Por Agustín Muñoz.
Manuel Contreras Sepúlveda, oficial
en retiro del ejército chileno, creador y director de la Dirección de
Inteligencia Nacional, DINA, murió el 7 de agosto a las 22:30 horas, en las
dependencias del hospital militar de Santiago.
Las fuertes lluvias, el frío santiaguino y las tormentas eléctricas del
invierno capitalino contribuyeron a dar una atmósfera de tenebrosidad al deceso de uno de los
personajes más siniestros de la historia de nuestro país. A pesar de su largo
historial represivo y de haber sido condenado a más de medio milenio de cárcel
por los crímenes cometidos, no murió en una prisión, no fue degradado y
conservó su rango y pensión de General de Ejército.
Sus funerales fueron clandestinos. No hubo ninguna ceremonia oficial. Se
hizo, como en los mejores tiempos de la represión, un operativo de despiste para evitar las
manifestaciones de repudio y su cuerpo fue cremado muy rápidamente,
entregándose a unos muy pocos familiares sus cenizas. Toda esta misteriosa y
secreta cremación alimentó en algunas redes sociales, durante poco tiempo
afortunadamente, el imaginario
cibernauta. Se dijo que no estaba muerto, que seguía vivo; hubo dudas e interrogantes como las que surgieron en otras
épocas con otros asesinos. Hitler es un ejemplo: durante años se especuló
acerca de la no veracidad de su muerte. Se dijo que había escapado en un avión
piloteado por su sobrina, Hanna Reitsch, además de otras especulaciones.
Nuestro criollo Tucho Caldera, sádico homicida de la localidad de San Felipe, fusilado en
1947 en la más estricta reserva, pues de manera inusual no se permitió el
ingreso de periodistas y otros testigos, contribuyó igualmente a la mitología
nacional ya que corrió el rumor de que
había sido protegido por un antiguo empleador, el Presidente Gabriel González Videla. Su
nombre y la posibilidad de estar vivo infundieron muchas dudas entre campesinos de la zona.
Mitomanía chilensis unida al estupor frente a la falta de transparencia;
frente a las públicas concesiones otorgadas por la Concertación, por la Derecha, por la Nueva Mayoría a un reo condenado por delitos violatorios
de los Derechos Humanos, pues se le
otorgaron privilegios que sobrepasan la bondad, el espíritu humanitario: cárcel
especial, comidas a la carta, esparcimientos diversos en su reclusión, cancha
de tenis, hospital de privilegio, entrevistas en televisión (en las que
aparecía soberbio y sonriente) y otras granjerías.
Mitomanía alimentada igualmente por la impotencia, por la sed de
justicia, las que conforman una suerte de
voluntad de que el asesino continúe con vida para que purgue en este mundo los
crímenes y actos de sadismo cometidos y que en algún momento se establezca la
verdad.
La gente espera el juicio terrenal y no el divino. El Infierno,
siniestro lugar del más allá, no es suficiente. Los tormentos descritos por
Dante a los que, como Contreras, son acreedores para integrar el primer Giro
del Séptimo Círculo del Infierno, no bastarían para castigar las perversidades
del General; ni siquiera lo serían los castigos
del Noveno Círculo, el más terrible,
donde son confinados los traidores como Pinochet. La idea de un infierno
ligada al castigo es insuficiente, aún cuando éste sea el espejo de los
fracasos e incapacidades de la sociedad
por resolver sus problemas de justicia.
Contreras, al igual que Pinochet, mancilló a su
institución con terribles baldones de traición, sangre y cobardía. Fue
un ideólogo de la violencia institucional, fue un asesino solapado, un
torturador, un manipulador que, entre otras cosas, contribuyó poderosamente a expandir el terror
y la represión más allá de las fronteras.
El asesinato de Orlando Letelier en los Estados unidos; el del General
Carlos Prat en Argentina; la creación de la Operación Cóndor en el Cono Sur de
Latinoamérica que hizo desaparecer, que asesinó, que torturó, que apresó a
miles de personas de nacionalidades
diversas con la complicidad de argentinos, brasileños paraguayos y uruguayos;
los intentos de asesinato a Bernardo Leighton y Carlos Altamirano, el caso de
los 119 desaparecidos etc., son solo
unos pocos ejemplos de su maldad infinita.
Contreras no solo ordenaba, también actuaba. Desde su reducto de Tejas
Verdes planificó, al igual que Heydrich
y Beria, su estrategia de poder basada
en la concentración de los servicios de inteligencia y el ejercicio de la
represión a través de la Dina, émula de Gestapos o de Lubiancas. Desde allí y
con el aval del Capitán General construyó su pequeño imperio e infundió el
pavor incluso entre los uniformados.
Se ha dicho que le gustaba torturar personalmente a sus prisioneros y que obligaba a sus
subordinados directos e indirectos a ejercer sevicias y a asesinar a los
detenidos a fin de que la culpabilidad fuese colectiva. En esto no fue muy
diferente a otros símiles latinoamericanos como el Tigre Acosta de la ESMA argentina
o los esbirros del dictador Trujillo en República Dominicana.
Al igual que el despiadado Jorge
Eduardo Acosta y de su Jefe directo el Almirante Emilio Eduardo Mazzera, quiso,
Contreras, desarrollar un proyecto político de infiltración hacia los Partidos
y hacia las organizaciones de exiliados. Utilizó para ello y para otros
crímenes a colaboradores del mundo de la política y del sindicalismo, algunos
quebrados por las fuertes torturas infligidas a ellos y a sus familiares. En
diversas conferencias y declaraciones a la prensa, el Mamo Contreras se jactó
de haber asistido personalmente a reuniones y actividades de solidaridad
organizadas por el exilio chileno. La incógnita persistirá sobre la veracidad
de sus aseveraciones sobre todo aquella que se
refiere a una cena organizada a mediados
de los setenta por el Partido Socialista
en Finlandia donde habría asistido Carlos Altamirano. Esta declaración, hecha a
la prensa, la utilizó ante los Tribunales de Justicia de nuestro país, el abogado
de Altamirano, el jurista Manuel Valenzuela, para probar que el Secretario
general del PS se encontraba en el extranjero y poder así acogerse a la
prescripción y poder regresar a Chile en
el año 1992, ya que el requisito indispensable de esta prescripción era
probar que la persona llevase más de 15 años fuera del territorio nacional y
como Altamirano había salido clandestinamente del país, no había como probar su
salida.
La muerte de Contreras dejará muchas interrogantes. Las más importantes son
sin lugar a dudas las que se refieren al destino de los desaparecidos, a la
organización de la represión, a los cómplices activos y pasivos, a los
consorcios y empresas privadas que
apoyaron financieramente a la DINA, a los empresarios que aportaron capital
para la represión y a la complicidad del conjunto de la Fuerzas Armadas y de algunos
de sus integrantes que ocuparían cargos de relevancia en esas instituciones.
Pero también deja varias otras como el rol de los civiles que sabiendo todo,
o casi todo, callaron; el de los medios de comunicación que violando toda ética
mintieron, engañaron y se prestaron para cubrir los crímenes; la impotencia, el
temor y la abulia de nuestros gobernantes
y dirigentes políticos durante la democracia que no tuvieron ni la voluntad
manifiesta, ni emprendieron acciones para que los castigos a los violadores de
los Derechos Humanos hubiesen sido ejemplares. Nadie, hasta hace muy poco habló
o tomó, por ejemplo, iniciativas tendentes a degradar a Contreras u a otros; a
pesar de que uno de los gobiernos de la Concertación no titubeó en hacer todos
los esfuerzos internacionales para traer a Pinochet de regreso de su prisión en
Inglaterra.
Una interrogante importante dice relación con Contreras como individuo,
como persona formada bajo los cánones de una sociedad democrática, de un estado
republicano, educado en un instituto militar que se supone otorga valores morales
que tienden al perfeccionamiento del ser humano. ¿Qué ocurrió en nuestra
sociedad para haber producido personajes como él?
¿Qué recuerdos aparte de su sadismo y de sus asesinatos dejará el Mamo a
su familia, al país, a la historia?
Probablemente el solo recuerdo de que fue un HOMBRE MALO.