miércoles, 21 de marzo de 2012

PROSTITUTAS Y POLÍTICA




                                                                                                                                 por Agustín Muñoz V.



El prematuro verano mediterráneo mezclado con la fresca brisa que apenas traspasaba las montañas y que traían el perfumado aroma de Grasse, motivaban a una larga y despreocupada caminata por el concurrido Paseo de los Ingleses en Niza. Abriéndonos paso y a veces zigzagueando entre elegantes parejas de acomodados ancianos, de espectaculares francesas que cubrían sus nalgas solo con algo parecido a una minúscula cinta de regalo, de jóvenes risueños y veloces en sus estilizados patines y de africanos y árabes resueltos a vender sus inútiles mercancías, nos dirigíamos casi por intuición a la terraza de un atestado Negresco que a cada momento parecía más difícil de alcanzar, dificultad acrecentada por un pequeño grupo de personas que entorpecía más aún el desplazamiento. Intentamos en vano atravesar la calle, inhibidos más por las miradas y bocinas reprobadoras que por temor a los vehículos y continuamos en lenta marcha hasta el gentío que iba en aumento. Casi rodeada por una veintena de curiosos se levantaba de uno de los asientos que miran hacia el mar, altiva y con una dignidad ejemplar, una mujer de probables ochenta años, alta, delgada, elegante y con un rostro adusto, lleno de determinación y que a pesar de un no disimulado rictus de desagrado, tenía aún las huellas de una belleza que se fue. Muchos la fotografiaban, otros comentaban en murmullos y la miraban con una mezcla de admiración y sorpresa. Pensamos que era una famosa actriz de cine, tal vez una millonaria americana o alguna política europea desconocida para nosotros. Pregunto a un joven que parecía paparazzi o periodista a juzgar por las miles de fotos que tomaba desde diversas posiciones. Nos contestó al cabo de un silencio interminable, molesto por haber interrumpido su tarea: “Es Madame Claude” y corrió para alcanzarla. Sin ningún temor ni inhibición Madame Claude se perdió entre los vehículos, dejando la visión de una silueta vestida de negro que se hacía cada vez más difusa como en esos sueños inconclusos.

El mozo del bar del Negresco, que en más de una ocasión frecuentó Saint-John Perse, uno de los mejores poetas franceses de todos los tiempos, satisfizo nuestra curiosidad y nos habló del personaje que ha sido objeto de varias biografías, libros, artículos, crónicas y hasta de una exitosa película. Madame Claude fue una proxeneta de renombre en los años 60 que revolucionó a nivel internacional el mundo de la prostitución de lujo. Hija de una familia provinciana pobre de la Francia profunda, educada en los más estrictos cánones de la religión católica, emigra a Paris donde ejerce diversos oficios, incluido el de ramera. Fue una activa resistente durante la ocupación alemana e internada en un campo de concentración. Posteriormente se relaciona con personajes de la política y de la mafia hasta que le compra a una amiga una red de prostitución que en muy poco tiempo la transforma en uno de los negocios más rentables y prósperos gracias a la tecnología y a su toque personal. Todo se pasa a través del teléfono. Las citas, las peticiones extravagantes, las direcciones, el tipo de mujeres, los gustos especiales del cliente y por cierto la tarifa. Es el nacimiento de las call girls. Las chicas son estrictamente seleccionadas por su belleza, por su inteligencia y por su comportamiento en la cama. Para los dos primeros aspectos es Madame Claude, cuyo nombre real es Fernande Grudet, quien toma las decisiones. Para el tercer tópico es un conocido y envidiado escritor y cineasta de la época quien realiza los necesarios test. Una vez seleccionada entre cientos de postulantes, el noviciado se inicia con un proceso de culturización y de urbanidad en que las lecturas de algunos clásicos son obligatorias, así como visitas a museos, obras de teatro y aprendizaje de idiomas. La vestimenta, el cuidado del cuerpo y las joyas que deben combinar, forman parte de las lecciones que imparte la propia Madame. Todos los deseos de los clientes deben ser satisfechos, aun los más curiosos e insólitos. La discreción y la prudencia forman parte de las reglas de este selecto ejército de call girls de gran lujo y refinamiento. Son muchas las personalidades del mundo de la finanza, de la política, del deporte, de la cultura etc. que formaban parte de su clientela exclusiva y distinguida. Tal vez por ello fue ampliamente protegida. Dicen sus biógrafos que un conocido presidente de los Estados Unidos, amante de los puros y de las bellas féminas, recurría frecuentemente a sus servicios, al igual que un ya fallecido e importante hombre político francés que le brindó protección y que ella le retribuyó con algunos importantísimos secretos obtenidos en alcobas de altos dignatarios. En una ocasión, por ejemplo, una de sus muchachas le contó de la conversación telefónica que un dictador africano protegido de Francia, realizó en su presencia y que luego, agradecido por las maravillas que le prodigaba en su lecho, le dio detalles más precisos de su futura alianza con una potencia contraria a los intereses económicos galos. A las dos semanas de esta revelación los paracaidistas franceses tocaban suelo africano y el parlanchín dictadorzuelo era reemplazado por otro más leal. Los servicios secretos franceses utilizaban tanto a nivel nacional como internacional las confidencias de Jefes de Estado y de personalidades políticas para sus análisis de inteligencia en los que la red de Madame Claude fue fundamental. Todo cambió a partir de 1974 con la llegada de un nuevo mandatario, de una nueva legislación sobre la prostitución y los problemas de Fernande se acrecentaron, pues era una persona que ahora molestaba. Solo fue encarcelada en 1992. Luego de algún tiempo en prisión, fijó su residencia primero en los Estados Unidos y luego, al parecer, en Niza, donde vive una vejez apacible, a veces interrumpida por indiscretos paparazzi. No entregó jamás su famosa y voluminosa libreta negra desbordante de nombres y de secretos, a pesar de haber puesto, algunos de ellos, al servicio de varios gobernantes.

Nuestra conversación continúa y deriva hacia otros tópicos, pero el recuerdo de Madame Claude se impone. Pensamos en otras mujeres de profesión similar que hayan influenciado en política o que hayan servido a intereses políticos. Aparecen nombres dispersos que lanzamos como en un desordenado brainstorming en el que la cronología poco importa.

Aparece la infaltable espía múltiple Margharetha Geertruida Zelle, conocida como Mata Hari, quien se servía de su cobertura de bailarina y prostituta para obtener secretos militares que pasaba de inmediato a los enemigos de Francia. Fue fusilada por los franceses en octubre de 1917, poco antes del término de la Primera Guerra mundial.

“Il ne faut pas oublier La Paiva” nos susurra discreto el barman que ha seguido atento nuestra conversación, refiriéndose así a Ester Pauline blanche Lachmann que fue la más célebre de las prostitutas y cortesanas del siglo XIX. Hermosa, determinada y perteneciente a las no sometidas en el lenguaje policial, es decir a aquellas que no pudieron ser fichadas en el ejercicio de su profesión, se elevó a la cúspide de la riqueza y del poder, a pesar de períodos de enormes dificultades económicas, rayanas en la miseria. Cliente apreciada de Boucheron, los recientemente publicados archivos secretos de este joyero de renombre dan cuenta de los millones que gastó en brillantes y otras piedras preciosas. En pleno período de guerras y conspiraciones, sus influyentes amantes y amistades le proporcionaban, además de dinero, joyas y castillos, informaciones que transmitía a los prusianos. Tuvo que abandonar Francia acusada de espionaje, pero su matrimonio con el conde Guido Henckel de Donnersmarck, primo del canciller Bismarck corona su triunfo económico y le permite vengarse de las humillaciones sufridas en el hexágono. En el momento en que se negocia el armisticio con Prusia, logra influenciar a su esposo y al propio canciller para que la indemnización que debió pagar el país galo por costos de guerra fuese aumentada sustancialmente. Fue tanto el amor de su esposo por la Paiva que cuando ésta muere y ya casado con Catherine de Slepson, la joven esposa descubre con horror, en una de las dependencias del castillo, los restos mortales de la cortesana flotando en un urna de cristal repleta de una solución de alcohol.

Los nombres de Gaby Deslys quien en 1902 realiza, además de otros menesteres, el primer Striptease en Paris y que más adelante espió por cuenta del gobierno francés al propio rey Manuel II de Portugal; el de la alemana del este Gerda Munsiger que ejercía en un lujoso cabaret de Montréal a fines de los cincuenta hasta mediados de los sesenta y que aprovechaba de obtener secretillos de seguridad nacional a los ministros y parlamentarios que allí conocía, los cuales transmitía a las autoridades de la RDA, o el de Emilia, mujer bella, de gran carácter que ejerció una gran cantidad de oficios, incluso el del que hablamos. Logró seducir al avaro y beato dictador portugués Antonio Salazar y le probó su lealtad denunciando judíos importantes en plena segunda guerra mundial y leyéndole los astros .Le predijo algunas buenas noticias y el derrame cerebral que le ocasionaría la muerte algunos pocos años después.

Nos acordamos de John Profumo, Ministro de guerra británico en los años sesenta, que por intermedio de un médico y proxeneta de apellido Ward conoce a la bellísima Christine Keeler quien al mismo tiempo que le procuraba amor del bueno como dice José Alfredo Jiménez en Un Mundo Raro, le extraía secretos militares que transmitía al agregado naval soviético Yevgeny Ivanov. El desliz de Profumo terminó con su renuncia, con la condena de Christine Keeler, el suicidio de Ward condenado por proxenetismo, la partida de Ivanov y en un escándalo político de proporciones que motivó la renuncia del Primer Ministro Inglés Harold MacMillan, el mismo que poco tiempo antes, al bajar de un avión se emociona ante cientos de miles de melenudos jóvenes londinenses que gritaban entusiasmados; orgulloso le dice a su asistente que ante tanto fervor hacia su persona debe dirigir unas palabras a esa juventud agradecida. Su asistente no se atreve a mirarlo, pero le murmulla: - My Lord, esperan a los Beatles que vienen atrás, en clase turista.

El tiempo pasa raudo, el sol se ha escondido y ya ni contamos los vasos de etiqueta negra desbordante de hielo que han sido consumidos. Hablamos de todo: de las montañas ginebrinas, de la comida francesa, de la caza de gibiers, de felinos. No hay caso, el mono tema perdura y hasta interesa a otros habitúes. Un elegante italiano de Ventimiglia, tierra del Corsario Negro, a quien el barman lo trata de Commendatore, nos interrumpe y nos habla de la Cicciolina, de la escritora genovesa Griselidis Real, que ejerció como prostituta durante treinta años para dedicarse luego a luchar por los derechos de aquellas personas que han decidido ejercer oficios del sexo, Le refutamos con ardor sus dos ejemplos pues, independientemente de su profesión, se trata de militantes que ejercen la política que es algo diferente a lo que platicamos. Empecinado, insiste con la bella Ruby que tuvo por las cuerdas a Berlusconi. Nuevo rechazo pues argumentamos que no ejerció influencias políticas en el Jefe de Estado, solamente tarifó. Nos pregunta entonces, algo molesto, por América Latina. Nos dice que él está al corriente de que hubo incluso algunas heroínas y otras que incluso gobernaron.

Nos defendemos como diestros espadachines de esta provocación. De por medio está el honor de Latinoamérica. Le enrostramos su atrevimiento y hasta su ignorancia, pues tiende a confundir la profesión de artista de teatro, de variedades, de bailarina, con la de prostituta, confusión bastante frecuente y malintencionada. El habano de mi amigo casi le roza la cara cuando le dice con voz terrible que a las mujeres liberadas no se les puede confundir con meretrices. Nos rebate que no es así, que él ha leído, que su condición de asistente de bibliotecario le ha permitido saber muchas cosas. Nos desafía con consultar su flamante blackberry y hasta el Who is Who. No le aceptamos nada. Lo volvemos a increpar y le explicamos enardecidos que si se refiere a la “Güera Rodríguez”, patriota mexicana y mujer liberada e inteligente que contribuyó poderosamente a la independencia de América, es una injuria gratuita rayana en el neocolonialismo. Que la Perricholi, amante del Virrey Amat fue una gran artista teatral y que los que la han tratado de otra cosa son unos infames.

Irritado me espeta mencionando a la chilena Carlina y a Isabelita Martínez. Sorbo lentamente lo que resta en el vaso y le explico que doña Carlina Morales efectivamente fue una prostituta de renombre en el Santiago de los años 50 y que su burdel de la calle Vivaceta 1226 fue frecuentado por muchas personalidades, atraídos por un conjunto de travestis denominado el Ballet Azul, pero que a mi conocer no hubo relación alguna con la política. Lo desafío a que me contradiga. Calla por un momento y levanta las cejas esperando casi triunfante por lo de Isabelita. Continúo, molesto por su empecinamiento, que hay coincidencia en todos sus biógrafos que la argentina presidenta fue bailarina en el cabaret Pasapoga de Caracas. Mi amigo asiente entusiasmado y agrega que también bailó en el Caracol de Bogotá y que en el night club Happy Land de Panamá conoció en 1956 a Perón. Le insisto en que no hay pruebas ni testimonios de otra cosa y que si de algo se le puede acusar es de haber sido cómplice de López Rega y de sus 3A, de haber permitido en democracia la prisión, tortura y muerte de miles de compatriotas y extranjeros. Que ello es su sola e importante mácula.

Nos evoca entonces de manera casi triunfal un nombre sacrosanto. No lo dejamos terminar. Castigamos su insolencia y somos expulsados del local. El barman explica a los asombrados parroquianos: “Ils se sont disputés á cause de putes”.