domingo, 20 de octubre de 2019

EL PAIS EN LLAMAS



Este podría ser el título de una novela o de algún cuento al estilo del magistral Juan Rulfo. Sin embargo ,  no se trata de  ficción, sino  de una deslumbrante realidad que se ha manifestado en las principales ciudades de nuestro país al  que hace algunos días el Presidente de la República calificaba como un tranquilo Oasis comparado con lo que ocurría en otras latitudes de nuestro continente. aludiendo sin dudas a Venezuela y a Ecuador.
Las masivas protestas ciudadanas y las llamas que han destruido las más importantes estaciones del Metro de Santiago, de Valparaíso y de Viña del Mar, sus vagones, los destartalados buses del Transantiago, cadenas de supermercados, alumbrado público, edificios emblemáticos; protestas  que se han expandido hacia otras ciudades del territorio nacional y que han sido la expresión de un enorme descontento social acumulado desde muchos años ignorado por los diferentes gobiernos , por la clase política y por el movimiento sindical.
La abismante e histórica desigualdad existente en nuestro país que lo sitúa como uno de los más desiguales del mundo según el índice de Gini y estudios de CEPAL y del Banco Mundial, no ha sido reducida y sus efectos se han hecho sentir de manera lacerante en la inmensa mayoría de la población.  Esto se manifiesta  de manera concreta en  los bajos salarios que no superan los 500.000 pesos para el 70% de los trabajadores, el constante aumento del costo de vida, las pensiones miserables del sistema privado de fondos de pensiones, la deficiente calidad del servicio público de salud , las abusivas exclusiones de las Isapres, las colusiones empresariales de diversa índole, las deficiencias del sistema educativo y sus crecientes costos, la mala calidad del empleo, la dura jornada de trabajo acrecentada por  los largos trayectos de un ineficiente transporte urbano en la capital , el aumento de la delincuencia etc. En fin, son muchos otros los ejemplos que han contribuido a la explosión social  a la que hemos asistido. Este estallido espontaneo, masivo y nacional que tomó por sorpresa a nuestros ineficientes gobernantes a los partidos de derecha, de izquierda y a las organizaciones de trabajadores, sin embargo se veía venir.
Ya no se trataba solamente de las acostumbradas “tomas” y acciones de vandalismo en el Instituto Nacional, sino de algo más profundo que se venía gestando en medio de las celebraciones gubernamentales por el fracaso de la acusación constitucional contra la Ministra de Educación. El consenso ciudadano por el proyecto de reducción de la jornada a 40 horas de trabajo por semana rechazado por un empresariado retrógrado y por un gobierno sin visión política, vacilante y tecnocrático, el repudio a las AFP, a las miserables pensiones otorgadas y la pertinente cuestión de la propiedad de los fondos de un sistema privado que no es de seguridad social, tuvo tal aceptación que por primera vez en la historia se censura a uno de sus más altos dirigentes y tanto la derecha como el empresariado y el gobierno se abren a una discusión sobre la utilización de los mismos para otros fines que el de pensiones. A ello se suma la pugna institucional entre un poder del estado y el Tribunal Constitucional que enciende una nueva chispa en el acalorado medio ambiente político.
Los partidos políticos  y las diversas coaliciones están igualmente  pasando por momentos complejos. La   debilitada Nueva Mayoría se presenta dividida con las posturas individuales de la Democracia Cristiana y las posiciones díscolas de algunos  parlamentarios. El Partido Socialista se debilita con las renuncias de importantes militantes, la paulatina pérdida de credibilidad  en medio de acusaciones diversas y a su falta de posicionamiento en los grandes temas del debate nacional. La derecha por su parte ha acrecentado sus divisiones internas y ha hecho públicas sus diferencias frente a las cuestiones de preocupación ciudadana. De la Central Unitaria de Trabajadores es mejor no hablar pues ha estado completamente ausente y su voz no se ha sentido.
El Gobierno ha sido incapaz de dar una conducción y el liderazgo de Sebastián Piñera es de más en más cuestionado. Los dos ejes principales de su programa de gobierno han sido hasta la fecha un total fracaso. No ha habido crecimiento como el prometido y el país se encuentra en un franco retroceso económico. La delincuencia ha aumentado y el país ha observado con estupefacción la impunidad total de los delitos económicos cometidos por  los grandes empresarios y por  políticos corruptos.
Sin embargo, la incapacidad política del gobierno ha quedado demostrada en la explosión social de estos últimos días. Declaraciones vacías, sin contenidos de parte de la Secretaria General de Gobierno, del Ministro del interior y del propio Presidente culpando a vándalos y violentista de lo ocurrido. Sin entrar en el fondo del problema, sin analizar las causas, sin ver su magnitud y sin evaluar la mayoritaria aceptación ciudadana de la protesta, de la rebelión; no así de los actos vandálicos que han sido rechazados y con razón, por la inmensa mayoría. Solo mucho después y luego de haber celebrado un evento familiar en un lugar de Vitacura y ante el fuerte estallido social, sacó la voz y anunció dejar nula la medida del alza del pasaje de Metro y un llamado tardío a un impreciso diálogo nacional. Le faltó capacidad política a él y a su gabinete. Solo la Intendenta de Santiago en pocas palabras aludió al fondo del problema. El corolario de esta incapacidad fue el decretar Estado de Emergencia y el Toque de Queda con militares en traje de campaña, armas largas, rostros adustos que trajeron más de algún trágico recuerdo.
Su reciente viaje por Francia tampoco le sirvió al Presidente para haber sacado lecciones de la revuelta   de los “Chalecos Amarillos” que lograron hacer recapacitar a Emmanuel Macron en  la aplicación de sus impopulares medidas gubernamentales y gracias a su habilidad política iniciar un democrático proceso de consulta popular y de diálogo en que la ciudadanía participó activamente a través del antiguo sistema de los  Cuadernos de Quejas (Cahiers de doléances) a nivel de cada municipalidad, a través de una concertación amplia con el mundo político, con las organizaciones empresariales, sindicales y con los propios “Chalecos Amarillos” que jamás fueron tratados de “hordas” de “Delincuentes”.
Es de esperar que el gobierno cambie de estrategia, que llame a un amplio proceso de discusión nacional sobre los temas que preocupan a la mayoría y que a través un adecuado y democrático  debate se logre avanzar en la reducción de las desigualdades para asegurar paz social, crecimiento económico y sobretodo justicia social.  




jueves, 17 de octubre de 2019

La muerte de un hombre bueno



Hoy, 19 de Mayo de 2019,  falleció  Carlos Altamirano Orrego, figura mayor del socialismo chileno y de la historia política nacional. 
Sus casi 97 años no le impidieron estar  muy bien informado de la actualidad del país y de lo que pasaba en el mundo, ni disfrutar de cotidianas  conversaciones con sus amigos o de sus largos paseos por la pre cordillera. Tampoco le impidieron observar el cinismo de la derecha  y el acomodo al modelo neoliberal de la izquierda chilena y  del Partido Socialista del cual fue Secretario General en los momentos más convulsionados de nuestra historia.

Curioso personaje Carlos Altamirano. Hombre lúcido, inteligente, culto y gran polemista. Pocas veces perdía la calma y con voz segura, modulada y firme expresaba sus argumentos y sus ideas con tal convicción y cartesianismo que era muy complicado debatirle. No era un personaje frío como muchos han querido retratarlo. Por el contrario, era de una gran calidez  y de una solidaridad espontanea y desinteresada con los que, por algunas vueltas de la vida, pasaban por momentos difíciles. Recuerdo que en una ocasión me solicitó acompañarlo a un modesto y sórdido edificio en la periferia de Paris para visitar a un viejo socialista que se encontraba enfermo y sin recursos y entregarle de manera discreta a su esposa, una ayuda económica, además de algunos contactos con políticos del gobierno de Mitterrand que en poco tiempo le solucionaron sus necesidades más urgentes. Al retornar a Paris, me hizo el siguiente comentario: -“Este es, pues, el exilio dorado de lo que tanto habla El Mercurio”.

Fue  Implacable con sus enemigos con quienes se enfrentó con gran valentía en los complejos años de la experiencia popular dirigida por el Presidente Allende de quien fue amigo muy cercano y de su familia, más allá de la maledicencia de sus enemigos políticos que han afirmado lo contrario. 
En el Chile de fines de los 60 y del primer trieno de los 70, lo traté muy poco. Mis contactos se resumían en saludos corteses en reuniones partidarias en que se trataban los temas laborales y que interesaban a la Comisión Política que convocaba regularmente a dirigentes y expertos para informarse adecuadamente. Tal vez el momento en que más intercambiamos fue con motivo del Tanquetazo. Yo me encontraba en la sede del PS en la Calle San Martín junto a Manuel Dinamarca informando a algunos dirigentes entre los que se contaba el propio Altamirano, Víctor Zerega, Adonis Sepúlveda, Julio Benítez, Carmen Silva y un personaje de la COPOL , que llamaremos el innombrable,  de la conflictiva situación que existía entre la CUT y los Cordones Industriales. De repente la reunión fue interrumpida por Guillermo Pedreros que con su cigarrillo entre los labios y con una larga ceniza  a punto de caer, expresa que a pesar de la orden de no interrumpir, estaba en el teléfono Alfredo Joignant esperando a Carlos por algo muy urgente. A los pocos minutos nos enteramos y se produce un alboroto en que todos queríamos decir algo. Carlos convoca de inmediato a la COPOL y es en ese momento  en que el innombrable nos dice a Dinamarca y a mí: “Camaradas, hay que sacar a los obreros a la calle a defender con sus armas al gobierno”. No me recuerdo si fue Manuel o yo quien le dijo “y con qué ropa compañero, los trabajadores están desarmados”. A ello respondió ante la estupefacción de todos y principalmente de Altamirano: “La ropa no importa camarada, con un mameluco basta y  si no tienen armas que salgan con palos”. Luego, los de la Comisión Política partieron a su reunión no sé dónde. Adonis acariciaba la culata de una colt 45 que portaba al cinto y su seguridad instó, a él y Carlos, a salir por una puerta lateral, perpendicular a San Martín, mientras ellos, si fuese necesario, harían una cortina de fuego para facilitarles la salida. Carlos muy serio dijo que él salía por la entrada principal donde había estacionado su pequeño automóvil. Salió de inmediato por esa puerta, desarmado, sin escolta, sin cortina de fuego, solo en compañía de Carmen Silva.  Fue la última vez que lo vi en Chile.
En el Pleno de La Habana de 1975 tuve la oportunidad de intercambiar puntos de vista y de conocerlo mejor. Fue una reunión política complicada. El Pleno reunía a altos dirigentes del PS que se habían exiliado o que habían salido clandestinamente para participar en el evento. Había mucha tensión, mucha frustración, mucha emoción contenida que se acrecentó al conocerse in extenso un documento de la dirección clandestina más conocido como el “documento de marzo” por la fecha de su parición. Obviamente Carlos no estaba de acuerdo con el contenido de ese documento que, de manera muy directa,  culpaba a la dirección política del PS por la derrota sufrida recogiendo en cierto modo las tesis del Partido Comunista. Aún así, más allá del desacuerdo ideológico manifestó explícitamente el reconocimiento a la dirección clandestina. Fui sincero con él. Le manifesté que yo estaba en profundo desacuerdo con el documento, pero que a mi juicio no era el momento de entrar en una polémica ideológica o política sobre su contenido, debido al ambiente existente, a las tensiones que impedían un intercambio racional y al hecho de que era un documento elaborado por un grupo de dirigentes que arriesgaban a cada minuto su vida como se demostró algunos meses después. Por consiguiente le expresé que eludiría el tema, valorando solamente el coraje y la voluntad política de los dirigentes del interior y al mismo tiempo  la conducción y la consecuencia de él mismo como máximo dirigente del exterior. Carlos quedó conforme con mi franqueza. Luego intercambiamos ideas sobre el futuro que en esos momentos se veía negro y muy pesado. Me advirtió en esa oportunidad que saliera de Argentina que según sus informaciones se tornaba cada día más peligrosa por los acuerdos entre los gobiernos dictatoriales o autoritarios del Cono Sur que bajo la dirección de los Estados Unidos tendían a eliminar a todo lo que oliese a izquierdismo o progresismo por muy buenas coberturas que tuviesen. Tuvo razón pues al poco tiempo fuimos secuestrados, torturados, detenidos y finalmente expulsados del país,
Años más tarde cimentamos nuestra amistad en Paris. Éramos vecinos y nos encontrábamos regularmente para charlar en medio de largos paseos o de simpáticas reuniones, junto a nuestras respectivas esposas Paulina y Agustina en su departamento de la Rue de la Montagne Ste Genevieve o en el que nosotros alquilábamos en la rue des feuillantines. De esas reuniones participaban Manuel Valenzuela, Carlos Lazo , Norma Enriquez y María Isabel Camus.  
Durante los paseos que en realidad eran caminatas de más de dos horas, pude apreciar y enriquecerme con su enorme cultura, con su conocimiento político y su intensa capacidad reflexiva; además de asómbrame con su interés casi compulsivo por una variedad de temas que cuarenta años después formarían  parte de la agenda política en la inmensa mayoría de los países y de los foros internacionales. La ecología, los conflictos en el medio oriente, la emergencia de movimientos religiosos intolerantes que pondrían en jaque a las sociedades occidentales, el notorio y progresivo clamor de libertad en los países del este europeo,  la diversidad sexual, el aborto, el declive de los partidos políticos y la apatía ciudadana,  el progreso tecnológico y científico, en fin, muchísimos y diversos temas que despertaban su interés y su reflexión.
Por supuesto la evolución de los acontecimientos en el Chile dictatorial era conversación obligada, al igual que los desafíos que se le presentaban a las fuerzas políticas nacionales para la recuperación de la democracia en un momento en que la represión era feroz y que la dictadura asesinaba y torturaba sin conmiseración a  sus opositores fueran estos de izquierda, de centro, de derecha, curas, estudiantes o simplemente personas que con mucha discreción ejercían alguna crítica.
Su agudeza intelectual y su capacidad reflexiva contribuyeron sin dudas a acelerar la dinámica ideológica  renovadora que junto a Jorge Arrate y otros dirigentes lograron imponer en el Partido Socialista. Igualmente su lucidez  política le motivó a dejar que fueran otras figuras las que llevaran adelante este complejo proceso destinado a recuperar la democracia y a presentar un proyecto de gobernabilidad creíble para Chile, retirándose de la acción política, pero no por ello dejar de opinar y de contribuir al desarrollo de un socialismo democrático.
Asumió con valor su responsabilidad durante los mil días del gobierno de Salvador Allende y sin vacilaciones decidió cargar con la responsabilidad de los errores cometidos durante la experiencia popular. Su divulgada frase resume esa posición: “Mientras yo sea el gran culpable del fracaso de Allende, todos los demás pueden dormir tranquilos”.
Sin embargo, se encargó igualmente con argumentos irrebatibles de denunciar una conspiración que remontaba a los años 60; de desenmascarar a los verdaderos culpables del trágico final del gobierno de salvador Allende y de los asesinatos cometidos contra René Schneider y Carlos Prats, además de otros miembros de las Fuerzas Armadas y de civiles en atentados planificados y ejecutados por la derecha y por la CIA.
En diversas ocasiones se refirió igualmente a la risible imputación de que su discurso del 9 de septiembre en el Estadio Chile fue la causa que  gatilló el Golpe 48 horas más tarde. Mucho se ha especulado sobre ese discurso; sobre todo por parte de quienes que  sin haberlo leído  han tenido un interés particular por descargarse de culpas, de desautorizarlo políticamente y de imputarle la felonía de las Fuerzas Armadas. ¿Qué fue lo terrible de su alocución?
La respuesta es simple. Por una parte, haber hecho pública la serie de atentados terroristas de la derecha contra la democracia y contra el gobierno de Salvador Allende, enumerando cada uno de ellos y, por otra parte, haber leído una carta de los marineros anti golpistas dirigida al Presidente de la República en la que denunciaban los preparativos sediciosos de la marinería y las brutales torturas a las que fueron sometidos  por haberse opuesto a esas tentativas y haber denunciado los hechos.  Como corolario de ello, anuncia con dos días de anticipación el Golpe de Estado, la sedición de la marina y  manifiesta  que el Partido Socialista se opondría a cualquier tentativa golpista y que resistiría a ello en defensa del gobierno legítimo.  Eso es la sustancia de su alocución en la concentración convocada en el Estadio Chile y que desató las iras de las Fuerzas Armadas y de la derecha al ser sorprendidas y denunciadas públicamente por sus acciones golpistas. Hay que agregar que  Altamirano  estuvo desde el comienzo en desacuerdo con la  realización de ese acto, pero que finalmente tuvo que acceder por insistentes presiones de su Comisión Política. 
El pensamiento político de Carlos Altamirano se encuentra en los importantes libros que publicó, en sus sustantivos discursos, en la publicación de Patricia Politzer: “Altamirano”, en el importante libro de Gabriel Salazar:”Conversaciones con Carlos Altamirano: Memorias Críticas” y en su actuación en la vida nacional e internacional. En todo ello se descubre su lucidez intelectual, su capacidad crítica, su cartesianismo desconcertante   y sobretodo su honestidad.
Sus últimos años no estuvieron exentos de amarguras. La pérdida de su segunda  esposa Paulina Viollier, de su primera esposa Silvia Celis, el vivir alejado de dos de sus hijas residentes en el extranjero, por consecuencia del exilio y la partida de muchos de sus amigos a los que sobrevivió. Hubo igualmente la amargura política que perduró hasta el final, al ver cómo el partido Socialista se acomodaba en el poder y con el neo liberalismo imperante.
A pesar de su edad avanzada asistía a actividades culturales, a encuentros con sus antiguas amistades y a los almuerzos de los días miércoles en casa de sus buenos amigos Manuel Valenzuela y Norma Henríquez. A esos almuerzos  asistíamos un pequeño  grupo entre los que se contaban Jorge Arrate, Eduardo Trabucco, Carlos Ominami, Darko Homan  y Patricio García. Las conversaciones giraban generalmente en torno a  dos   temas fundamentales: la actividad cultural y la política nacional e internacional. En ambos, Carlos brillaba, demostrando que a pesar de su edad y de su bastón, mantenía su genio y lucidez intactos.
Murió tranquilo, sin sobresaltos, como mueren los hombres buenos. 


“Y  se alzaron los pañuelos de todos los adioses”


(Frase de Salvador Allende que gustaba mucho a Carlos Altamirano)




sábado, 22 de junio de 2019

Y EL MUNDO CONTINÚA LOCO (Tercera parte y final)


                                                                                                                                       


                                                                                                                                    
El  paseandero fantasma del que ya hemos hablado, aunque tímidamente y con un rostro casi humano, ya había recorrido América Latina durante  el siglo XX  dejando huellas muy profundas en algunos de los países visitados y una tentadora voluntad de imitación en otros.
Me refiero fundamentalmente a  la emergencia de las ideas populistas expresadas por algunos carismáticos dirigentes políticos entre los que se destaca el peruano Víctor Raúl Haya de la Torres fundador de la Alianza Popular Revolucionaria Americana, APRA, en 1924, y a las experiencias populistas gubernamentales que tuvieron lugar con posterioridad a la segunda guerra mundial en Argentina,  en Bolivia, en  Brasil, en Costa Rica, en Ecuador, en México o en Venezuela impulsadas por Juan Domingo Perón, por Víctor Paz Estensoro, por Getulio Vargas, por José Figueres ,por Velazco Ibarra, por Lázaro Cárdenas,  por Rómulo Betancourt  respectivamente y en menor medida por Carlos Ibáñez del Campo en Chile.
Esas ideas populistas priorizaban la libertad, el ejercicio democrático a través de un liderazgo fuerte muy  vinculado con las masas desposeídas aglutinadas en sindicatos poderosos o en otros movimientos, con un lenguaje nacionalista, antiimperialista y una propuesta de desarrollo económico, industrial y agrario inclusivo, no dependiente, junto a un Estado democrático, protector, solidario  y redistributivo.
Muchos de los movimientos o partidos políticos que se fundaron en torno a esas ideas, aunque con importantes variaciones y altibajos, algunos bastantes golpeados por la corrupción  y desfigurados por la acción de las feroces dictaduras militares que asolaron al continente, dejaron como herencia ideas que  mantienen cierta actualidad en el escenario político latinoamericano o partidos políticos como el APRA en Perú , el Partido Justicialista o Peronista en Argentina, el Partido Revolucionario Institucional en México, o el Partido Liberación Nacional en Costa Rica.
Obviamente ese populismo perteneció a un momento histórico  con un contexto socio político específico en que se buscaba por sobretodo la participación popular como una forma de perfeccionamiento democrático apoyando un liderazgo carismático prometedor de bienestar general.
El fantasma tratando de vestirse con traje de neopopulismo, a partir de los años 90 ,trajo  aparejado otros flagelos, que aunque igualmente antiguos, aparecen extremadamente amplificados: Corrupción en la política y voluntad de perpetuarse en el poder.
La corrupción en la política, cuya mácula se ha extendido a todo el continente y de formas diversas, incluido el narcotráfico, ha  estado y está  mancillando a gobiernos y partidos entre los que se destacan México, Colombia, Brasil, Argentina, Guatemala, Nicaragua, Paraguay, Venezuela y hasta el  beato Chile, solo por nombrar los más conspicuos.  
Desde 1990 alrededor de 40 presidentes, ex presidentes y vice presidentes de diferentes repúblicas han estado involucrados ante la justicia por casos de corrupción y la mayoría de ellos han sido condenados, apresados o amnistiados. Esto, como diría Borges, sin contar parlamentarios, dirigentes de partidos o, ex dictadores militares o miembros de las fuerzas armadas o de la policía.
La voluntad de perpetuarse en el poder es igualmente un fenómeno antiguo en nuestro continente. De las dictaduras ilustradas y satrapías que se conocieron a inicios y  mediados del siglo XX y que grandes novelistas como García Márquez, Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier o Mario Vargas Llosa inmortalizaron, pasamos a partir de finales de los años 80 a gobiernos de emanación democrática legítima que, algunos de ellos, encandilados y sedientos de poder iniciaron, con argumentos diversos y apelando siempre al pueblo, maniobras jurídicas para cambiar las Constituciones y  asentarse por tiempos indefinidos como gobernantes  rompiendo abruptamente las reglas democráticas y derivando a estados intolerantes e ingobernables.
En los últimos 40 años muchos gobiernos que podríamos catalogar de populistas a unos y a otros de revolucionarios,  han intentado  con resultados diversos de estirar al máximo sus mandatos. Ello ha ocurrido en Perú con Fujimori, en Colombia con Álvaro Uribe, en Cuba con los hermanos Castro, en Bolivia  con Evo Morales, en Ecuador con Rafael  Correa, en Nicaragua con Daniel Ortega o en Venezuela con Hugo Chávez y Nicolás Maduro, este último creando además  Asambleas Nacionales  Constituyentes para lograr sus fines políticos cuando las elecciones le son adversas. Incluso en Costa Rica, ejemplo de democracia y que nada tiene de populista, el intachable Oscar Arias interpuso ante la Sala Constitucional de su país un recurso de inconstitucionalidad contra la Ley 4349 para obtener un segundo mandato y lo logró. En otros casos las ansias de continuar en el poder se materializan a través de los vínculos familiares como lo han mostrado algunos ejemplos emblemáticos de este continente.
Más allá de la diversidad política de esos gobiernos y de sus descargos para justificar sus autoritarismos y maniobras anti democráticas,  es innegable que  sus desmesurados apetitos han contribuido enormemente a la pérdida de legitimidad y al desprestigio de la política.
Hoy en día el fantasma camaleón está nuevamente mutando y se nos aparece cubierto por una túnica cuya marca es la del ultra derechismo y lo fundamental de su mensaje destinado a obtener el apoyo popular, es la mentira, el miedo, el temor y la denuncia de culpabilidad de todos los males que aquejan al país a una élite política corrupta e incapaz de gobernar y de cumplir sus promesas electorales.
Este discurso ha sido esgrimido y adoptado últimamente por la derecha y la derecha extrema latinoamericana logrando no solo la desafección ciudadana hacia la política y el abstencionismo, sino además  en algunos casos, desplazar a gobiernos progresistas con el apoyo ciudadano y en otros, a  configurarse como importantes movimientos políticos.
Tal vez lo más ilustrativo de esta situación se ha dado últimamente  en Argentina y en Brasil países en que  la acción política se está judicializando con acusaciones justificadas o no de corrupción, cohecho,  malversación y otras, además de la inmisión de los operadores de justicia en algunos casos emblemáticos con fines político- personales.
Argentina luego de la dictadura cruel que la azotó y de haber experimentado, ya en democracia, el populismo neo liberal del peronista Carlos Saúl Menen , durante la gestión  de Fernando de la Rúa, conoció una de las más violentas crisis económicas de la historia de Latinoamérica que terminó con la caída de tres presidentes  y que permitió, luego de la normalización que llevó a cabo el Presidente Duhalde, la llegada al gobierno de Néstor Kirchner y a su muerte, la de su esposa, totalizando entre ambos 15 años de gobierno que lograron en parte la recuperación económica del país, sobre todo durante el mandato de Néstor Kirchner.
Las reformas sociales impulsadas por el gobierno progresista de  Cristina Fernández le concitaron un fuerte apoyo popular, pero debido a la nueva crisis económica, a la lucha por el poder al interior del peronismo y a la corrupción, ese apoyo fue insuficiente para impedir la llegada del neoliberal y derechista Mauricio Macri.
Las políticas económicas de Macri son las mismas que emanan del recetario del consenso de Washington y de los inútiles consejos del Fondo Monetario Internacional.  El resultado ha sido un mayor endeudamiento, una profunda crisis económico- social, una inflación disparada al igual que el precio del dólar, lo que tiene a la Argentina nuevamente al borde del colapso.
Han sido inútiles los llamados al miedo y al odio empleado por Macri, así cómo las acusaciones de corrupción contra Cristina Fernández y la inmisión del ejecutivo en otros poderes del Estado, como el judicial, para perjudicar a la ex presidenta o el apoyo político que el presidente Bolsonaro de Brasil ha tratado de prestar a su homólogo argentino. Todo parece indicar una vuelta del peronismo al país trasandino.
Brasil desde los inicios del 2000 y particularmente desde 2003 con la accesión de Luis Ignacio Lula Da Silva a la presidencia, ha conocido períodos de bienestar y de desgracia.
El bienestar se vivió con los 8 años en que Lula ejerció la Presidencia desde el 1 de enero de 2003 al 31 de diciembre del 2010. Su mandato trajo prosperidad  y un enorme desarrollo económico para al país. Sus medidas sociales, entre las que se destacan Hambre Cero y Bolsa Familia, permitieron salir de la pobreza a 30 millones de brasileños. Ello le valió a Lula el reconocimiento nacional y una enorme popularidad de más de un 80% de aprobación al término de su segundo período presidencial.
Las complicaciones y las desgracias comenzaron durante el mandato de su sucesora Dilma Rousseff quien debió afrontar los efectos de la crisis económica mundial y  de las investigaciones por corrupción hacia la empresa estatal Petrobras. Rousseff no pudo terminar su segundo período debido  a esas investigaciones judiciales cuyos resultados hicieron derrumbarse a la institucionalidad brasileña y al poder político. El Senado brasileño la declaró culpable de maquillar cuentas fiscales y de firmar decretos de orden económico sin el respaldo del Congreso, destituyéndola a fines de agosto de 2016. Con anterioridad, la mayoría de su gabinete debió renunciar por las implicaciones con Petrobras.  
Su ex vicepresidente y sucesor,  Michel Temer, líder de la conspiración político-judicial contra la presidenta,  asume a partir del 31 de agosto de 2016 hasta el 31 de diciembre de 2018, siendo también  salpicado  por los escándalos de la red de corrupción Lava Jato, al igual que sus ministros. Acusado de sobornos y lavado de dinero fue detenido y juzgado en marzo de 2019.
Hay que recordar que el caso Petrobras  se inicia en la ciudad de Curitiba en 2013, con  investigaciones ligadas al blanqueo de divisas a través de unas casas de cambio  y luego a los mecanismos que se utilizaban para blanquear capitales como los lavaderos de automóviles; de allí el nombre de Lava Jato. En 2014  se establecen las conexiones con Petrobras y las de ésta con diferentes empresas de construcción entre las que se destaca Odebrecht y  OAS, junto a las ramificaciones nacionales e internacionales de sobornos y latrocinios a funcionarios, empresas y partidos políticos brasileños y latinoamericanos por más de 2.500 millones de dólares.
Las investigaciones fueron conducidas por el juez federal Sergio Moro, en estos momentos Ministro de Justicia y de Seguridad Pública del  presidente de Brasil.
Moro con sus investigaciones conmocionó a la ciudadanía procesando y encarcelando a centenares de dirigentes políticos. Entre ellos al más conspicuo: Lula Da Silva, actualmente en prisión desde abril de 2018, acusado de corrupción pasiva por haber beneficiado a la constructora OAS y haber recibido a cambio un departamento de tres pisos en la localidad de Guarujá, puerto turístico a 90 kilómetros de Sao Paulo. Acusación muy contestada jurídicamente al no existir elementos probatorios concretos y sospechas hacia Moro de haber orientado e influenciado  la investigación con fines políticos y personales en colusión con los fiscales.
Las recientes revelaciones del sitio Web “The Interceptor” muestran la fuerte politización de la justicia al evidenciar las manipulaciones de Moro y la colusión  entre jueces y fiscales para condenar a Lula, cuya condena le impidió  presentarse a la elección presidencial para suceder a Temer y ante ello, apareció la figura de Jair Bolsonaro que finalmente gana la elección presidencial.
El mandato de Bolsonaro se ha caracterizado hasta el momento por su autoritarismo, sus posiciones racistas e intolerantes, su admiración por Trump y por dictadores represivos, además de  su voluntad de aplicar profundas medidas económicas neo liberales dejando de lado los significativos aportes sociales de los gobiernos de Lula y Rousseff. Ello le está trayendo un rechazo importante de aquellos que lo eligieron y profundizará en el corto plazo las fisuras existentes en la sociedad brasileña.
Visto lo anterior vale preguntarse ¿qué está pasando en nuestro continente y en el mundo en general? ¿Cuándo comenzó esta debacle? ¿Porqué los partidos políticos  progresistas tradicionales han perdido influencia en muchos países o han desaparecido o han sido reducidos a su más mínima expresión, ocupando su lugar movimientos de extrema derecha que han asumido la conducción de esos gobiernos? ¿Qué hacer para salir del pantano?
Preguntas fáciles y respuestas complicadas que nadie por el momento está en condiciones de entregarlas de manera objetiva y menos de entregar las recetas para superar las crisis políticas actuales.
Solamente para finalizar haré algunas consideraciones generales con ciertas pistas que tal vez aporten a la búsqueda de soluciones.
En primer lugar muchas de las dificultades señaladas aparecen fuertemente a finales de los años ochenta e inicios de los años 90 como resultado de dos situaciones.
La primera y de la cual ya hemos hablado son las secuelas y herencias dejadas por las dictaduras militares y gobiernos corruptos que contribuyeron a crear una mentalidad consumista, individualista, poco solidaria y con valores desposeídos de toda ética.
La segunda se relaciona con las profundas transformaciones que desencadenó la globalización. La apertura de mercados y la riqueza que fue creada por este fenómeno no tenía antecedentes en la historia económica, aunque la repartición de esa riqueza fue extremadamente desigual con millones de personas en la precariedad e inseguridad. Esa situación se acrecentó más aún con la emergencia de lo que podríamos denominar un “derecho de la globalización” de vocación puramente económica y de una evolución infinitamente mayor y más eficaz que la “globalización de los derechos sociales y laborales”.
Lo anterior se acompañaba de un conflicto ideológico relevante  que se refería al significado de un desarrollo planetario orientado solo hacia una sociedad de mercado que se caracterizaba por  un crecimiento de las desigualdades de todo tipo y no orientado hacia la universalización del conjunto de los derechos que permitiese a la vez el desarrollo económico y el social. El conflicto con altos y bajos pareció resolverse por la primera de las orientaciones lo que trajo aumento de las desigualdades, pobreza, conflictos, crisis, dependencia e implantación de gobiernos que fueron derivando paulatinamente al populismo autoritario o que terminaron derrotados por la derecha o por la derecha extrema. Aquellos que se encaminaron por la vía de las reformas para superar la desigualdad terminaron sucumbiendo sea por la corrupción o por sus propias incapacidades político-técnicas,  contribuyendo así a la deslegitimación de la política,  a la apatía ciudadana  al abstencionismo y a la desintegración de los partidos progresistas tradicionales que acomodados en el poder y a veces mancillados por la corrupción, fueron incapaces de transmitir un mensaje a la ciudadanía, faltos de un proyecto motivador.
Costará superar estos complejos momentos. Sin embargo hay algunas pistas que será necesario seguir.
La primera es la necesidad de elaborar un proyecto político social transformador que tienda a modificar los actuales esquemas socio- económicos, rescatando todos los aspectos positivos actuales. Ese proyecto de futuro debe poner énfasis en lo que le faltó a la dinámica globalizadora: lo social. Fundamentalmente la justicia social y la lucha por terminar con la desigualdad existente.
La segunda es la valoración y el respeto de la democracia y el rechazo a todo autoritarismo o dictadura sea ella de derecha o de izquierda, incorporando la batalla contra la corrupción a todos los niveles de la sociedad.
La tercera es el rescate de los valores humanistas  como el respeto a la democracia, a los derechos humanos, a la no discriminación, a la tolerancia, a la solidaridad y a la lucha por la paz universal. De igual manera la preservación del medio ambiente, de los recursos naturales y los aportes de las nuevas tecnologías deben ser abordados e incorporados para la elaboración de un proyecto renovador y de futuro.   
Cuestiones tan elementales que hoy parecen formar parte de un proyecto revolucionario como el derecho a la gratuidad de la educación y de la salud pública para la población, dejando la opción de lo privado para quienes lo deseen, así como salarios y pensiones decentes deberían ser objeto de una incorporación transversal a todo proyecto político.
Finalmente un proyecto de nación se construye con una poderosa fuerza social mayoritaria, con organizaciones sindicales y de la sociedad civil potentes  y con los necesarios consensos nacionales que deben ser construidos a través de la verdad, de la probidad, de la convicción, de la razón y del diálogo.
Tal vez así podremos reconstruir algo de lo perdido.

Junio 2019.






sábado, 15 de junio de 2019

Y EL MUNDO CONTINÚA LOCO. (Parte segunda).


                                        

                                                                                                                               
El fantasma del Manifiesto de Marx y Engels  está bajo formas diferentes  nuevamente recorriendo Europa.  El viejo continente que durante el siglo XX ya conoció los desastrosos  resultados del recorrido del fantasma, en ese entonces,  disfrazado de fascismo o de nacional socialismo, debe enfrentar ahora los embates  de un activo populismo nutrido de ingredientes similares: miedo, intolerancia y egoísmo.
La Unión Europea aquella que sus fundadores, después de la 2ª guerra mundial,  pensaban  que contribuiría de manera eficaz a la paz y a la prosperidad a través de los valores democráticos, de la solidaridad, de la tolerancia y del intercambio entre las naciones, abriendo los mercados, con libre circulación de personas, de bienes, de capitales y sobre todo con justicia social, está derivando hacia una fase de pérdida de razón a la luz de lo que está pasando en algunos de los  países que la integran .
Los resultados de los diferentes procesos electorales nacionales, la adopción plebiscitaria del Brexit o  las recientes elecciones para elegir el Parlamento europeo, son entre otras manifestaciones, una muestra preocupante de los avances del populismo o del soberanismo como se denomina ahora a los movimientos que pretenden alcanzar un mayor bienestar en sus países restándose de participar en tratados o acuerdos internacionales que según ellos les restarían soberanía, pero que en el fondo están teñidos de racismo, xenofobia, nacionalismo y de rechazo a las instituciones republicanas en nombre del pueblo, del soberano.
Francia desde hace algún tiempo se estaba enfrentando al avance de la extrema derecha representada por Jean Marie Le Pen o por su hija Marine. Recordemos que en 2002 para su elección en segunda vuelta, Jacques Chirac benefició de los votos del Frente Republicano que se constituyó para impedir que Jean Marie Le Pen fuese elegido.
Lo mismo  ha ocurrido más recientemente con Emmanuel Macron  en 2017, quien  fue elegido en segunda vuelta con votos de la izquierda y de la derecha republicana para impedir el paso a Marine Le Pen y que al poco tiempo de haber sido ungido Presidente, tuvo que enfrentar uno de los movimientos de protesta más poderosos después de mayo del 68: el de los chalecos amarillos, obligándolo a remodelar su programa de gobierno y recular ante las impopulares medidas adoptadas, fundamentalmente al sobrepeso impositivo.
Más aún, las elecciones para el Parlamento europeo que fueron presentadas como un verdadero plebiscito, le dieron un porcentaje mayor  de votos a la extrema derecha de Le Pen  por sobre la candidata de la República en Marcha de Macron, disminuyendo a su expresión más insignificante a la derecha republicana tradicional, a los socialistas, a los comunistas y a la Francia Insumisa de Jean Luc Melanchon, salvándose de la catástrofe solo el movimiento ecologista.
Italia que ha conocido los vaivenes  de una tumultuosa alternancia en el poder y de períodos de fuerte incertidumbre para formar gobierno, preocupa desde hace algunos años a los defensores de la democracia por sus peligrosas derivas hacia el fanatismo de extrema derecha.
Las recientes elecciones para el Parlamento europeo han confirmado esta deriva al posicionar al gobierno y al Vicepresidente y Ministro del Interior Mateo Salvini, como el ganador incontestable de estas elecciones junto a su partido la Liga del Norte al obtener el 34,33% de la votación que junto a sus socios de coalición el Movimiento 5 Estrellas de Luigi Di Maio, que aunque  relegado a tercer lugar con 17,07%  suman un 51.4% de la votación nacional.
El 22.6% obtenido por el partido democrático pro europeo los posicionó en un segundo lugar bastante distante de Salvini, demostrando así que las tesis anti europeas, anti globalización, anti inmigrantes preconizadas por Salvini  fueron un mensaje más importante que la realidad de los pésimos resultados económicos, el déficit presupuestario y los evidentes signos de recesión económica en una Italia que beneficia enormemente de las subvenciones de la Unión europea.
Nuevamente el miedo y el temor ante el inmigrante preconizados por la extrema derechas han sido en parte determinantes en un país  en que la población extranjera es inferior a otros países de la Unión y que por su pasado histórico y reciente de país de emigración, debería sustentar valores de tolerancia, solidaridad y fraternidad.
Otro resultado preocupante ha sido el de Inglaterra que envuelta desde hace varios meses en la interminable saga del Brexit, confirmó en las recientes elecciones un importante apoyo a los partidarios de una salida dura de la Unión Europea.
Con una baja participación del 37% aunque mayor que en la votación similar anterior, las urnas dieron un contundente apoyo al controvertido Nigel Farage, líder del Brexit y uno de los instigadores del plebiscito de 2016, al obtener un 30,5 % de los votos. Los resultados obtenidos por las otras formaciones políticas como los Liberales Demócratas con 19,6 %, los Laboristas con 13,7 %  o los Conservadores que solo obtuvieron un 8,8%  fueron largamente distanciados por los sustentadores de las tesis aislacionistas que sin pensar en las dificultades políticas  de envergadura que se presentarían con un Brexit duro, como el tema de Irlanda del Norte por ejemplo, prefirieron optar por los irresponsables cantos de sirena de un mundo mejor, con menos inmigrantes y con menos compromisos solidarios ante una Europa cuyos objetivos, según ellos, en nada benefician a los británicos.
¿Podrá Boris Johnson en caso de ser elegido Primer Ministro afrontar las consecuencias de tanta irresponsabilidad  con que, en nombre del Soberano, Farage hizo comulgar a la mayoría de los votantes?  Cualquiera sea el resultado, tiempos difíciles se avecinan en el Imperio.
Polonia, Hungría y e Flandes otorgaron igualmente triunfos para la derecha nacionalista y soberanista que junto a la extrema derecha podrían contar con 173 escaños en un Parlamento de 751 asientos.
Sin  embargo,  los Ecologistas  experimentaron importantes avances en diferentes países y lograron obtener 78 puestos en el Parlamento.
Los malos resultados afectaron de igual forma a la convulsionada y maltratada Grecia, seguidora fiel de todas las consignas impuestas por la Troika, sin por ello haber logrado superar sus complejos problemas financieros, económicos y sociales que durante 10 años han afectado a sus ciudadanos.  Syriza, el Partido del presidente Tsipras, obtuvo un 23,8% de los votos detrás del conservador partido Nueva Democracia que lo avanzó por 10 puntos al alcanzar 33,3%.
Los anuncios de aumentos salariales y  de una serie de medidas sociales fueron insuficientes para contar con el respaldo de una población hastiada de la crisis y descontenta con los acuerdos sobre la Macedonia del Norte. Alexis Tsipras se vio en la obligación, luego de estos resultados, a convocar a elecciones anticipadas para el próximo 30 de junio. 
Aunque los partidos social demócratas avanzaron en algunos países como España, Portugal, Holanda y Malta, junto a los Conservadores son los que  han experimentado mayores retrocesos confirmando la tendencia de un aumento de la derecha extrema, nacionalista y soberanista en detrimento de las formaciones tradicionales que paulatinamente les están cediendo los gobiernos y la influencia política a nivel nacional y regional.
Pero el fantasma del que hablábamos  no solo se ha paseado por los Estados Unidos y Europa, también lo ha hecho por otras latitudes. Entre ellas por América Latina y aunque se trata de realidades bastante diferentes, no por ello deja de ser menos preocupante.
A ello y a sus probables causas nos referiremos en la tercera parte y final de esta crónica.


Junio 2019.





miércoles, 12 de junio de 2019

Y EL MUNDO CONTINÚA LOCO. (Parte primera).


A finales de 2015 publicábamos en el diario electrónico El Mostrador un artículo en que hacíamos alusión a la expansión de la demencia política a todo el globo terráqueo. Nos referíamos en lo fundamental a los sangrientos atentados terroristas que estremecieron a Francia, a diversos países europeos, a los Estados Unidos y  a Rusia producto del fanatismo y de la intolerancia.  Destacábamos la emergencia de conflictos bélicos difíciles  de entender e interpretar en que las grandes potencias se estaban involucrando con lógicas complejas y contradictorias. En esa misma crónica aludíamos igualmente a dos antiguos fenómenos que cobraban relevancia y que  se expandían peligrosamente: la corrupción en la política y  el auge de los movimientos populistas con sus mensajes y manifestaciones de nacionalismos, xenofobia, intolerancia e individualismo.

Con una perspectiva de más de tres años de distancia observamos con angustia que la demencia no se detiene, sino que por el contrario aumenta cada día. Basta dar una somera mirada por diversas latitudes para confirmar este  peligro.

Tal vez el acontecimiento más significativo fue la irrupción de la figura de Donald Trump en la política norteamericana y mundial. Rico empresario, poseedor de una fortuna avaluada en más de tres mil millones de dólares, luego de algunas esporádicas incursiones en política, ganó las primarias republicanas en 2016 y en noviembre la elección presidencial a sus 70 años de edad, imponiéndose a Hillary Clinton, no por la cantidad de votos generados por el sufragio universal, sino por las características del sistema electoral norteamericano que da la potestad al Colegio Electoral para designar al ganador.
A pesar de que las alarmas se habían encendido desde los inicios de su candidatura por sus muy desafortunadas declaraciones, la opinión pública internacional comenzó a inquietarse con sus  primeras medidas que anticipaban un cambio radical en las políticas norteamericanas. 
A través del enunciado de America First, inició un proceso de repliegue hacia un profundo nacionalismo y proteccionismo denunciando acuerdos comerciales; imponiendo draconianas barreras arancelarias a las importaciones, particularmente en una primer instancia a las de aluminio y acero; desarrollando una política energética centrada por lo esencial en lo fósil; retirándose de negociaciones bastantes avanzadas  como las de Paris sobre el cambio climático o el controvertido Acuerdo Transpacífico (TPP) y amenazando con desconocer el Tratado de Libre Comercio de América del Norte con Canadá y México.
De igual forma inició una abierta campaña  de rechazo hacia el inmigrante y hacia las minorías recurriendo al miedo, mostrando a esas minorías como un enemigo que pretende no solo ocupar el lugar de bienestar conseguido, sino que además destruir la identidad americana. De esta forma acentuó sus posiciones anti inmigrantes presionando a México para la construcción de una costosa e inútil muralla e iniciando una persecución sin precedentes a los inmigrantes latinos y  musulmanes, además de no respetar el acuerdo de no deportación  a los hijos menores de inmigrantes estipulado en el programa DACA.
Pero la justicia le ha sido adversa en ese y en otros casos, revirtiendo sus órdenes y obligándolo a hacer marcha atrás. Ello también ocurrió con su obstinación por encontrar fondos para construir su Muro que, a falta de apoyo, mantuvo cerrado el gobierno por 31 días a finales de diciembre de 2018 hasta que se abrió nuevamente sin conseguir los fondos para esos efectos.
No obstante lo anterior, sus ataques anti inmigración continúan y su exasperación lo ha llevado a destituir a los altos responsables de las instituciones de seguridad y  encargadas de las políticas migratorias.
Una segunda forma de presión más reciente al izquierdista gobierno de López Obrador consistente en aumentar los aranceles de las exportaciones mexicanas, logró que México para evitar las sanciones concluyera un acuerdo para impedir la inmigración guatemalteca, salvadoreña, nicaragüense y hondureña desplazando fuertes contingentes de tropas a la frontera, además de aceptar la devolución de cerca de 10.000 solicitantes de asilo que habrían ingresado a los Estados Unidos por la frontera mexicana. En realidad más que un acuerdo,  López Obrador tratará de poner  en ejecución lo establecido por administraciones mexicanas anteriores.

El desmedido proteccionismo de Trump lo llevó a su máximo nivel al desatar una guerra comercial sin precedentes e imprevisibles con China, al aumentar severamente los aranceles  para los productos prevenientes de ese país e iniciar una batalla tecnológica en que el gigante Huawei ha sido el objetivo fundamental al negársele el acceso a los sistemas operativos de Google.
China respondió con un aumento similar de las tasas de importación a más de mil productos norteamericanos y con su amenaza de restringirle las exportaciones de tierras raras en que el litio es uno de los elementos asociados esenciales  para la industria telefónica y automotriz.  La Organización Mundial del Comercio, de la cual Trump ha amenazado con retirarse, ha sido incapaz hasta el momento de lograr una solución durable y  aceptable.
Europa no ha estado exenta del  apetito proteccionista de Donald Trump. Una de sus primeras medidas fue el anuncio de imponer aranceles al acero y al aluminio proveniente de Europa, la que respondió con medidas contra varios productos norteamericanos. La tensión volvió a aumentar con el anuncio de imponer tasas a los automóviles europeos y al rebajar la categoría diplomática a la UE. Las tensiones disminuyeron luego de la reunión entre Trump y el Presidente de la Unión Europea el 25 de julio de 2018. A pesar de ello, el presidente norteamericano continúa su política proteccionista de manera individual anunciando medidas contra las exportaciones de productos alimenticios y recientemente al vino francés, por ejemplo.
Las anteriores acciones  han sido acompañadas por complejas políticas económicas nacionales destinadas, según él, a favorecer el empleo, los salarios y  el consumo, dando un fuerte impulso a los sectores agro industriales y autorizando la explotación del petróleo en zonas muy sensibles y peligrosas para el medio ambiente. Junto con ello favoreció a los grandes intereses privados a través de una propuesta tributaria que, a futuro, hará recaer la carga en los más modestos, disminuyendo igualmente las restricciones impuestas durante la crisis al sistema bancario que protegían al consumidor. Además, apenas elegido presidente, inició  una profunda reforma al sistema de salud que con tanto esfuerzo logró imponer Obama. Si bien no ha logrado destruir en su totalidad los avances de su predecesor, de continuar con ello, los daños causados serán considerables para los más desposeídos.
El accionar internacional de Trump ha sido igualmente alarmante para la paz y la seguridad mundial.
A la abierta  provocación que supuso el traslado de la embajada de los Estados Unidos a Jerusalén con  los consiguientes repudios y protestas de los países árabes y  de la comunidad  internacional, han seguido una serie de acontecimientos desestabilizadores del orden imperante en materias internacionales.
Apenas en funciones tuvo su primera intervención militar  en Siria bombardeando el poblado de Shayrat en respuesta a un confuso ataque químico. Ulteriormente procedió al retiro de las cerca de 2000 tropas americanas argumentando que ISIS había sido derrotado y que era necesario preservar vidas humanas y recursos, ante el estupor de sus aliados europeos en esta guerra y del no disimulado contentamiento de Rusia ante este y el otro anuncio de Trump en el sentido de  que 7 mil de los 14 mil soldados se retirarían igualmente de Afganistán, provocando la renuncia del Secretario de Defensa Jin Matti y de Brett MacGurk, enviado especial ante la Coalición  Internacional contra ISIS.
La abrogación del acuerdo nuclear con Irán y el reciente anuncio de impedirle por la fuerza el envío de sus  exportaciones de petróleo,  además de las confusas relaciones con RusIa que han conducido últimamente a un deterioro mayor que el que existió en  anteriores administraciones completan este preocupante cuadro.
Sus desafortunadas declaraciones sobre el presidente francés, su toma de posición pro Brexit drástico,  unidas a las críticas dirigidas a Theresa May, los insultos contra el alcalde de Londres  o sus afirmaciones de que la Unión europea es tan mala como China han igualmente contribuido a acrecentar las tensiones en las relaciones diplomáticas internacionales.
A lo anterior se suma su  nueva política de endurecimiento de sanciones   hacia Cuba con la amenaza de aplicarle el capítulo III de la Ley Helms- Burton  que permite reclamar ante tribunales norteamericanos los bienes expropiados después de la revolución cubana, deshaciendo en corto tiempo las distensiones logradas por Obama y otras administraciones.
Los  planteamientos de intervención militar en Venezuela expresadas por la Casa Blanca y muy recientemente por Elliot Abrams ante el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes han desatado los más terribles recuerdos de la guerra fría y de la doctrina del destino manifiesto.
El impulso a las políticas de acercamiento  y  los acuerdos avanzados con Corea del Norte   han sido insuficientes para aminorar su conflictiva y confusa   política exterior que le ha valido el rechazo de la Unión Europea y de sus países más influyentes.
Las elecciones de noviembre de 2018, llamadas de medio mandato (Midterms) tuvieron una alta participación y contra todo pronóstico no lo desfavorecieron del todo, pues a pesar de que los Demócratas se impusieron en la Cámara de Representantes, el resultado, aunque ambivalente, fue menos trágico que lo que les ocurrió a Clinton y a Obama. Además  en el Senado le fueron bastante favorables debido en parte a la renovación parcial de 2018.
Trump ha saludado estos resultados como una victoria, la que no es tal, pues la oposición demócrata en la Cámara es importante y con seguridad constituirá un freno a alguno de sus objetivos.
Sin embargo, es un hecho evidente que la América profunda le entregó su apoyo al calor  de las buenas cifras macroeconómicas internas que han  reducido el desempleo y aumentado los salarios, manteniendo un PIB bastante decoroso.
Diversos sondajes posteriores a estas elecciones  parecieran confirmar el apoyo popular a su accionar. Los Demócratas por su parte si bien opositores a las políticas globales, han estado, a pesar de ello, en general de acuerdo con la guerra comercial y las medidas arancelarias aplicadas a China.
Pero más allá de los apoyos populares y de los  sondajes recientes, la evidencia muestra que su forma de gobernar con amenazas e imposiciones arbitrarias constituye un peligro para la convivencia nacional e internacional y no es un método saludable para un país que juega  el rol más importante en el escenario económico y político mundial.
 ¿Será esto la consecuencia de los buenos resultados económicos o por el contrario el apoyo popular responde a un fuerte viraje hacia un nacionalismo profundo de una América del Norte subyugada por discursos que preconizan la mezquina defensa de intereses individuales escondidos en ese slogan de America First?
La respuesta está por verse, por el momento su reelección se vislumbra como posible, así como el desarrollo de modelos similares en otras latitudes, como lo veremos en la segunda parte de esta nota, lo que acrecentará aún más las tensiones ya existentes y la peligrosa deriva hacia una demencia colectiva y de proporciones que podría culminar con el fin de la democracia.

Junio 2019.


viernes, 7 de junio de 2019

De punto muerto a marcha atrás: una derrota anunciada.


                           
                                     
                                              

                                                                                                                                 

No era necesario ser demasiado avezado para vaticinar con mucha seguridad la contundente derrota política sufrida por el gobierno de la Presidenta Bachelet y la coalición de partidos  que la apoyaban. En dos crónicas publicadas en 2017, alertábamos sobre los peligros que se cernían para el futuro político de la Nueva mayoría y de su candidato presidencial si se persistía en la abulia, en la improvisación, en la dispersión  y  en el alejamiento paulatino de las voces populares.
Alertábamos igualmente sobre la desfiguración política del Partido Socialista que enormemente distanciado de sus principios fundacionales y  con algunos de sus dirigentes y ex dirigentes  enlodados por casos de corrupción y narcotráfico  prefirió, desconociendo principios estatutarios, el acomodo oportunista apoyando una candidatura sin destino que a un candidato de sus propias filas.
La derrota sufrida es sin dudas contundente, dolorosa y dejará profundas huellas en la centro izquierda. Esto podría culminar en distanciamientos, divisiones, rencores y sobretodo en una desafección aún más importante de la ciudadanía hacia la clase política en general y hacia las fuerzas progresistas en particular.
¿Qué sucedió para que la derecha chilena que arrastra la ignominia de haberse comprometido con la dictadura de Pinochet y de haber aprobado con su participación, complicidad o silencio los crímenes y latrocinios del régimen militar llegara, por segunda vez en democracia, a gobernar nuestro país con un 54,8% de los votos en la segunda vuelta de 2017, luego de haber obtenido  el 36,6 de los sufragios en la primera vuelta?
¿Qué sucedió para que Sebastián Piñera fuera nuevamente elegido presidente, en consecuencia que su primer gobierno de 2010 a 2014 se caracterizó por la mediocridad y el descontento, a pesar de algunos mínimos pero interesantes avances como la eliminación del 7% de la cotización salud para los pensionados, la extensión del post natal a 6 meses o el  proyecto de Unión Civil promulgado más adelante por Bachelet?
¿Qué ocurrió para que las fáciles cuentas que en un comienzo vaticinaban un triunfo de Alejandro Guillier en segunda vuelta se revertieran a favor de la derecha? Recordemos que sumados los votos del conjunto de los candidatos de centro izquierda, incluidos Artes y Navarro, que se presentaron en primera vuelta sumaron un 55, 4% de los sufragios.
¿Por qué la ciudadanía no apoyó la continuidad de una coalición que había, desde el retorno de la democracia, enfrentado el problema de la desigualdad disminuyendo notoriamente la pobreza aportando mayor bienestar a cientos de miles de  excluidos y, durante el gobierno  de la Presidenta Bachelet, realizado importantes reformas sociales y valóricas tratando de avanzar en algunas muy  sustantivas como la Constitucional,  la Educacional y la Tributaria?
No es fácil encontrar respuestas claras a algunas de estas interrogantes. Sin embargo hay algunos elementos que nos permiten comprender mejor este duro golpe a las fuerzas progresistas de la centro izquierda.
En primer término hay que tomar en consideración que los años de dictadura modificaron  notoriamente el comportamiento de la mayoría de los chilenos al fomentar el individualismo, el exitismo a cualquier precio, el desapego al Estado, la competitividad, el consumismo frenético y el respectivo endeudamiento; fenómenos que los gobiernos democráticos post dictadura ignoraron  o alentaron con sus políticas económicas de continuidad neoliberal, enmarcadas en los principios del Consenso de Washington.
Aunque la Concertación o la Nueva Mayoría puedan exhibir como un triunfo incontestable la disminución importante de la pobreza, de un 40% a un 10%, permitiendo así la incorporación  de nuevos contingentes a engrosar las filas de la denominada clase media y acceder a mejores niveles de bienestar; es también cierto que no fueron capaces de concretar reformas político sociales que permitieran una democratización efectiva del país y  acceso a una  salud y  educación de calidad, además de salarios y pensiones decentes.
Las reformas que apuntaban a una mayor equidad y mejoramiento sustantivo en algunas de esas áreas, terminaron o en un fiasco o con tímidos resultados que no hicieron variar fundamentalmente las carencias  señaladas.
La más importante de las reformas, la Constitucional, solamente fue abordada  al final del gobierno de la Presidenta Bachelet, cuando su gestión sufría un deterioro mayor, para terminar en una risible demostración de ineficacia con medidas y propuestas que sucumbieron frente a la indiferencia de la ciudadanía y la feroz oposición de la derecha.
Sin una seria reforma constitucional era muy complejo avanzar en los otros dos ejes fundamentales del programa de Bachelet: la reforma educacional y la tributaria.
La primera, que finalmente fue aprobada con enormes modificaciones y con algunos avances de importancia como la gratuidad para la mayoría de los segmentos más pobres del país, no tuvo el apoyo esperado, pero sí un manifiesto descontento de los principales actores de la educación y de parte importante de los sectores medios que aspiraban a continuar con una educación particular subvencionada y de mejor calidad.
La reforma tributaria, si bien fue una excelente y necesaria iniciativa, se vio frustrada tanto por la intransigencia derechista como por las continuas modificaciones e improvisaciones gubernamentales y su mal diseño que, a final de cuentas, hizo sostener  el peso de la misma  a los sectores productivos y a las capas medias. Por ello, la  recaudación proyectada sería totalmente insuficiente para  los fines por las que fue concebida al destinar parte de los mismos a la reactivación económica afectaba por la misma reforma.
La reforma laboral, aunque no era la prioridad mayor del gobierno de la Nueva Mayoría, pasó igualmente sin pena ni gloria y con un no disimulado descontento de las organizaciones sindicales de base, intermedias y de cúpula que no vieron reflejadas sus aspiraciones principales como la negociación colectiva por rama de actividad económica o el reconocimiento, sin ambigüedades, del sindicato como actor esencial de las relaciones laborales.
Otras aspiraciones ciudadanas como las que emanaban del poderoso movimiento No más AFP fueron simplemente ignoradas y muy poco se adelantó en un mejoramiento sustantivo del sistema de salud pública que concierne a un 83% de la población.
Los avances en  materias políticas como la aprobación de un nuevo sistema electoral que terminó con el sistema binominal imperante dando paso a una mayor representación ciudadana, el voto de los chilenos en el exterior o los logros experimentados en su agenda valórica como la despenalización del aborto en tres causales, la promulgación del Acuerdo de Unión Civil ( iniciativa de Sebastián Piñera en 2011) y la propuesta de matrimonio igualitario fueron opacadas por la insuficiencia de las otras reformas emprendidas, por la participación en actos  de corrupción del conjunto de la clase política, como el caso CAVAL en que aparece involucrada la nuera y el hijo de la Presidenta o SOQUIMICH con su chorreo de corrupción tanto hacia la derecha como hacia la izquierda, despertaron la atención, indignación y reprobación de la opinión pública durante meses.
La fuerte ofensiva de la derecha, que aunque envuelta en los temas de corrupción con varios de sus personeros condenados y encarcelados por los efectos de Soquimich y Penta, supo desviar el debate hacia la falta de rigor en las reformas emprendidas, teniendo al Tribunal Constitucional como un aliado de importancia y motivando los sentimientos de miedo ante  la emergencia de una inmigración no controlada, utilizando la vieja técnica de la campaña del terror poniendo a Venezuela y Cuba como ejemplos satanizadores ante un nuevo eventual gobierno de la Nueva Mayoría.
Pero, además, la derecha de nuestro país logró un triunfo importante al  entusiasmar a las capas medias emergentes con sus mensajes de desarrollo productivo, crecimiento, empleo, consumo y exitismo, desplazando los emblemas de  la centro izquierda como los derechos humanos y  la no impunidad en esas materias,  la profundización de la democracia, el desarrollo con equidad o el combate a la  desigualdad.
Esas capas medias emergentes que salieron de la pobreza, que algunos han tildado de “fachos pobres”, endeudadas, con salarios  menores a los 500.000 pesos, enfrentadas a necesidades en materia de educación, salud, pensiones, vivienda etc., pero  con aspiraciones a una mejor calidad de esos servicios no necesariamente estatales, con escaza voluntad solidaria, deseosas de mantener su nuevo estatus progresando en él y no retrocediendo y a las que el progresismo no supo cautivar, contribuyeron  también de manera decisiva a la derrota de las fuerzas de izquierda y de centro. Según datos proporcionados por la Fundación Sol en 2018,  el 54,3 % de los salarios chilenos son inferiores a 350.000 pesos y  3 de cada 4 personas ganan menos de 500.000, por lo cual deben necesariamente endeudarse para cubrir sus necesidades esenciales. Aún así, un contingente mayoritario de ese segmento prefirió optar por la propuesta derechista.
Hay también otros factores que es necesario destacar. La aparición de un nuevo referente de izquierda, las tensiones al interior de la Nueva Mayoría, la poca credibilidad del candidato y el abstencionismo.
A la elección presidencial se presentaron cuatro candidatos de la centro izquierda y dos candidatos de una izquierda más extrema y anárquica. Como ya lo enunciamos anteriormente el conjunto de su votación representaba en primera vuelta un 55, 43% de los  6.700.748 de los que sufragaron en esa ronda.
Lo interesante de estas  candidaturas fue la aparición de la  figura de Beatriz Sánchez que representaba a un nuevo referente de izquierda, el Frente Amplio, coalición surgida de los movimientos estudiantiles y sociales muy críticos de los partidos de izquierda tradicionales y con aspiraciones serias de gobernar. El 20,27% de los votos obtenidos y los 20 diputados y 1 senador consolidaron al Frente Amplio como una fuerza política con muchas proyecciones que no solo   puso en serio riesgo a la candidatura de Alejandro Guillier, pero que además  de alguna manera le restó peso y credibilidad. Los magros porcentajes obtenidos por Carolina Goic desataron aún más las tensiones al interior de la Democracia Cristiana y de la Nueva Mayoría.  Por su parte en  el Partido Socialista  aumentaron las tensiones y los descontentos más allá de los buenos resultados obtenidos en las parlamentarias.
La segunda vuelta de la elección presidencial le dio un contundente triunfo a Sebastián Piñera con el 54,8% de las preferencias  obtenidas de los 7.032,523 votantes. Guillier solo alcanzó un 45,42 % de los sufragios. Aunque la abstención disminuyó respecto de la primera vuelta fue igualmente importante al alcanzar un 51%  de los inscritos. Más allá de las razones en orden al respeto a las voluntades individuales y democráticas para imponer el voto voluntario, habrá que repensar a futuro sobre la pertinencia de mantener esta situación. Los ciudadanos tienen deberes y uno de ellos es la participación en la elección de sus representantes, teniendo la opción de votar blanco o anular la papeleta.
Los anteriores resultados junto con dar un confortable margen a la candidatura de Piñera muestran que sus votos  no fueron solamente de los sectores más acomodados del país, sino que también de las capas medias y de sectores populares que expresaron su sentir y descontento con los actos de corrupción, imperdonables para la gente de izquierda; con las promesas incumplidas; con la insuficiencia e improvisación  de las reformas  y  por el temor esos segmentos a caer de nuevo en sus anteriores niveles de pobreza a la vista de algunas experiencias internacionales.
Pero igualmente esas cifras  dejan ver que hubo un traspaso de los votos de las fuerzas de la Nueva Mayoría hacia Piñera. Se calcula que un 75% de los votos de Goic  y  alrededor de un 33% de los  del Frente Amplio y de MEO respectivamente favorecieron al candidato de la derecha. La Democracia Cristiana desde antes de la primera vuelta enfrentaba discusiones sobre la pertinencia de continuar en la Nueva Mayoría y como se recordará se excluyeron de las primarias llevando candidata propia y contestando liderazgo; aparte de expresar disconformidad con  las alianzas con el alicaído Partido Comunista y con las  simpatías expresadas  hacia Nicolás Maduro y al régimen cubano. La dispersión de los votos del Frente Amplio, además de los de MEO solo pueden explicarse como un rechazo hacia la dirigencia tradicional de los partidos de izquierda y hacia al candidato Guillier por sus vacilaciones, por sus contradicciones, por  su falta de carisma y por su incapacidad para consolidar a un referente político en franca atomización.
La tarea a futuro será dura  para el centro y para la izquierda pues como colorario de esta derrota electoral e ideológica se producirá necesariamente una recomposición en las políticas de alianzas que hará distanciarse a los antiguos amores durante un tiempo más o menos prolongado.
Sin embargo, no todo está perdido pues el gobierno de Piñera con sus políticas de libre mercado y de escaso contenido social favorecerá sin dudas a los segmentos más ricos y acomodados, en desmedro  de la mayoría de la población y fundamentalmente de esas capas emergentes que lo apoyaron, lo que lo desgastará rápidamente.
En el intertanto los partidos de izquierda y de centro deberán necesariamente iniciar un proceso de reflexión tendente a la elaboración de un proyecto político que tenga como objetivo central la construcción de  una sociedad con justicia social y  con una visión de futuro que pueda incorporar los valores de la libertad, de la solidaridad, de la igualdad y  de la no exclusión que fueron siempre los símbolos de la izquierda. Además de la búsqueda de mecanismos para evitar la corrupción en la política
En la elaboración del proyecto político deben necesariamente incorporarse  los temas de actualidad relevante como son los problemas de una salud pública de calidad, pensiones decentes, gratuidad de la educación, del medio ambiente, de las nuevas tecnologías, de la inteligencia artificial, de la robótica y otros,  discutiendo como ellos puedan ser incorporados en las diferentes estructuras educativas y productivas.
Finalmente un proyecto de izquierda debe, por sobretodo, valorar la democracia, oponiéndose sin vacilaciones a toda forma dictatorial. La búsqueda de consensos para avanzar en acuerdos que, sin apartarse de los objetivos esenciales, vayan en beneficio del conjunto de la ciudadanía debería ser una práctica recurrente.
Tal vez lo anterior no sea un camino fácil, pero es sin dudas una forma de avanzar hacia una sociedad más justa con apoyo y participación ciudadana.

Enero 2018.