martes, 10 de septiembre de 2013

Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.

                                                                                                                                     Agustín Muñoz V.
 
 
 
Hoy 11 de septiembre de 2013 se cumplen cuarenta años del golpe militar chileno que puso fin a una democrática, pacífica y revolucionaria experiencia de mil días conducida por el Presidente Salvador Allende, quien muere en La Moneda defendiendo la institucionalidad y dejando para la posteridad un ejemplo de consecuencia política.
Con motivo de este aniversario la sociedad chilena se ha manifestado de diferentes formas. El gobierno ha emprendido recordatorios en un intento de reconciliación nacional. Los partidos políticos de izquierda han elaborado una intensa agenda política y cultural para recordar a sus mártires y para que las atrocidades cometidas por la dictadura militar y por los civiles que dócilmente la acompañaron en sus crímenes, no sean olvidados. Ha habido una proliferación de presentaciones de libros, de debates, de proyecciones de videos y films que muestran y analizan los años previos a la Unidad Popular, su advenimiento y las causas de su derrota, insistiendo en la responsabilidad que les cupo a los Estados Unidos , a la derecha, a la Democracia Cristiana y a los partidos políticos de izquierda.
En medio de una diversidad de declaraciones y de innumerables debates y toma de posiciones, en las semanas previas a este triste aniversario, se ha venido gestando una peligrosa tendencia cuyo objetivo es establecer una culpa colectiva tanto de los actores políticos y en general de la sociedad chilena de esos años. La tesis ha sido muy simple. Para avanzar hacia el futuro como nación y terminar con el pasado que nos divide, es necesario iniciar un proceso de reconciliación nacional, en el que cada uno de los protagonistas de entonces reconozca sus errores y su contribución al clima de intolerancia, de confrontación y de violencia del período del que nadie estuvo exento. En esta voluntad de involucrar al conjunto de los actores políticos de centro, de derecha, de izquierda y a los ultras de cualquier color político, la derecha ha sido extremadamente agresiva y en cierta forma hábil, pues ha logrado también cautivar a algunos personajes de la oposición.
La agresividad tiene su mejor expresión en el senador Alberto Espina (RN), quien declara públicamente que la izquierda de la época es la única culpable de lo que sucedió el 11 de septiembre de 1973. La faz opuesta es la del senador UDI, Hernán Larraín quien en el momento de presentar un libro editado conjuntamente con un ex senador socialista, pide perdón “por no haber colaborado de modo suficiente a la reconciliación en mi trabajo”.
El Presidente de la República, Sebastián Piñera, también ha realizados algunos aportes de interés. En una entrevista concedida hace algunos días a un medio de prensa expresa que durante la dictadura se atropellaron de manera permanente y sistemática los derechos humanos y las libertades esenciales, agregando que en estas violaciones no solamente participaron militares, sino que también hubo civiles, a los que denomina “cómplices pasivos”, que estando al corriente de lo que ocurría no hicieron nada; u otros, que no quisieron saber lo que sucedía y que tampoco hicieron nada. Luego se refiere a jueces y miembros del poder judicial, así como a periodistas que avalaron las atrocidades encubriéndolas o ignorándolas; refiriéndose sin lugar a dudas a los medios de prensa de la época liderados por El Mercurio, La Tercera y La Segunda; a serviles periodistas muchos de los cuales ya han fallecido y ciertamente a personajes que mancillaron el poder judicial como Urrutia Manzano, Israel Borquez y tantos otros magistrados que sirvieron como lacayos al régimen de facto.
En cuanto al tema de solicitar el perdón por los actos cometidos, Piñera estima que ello es un acto individual, refiriéndose de manera clara a diversas manifestaciones de perdón expresadas durante esos días por algunas personalidades políticas. Emerge entonces, nuevamente, el complejo tema del reconocimiento de culpas y del perdón.
El primero en realizar históricamente un mea culpa sobre el rol jugado entre fines de los años sesenta y los setenta, fue Patricio Aylwin, primer Presidente post dictadura y uno de los más encarnizados opositores a la Unidad Popular y al Presidente Salvador Allende. El emocionado pedido de perdón de Aylwin se realiza al inicio del periodo de transición, con motivo de la presentación del informe Rettig primer intento serio para mostrar a Chile y al mundo los crímenes de la dictadura. Más recientemente hubo otras experiencias.
Juan Emilio Cheyre, comandante en jefe del Ejercito de Chile, sin entrar directamente en la vía de los perdones, reconoció en noviembre de 2004, a través de una publicación titulada “Ejército de Chile: el fin de una visión”, que su institución participó en las violaciones a los derechos humanos durante el período de la dictadura militar. Agrega Cheyre algo de suma importancia: que aunque las actuaciones del Ejército se dieron en un escenario de conflicto generalizado, las violaciones a los derechos humanos no podrán nunca tener una justificación ética. Importantísima toma de posiciones de un comandante en jefe que durante su carrera como oficial fue testigo de cómo su institución participaba de numerosos casos de asesinatos y otras violaciones a los derechos humanos, entre otros, el paso de los integrantes de la llamada “caravana de la muerte”, cuando servía como teniente en el regimiento de La Serena. Cheyre no pide perdón, ni a título individual ni colectivo; pero sí reconoce que su institución participó activamente en violaciones a los derechos humanos y que ello no tiene justificación alguna.
Andrés Chadwick, actual Ministro del interior, ex colaborador y activo partidario de la dictadura militar reconoce, en una entrevista televisiva en el año 2012, que durante el gobierno militar se violaron brutalmente los derechos humanos y se arrepiente de haber sido partidario de un régimen en que se cometían atrocidades, las que condena y de no haber hecho nada para impedirlas. Este planteamiento lo reitera públicamente hace algunas semanas. Reconoce, condena, se arrepiente, pero no le solicita perdón a nadie.
La Asociación Nacional de Magistrados del Poder Judicial en un reciente comunicado pide perdón por las omisiones impropias de su función durante la dictadura, agregando que no es posible eludir su histórica responsabilidad en las violaciones a los derechos humanos, poniendo de relieve de manera especial el que hayan declarado inadmisibles miles de fundados recursos de amparo que de haber sido acogidos hubiesen salvado muchas vidas, el no haberse apersonado a los centros de detención y torturas y la sistemática negativa a investigar los crímenes denunciados. Invocan finalmente a los Jueces de la corte suprema a romper el pacto de silencio y realizar un mea culpa similar.
Algunos dirigentes de la oposición han ingenuamente entrado en este juego de arrepentimientos, perdones y autocríticas. El senador socialista Camilo Escalona, quien fuera dirigente estudiantil durante la Unidad Popular manifiesta que en aras de un compromiso tendente a reafirmar la democracia y evitar la confrontación, pide perdón “ por la conducta que yo pude tener de ser parte de la polarización y de una confrontación que nos llevaba a enfrentarnos a miles de estudiantes en la calle a peñascazos y de manera enteramente descontrolada, por el grano de arena que involuntariamente yo pude haber colocado en la agudización de esas contradicciones…”. Pero no es el único. A ello se suma otro importante dirigente del socialismo chileno, Osvaldo Andrade, Presidente de la colectividad quien de manera más cautelosa e inteligente respalda la posición de Escalona y agrega que como presidente del PS no tiene problemas en pedir disculpas o hacerse una autocrítica por el accionar pasado, recordando que esto ya fue realizado por la “Renovación Socialista” antes del advenimiento de la democracia.
El ex presidente Ricardo lagos, la senadora Isabel Allende y el ex ministro Sergio Bitar han también intervenido, expresando sus discrepancias con los personeros de izquierda que imploran el perdón. Ricardo lagos manifestó “No estoy de acuerdo con aquellos que creen que hay que pedir excusas por lo que hizo Salvador Allende en su gobierno. ¡No señor!". Agrega que sin dudas se cometieron errores durante la presidencia de Salvador Allende, pero no horrores, por lo que no es posible asimilar las violaciones a los derechos humanos cometidas por la dictadura, al gobierno de la Unidad Popular donde existía una clara separación de poderes que cumplía sus funciones y donde la democracia funcionaba . Los puntos de vista de Isabel Allende y de Sergio Bitar apuntan en el mismo sentido.
Cuesta entender esta desenfrenada carrera por solicitar perdón por actos cometidos en el ejercicio de funciones institucionales o políticas en un país que aún no ha cerrado las heridas producidas por el quiebre institucional y por los crímenes de la dictadura, la mayoría de los cuales están aún sin resolver, con pocos culpables detenidos y sin aclararse aún la mayoría de las desapariciones. Es difícil entender estas manifestaciones de perdón, sobretodo de parte de personeros de izquierda en un país que aún funciona políticamente en el marco de una Constitución elaborada por la dictadura; con un modelo económico idéntico al que impuso el gobierno de facto donde imperan las mismas fuertes desigualdades; con una legislación laboral que fue realizada bajo el régimen de Pinochet y con un sistema de elección binominal maquiavélicamente diseñado por el ideólogo de la dictadura, Jaime Guzmán. Sin descartar la sinceridad y la voluntad de reconciliación nacional de los que solicitan perdón, probablemente haya mucho de ingenuidad y de oportunismo en esas manifestaciones. En Chile el pedir perdón por actos políticos considerados erróneos no es frecuente. Hemos citado anteriormente algunos raros ejemplos durante los últimos veintitrés años y tal vez haya otros, pero sin dudas escasos, que hayamos omitido.
En otros países estas actitudes son más frecuentes, como en los Estados Unidos cuya tradición protestante invita al arrepentimiento público, por acciones públicas o privadas, lo que a veces aporta dividendo político al arrepentido. Esto es también frecuente en otras sociedades anglosajonas.
Sin embargo, la noción de perdón es más compleja, pues más allá de su amplio origen religioso, el denominador común es confundirlo con la disculpa, con el arrepentimiento y con otras nociones que lo hacen expandirse tanto en su concepto como en los ámbitos temáticos que abarca: filosofía, justicia, derecho, sociedad, religión etc.
Jacques Derrida filósofo francés fallecido en 2004, dirigió durante algunos años un seminario sobre “El perdón y el arrepentimiento”. Entrevistado por el sociólogo Michel Wieviorka, acerca del tema del perdón, Derrida expone de manera brillante tanto la génesis como la evolución y aplicación del concepto. En una de sus reflexiones Derrida manifiesta que el perdón perdona solamente lo imperdonable, lo que la iglesia llama el pecado mortal y que el perdón debe presentarse como lo imposible mismo. Uno de los daños imperdonables donde puede o no intervenir el perdón son los crímenes contra la humanidad y aludiendo a Hegel señala que todo es perdonable salvo los crímenes contra el espíritu.
En el concepto hegeliano la dictadura militar chilena cometió crímenes contra el espíritu y me atrevo a decir contra la humanidad, pues la tortura, los asesinatos y atentados cometidos en el extranjero en el marco de la Operación Condor, como fue el caso del general Prats, de Orlando Letelier, de Bernardo Leighton; los crímenes cometidos por la Caravana de la Muerte; los asesinatos de José Carrasco, de Eduardo Charme, de Tucapel Jiménez y de tantas otras personas; los restos calcinados de presos políticos descubiertos en los hornos de Lonquén,  los detenidos desaparecidos que aun no aparecen; los asesinatos del general René Schneider, del comandante Araya, edecán del Presidente Allende y otras acciones de terror cometidas a partir de fines de los años sesenta, constituyen lo imperdonable donde el perdón puede o no intervenir, siendo previo el reconocimiento de la culpabilidad, el arrepentimiento, la solicitud de perdón y obviamente la intervención de la justicia y el dictamen de la pena.
No fue la izquierda quien impuso el clima de terror y de confrontación en Chile. La historia ha sido clara y manifiesta. El informe Church del senado norteamericano, los documentos desclasificados y los testimonios de diversas personalidades cuya credibilidad es a toda prueba, así lo demuestran. La izquierda no tiene porqué arrepentirse ni pedir perdón por las terribles agresiones de que fue objeto. Los responsables del clima de terror y del golpe de estado fueron los civiles de la derecha, la gran mayoría de los demócratas cristianos, el gobierno de los Estados Unidos de la época con Nixon a la cabeza y los militares sediciosos. Ni los militantes ni simpatizantes de la Unidad Popular participaron del terror, ni impusieron la violencia. Afirmar lo contrario es querer transformar el pasado y manipular a la clase política actual en vías de una reconciliación nacional que será muy difícil de obtener sino se establece la verdad.
Los arrepentimientos y peticiones de perdón de nuestros líderes de izquierda por los pecados veniales cometidos, como las piedras lanzadas por Escalona, por su ingenuidad, nos obliga a evocar a Lucas en el Nuevo Testamento en sus versículos 23, 34: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.
 
11 de septiembre de 2013.