaradas al cinto y con una guitarra en la mano adormeció a los adolescentes ansiosos de acción. Fue, Rogers, competidor triunfante del entonces popular y también muy aburrido Gene Autry. Ambos fallecieron riquísimos el mismo año. Estos dos personajes de ficción y realidad llevan los nombres de sus creadores.
El desarrollo científico, las nuevas tecnologías, el colosal intercambio comercial mundial, los diferentes sistemas políticos, las multinacionales, la banca internacional, la mafia, el terrorismo, los narcotraficantes, políticos corruptos, dictadores y otros agentes han traído nuevas preocupaciones y desafíos, pero no han podido sepultar el mito de los pistoleros del oeste, tal vez porque con otro nombre y otras apariencias, las generaciones actuales se enfrentan como justicieras a los nuevos cuatreros de la modernidad y, aunque aun impotentes, estas generaciones hacen esfuerzos por imponer mayor equidad, igualdad y solidaridad en un contemporáneo far west.

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