domingo, 15 de noviembre de 2015

Atentado a la libertad


                                               

Por Agustín Muñoz.
 

La noche del 13 de noviembre será recordada como una de las más trágicas de la historia política francesa.
Ataques terroristas casi simultáneos estremecieron la alegre normalidad de un cálido fin de semana parisino. Primero fue el estadio de Francia donde cerca de ochenta mil personas, entre las que se contaban el Presidente Hollande y el Ministro del interior, presenciaban un partido amistoso entre Francia y Alemania. Tres explosiones no consecutivas, percibidas por muy pocos, acompañarán el jolgorio del primer gol de los franceses en las afueras del estadio. Las explosiones se producen frente a tres comercios de comida rápida muy frecuentados habitualmente. Varios heridos, cuatro muertos, tres de los cuales corresponden a kamikazes. Hollande y su Ministro son evacuados, el partido continúa y al final la noticia se expande, al igual que el estupor, el miedo, la inseguridad.
El popular barrio 10 y el animado barrio parisino de la República, 11éme arrondissement, iluminados por los neones y letreros de restaurants, bares, cafés, teatros y sobretodo resplandeciente de historia democrática conocen casi al mismo tiempo tres otros ataques  siniestros. Le Carillon et Le Petit Cambodge, dos restaurants frecuentados por gente apacible y alegre son objeto de la metralla mortífera, al igual que la pizzeria Casa Nostra, y los cafés La Bonne Biére, Le Comptoir Voltaire et le bistrot La Belle Equipe.
Calles por las que han desfilado las más importantes manifestaciones republicanas con figuras  ilustres como Jean Jaures, asesinado en 1914 en el aledaño “Café du Croissant”; Mitterrand; Jean Paul Sartre; André Malraux. Lugares como la imponente estatua de Marianne, en la Plaza de la República desde donde De Gaulle presenta el 4 de septiembre de 1958 su proyecto Constitucional. Marianne  símbolo de la democracia que se alza sobre las tres alegorías de la libertad, de la igualdad, de la fraternidad hoy estremecidas por los gritos de los heridos y muertos por las balas asesinas de las kalavnikosh. Sitios empapados de un pasado de gloria, ahora mancillados por el odio. Se adiciona a este horror el  de los asistentes al concierto de música Metálica en el teatro Le Bataclan que vivió una cruenta representación de terror y de maldad. El trágico balance  de estos  criminales actos terroristas es hasta el momento de 132 muertos y 352 heridos.
La tristeza y el dolor se han amparado de la ciudad. Las animadas mañanas de los días sábados y domingos en las que habitualmente los parisinos hacen deportes, salen de compras, desbordando las ferias y mercados o simplemente pasean, se han vuelto desiertas. Los autobuses y el metro se han vaciado y la circulación de vehículos ha disminuido notoriamente dando la sensación de una ciudad despoblada. Sólo se escuchan las sirenas y  el paso raudo de ambulancias y policías. Muchos jóvenes han concurrido  a los lugares accesibles de la tragedia donde encienden velas o depositan ramos de flores, otros miran en silencio y hasta un pianista se traslada con su instrumento para rendir un homenaje postrero interpretando a John Lennon.
El Gobierno llama a la unidad nacional, el Presidente considera los ataques terroristas como un acto de guerra y de agresión hacia la Francia y a los valores que ella representa. Se decretan tres días de duelo nacional y  luego de casi 50 años se impone  el estado de urgencia. Se cierran los cines, los lugares públicos, los estadios, las piscinas, las ferias, los mercados.
¿Por qué ocurre todo esto? ¿Por qué el país de los derechos humanos, de los valores republicanos, de la democracia, de la libertad, de la solidaridad, de la cultura y de la tolerancia es objeto de estos infames ataques que comienzan desgraciadamente a repetirse de más en más?
Las respuestas son sin dudas múltiples, extensas y muy contrapuestas entre sí. No es el momento ahora de profundizarlas.
Sin embargo, hay algunas cuestiones que no podemos dejar de examinar.
La primera se refiere al fanatismo radical religioso, representado por el Estado Islámico, que hace de la intolerancia su objetivo esencial, tratando de imponer sus ideas totalitarias hacia las democracias occidentales. Francia por su historia, por sus valores democráticos, por su defensa de la laicidad, de la igualdad, de la tolerancia, es sin dudas un enemigo privilegiado y por  ello ha sido objeto de varios e importantes atentados y ataques terroristas
La segunda, muy en relación con la primera, es la política exterior francesa y su combate contra el extremismo y djihadismo en diferentes frentes para entre otros objetivos, evitar los ataques de que ha sufrido. Esto, sin lugar a dudas la expone a este tipo de acciones criminales, por lo que la diplomacia y la seguridad interior deben acrecentarse más que nunca. Las redes de financiamiento de DAECH y los países que encubren sus transacciones deben ser desmanteladas y objetos de sanciones internacionales De igual manera el rol, la coordinación y la eficacia de los servicios de inteligencia tendrán que  ser seriamente discutidos.
La tercera está relacionada con los propósitos que persigue el Estado islámico con estos ataques que no son otros que causar pánico, terror y sobretodo cambiar los valores democráticos, y   formas de vida de la sociedad  francesa, por los de una sociedad encerrada en sí misma, intolerante, racista y totalitaria. Esto no puede ocurrir y más allá de las temporales medidas que se impongan en beneficio de la seguridad ciudadana, la sociedad francesa debe continuar con su habitual estilo fraterno, solidario, republicano , amante de la vida y no confundiendo islamismo radical totalitario con el credo musulmán pues hacia eso apunta el terrorismo de DAESH.
En fin, hay cuestiones más profundas que habrá que analizar con calma y cautela como  las políticas de integración, de educación,  de exclusión social, de lucha contra la desigualdad que necesariamente deben ser perfeccionadas para contribuir a que estos atentados contra la libertad no se reproduzcan nunca más.