domingo, 3 de octubre de 2010

CUANDO LOS MUROS SE CAEN

Agustin Munoz V



Creo que fue en Junio de 1971 cuando viajé a la RDA. Fue un viaje de estudios por las principales ciudades de la entonces llamada Alemania democrática, en el que se mezclaba lo académico con el turismo político. Obviamente el plato de fondo de esta visita fue una estadía en un casi despoblado y caluroso Berlín, con muy pocos vehículos y solamente algunos grupos de turistas caminando por la amplia avenida Unten den Tillen (Bajo los Tilos) que desembocaba en la histórica Puerta de Brandemburgo. Llamaba poderosamente la atención lo amplio de las calles y avenidas, el poco movimiento de vehículos y personas, lo que daba una impresión de inmensidad que se acrecentaba con los grises y funcionales edificios aledaños. Contrastaba el paso de los autobuses de transporte, de las bicicletas y de los contaminantes Trabant, codiciados automóviles que disponían de un motor a dos tiempos de 600cm3, con los raudos y elegantes Mercedez Benz provenientes de Berlín Oeste. Sin embargo, lo que verdaderamente impresionaba era el Muro.
El Muro de Berlín impactaba y una mezcla de angustia y de curiosidad invadía nuestras convicciones revolucionarias de aquel tiempo. Observar el Muro era regresar a lo más caliente de la guerra fría. Era como estar viviendo episodios de la maravillosa película protagonizada por Anthony Hopkins: “Espionaje en Berlín” o leyendo nuevamente “El espía que regresó del frío” de John Le Carré. El Muro constituía la línea divisoria entre Capitalismo y Socialismo. Era sombrío, medía más de 115 kilómetros de largo y sus 3.6 metros de alto semejaban a la siniestra muralla de la parisina prisión de La Santé. En algunos lugares se habían instalado, en su parte superior, barras de cemento con alambres de púa y muchas torres de vigilancia, al estilo del campo de concentración de Buchenwald, disuadían cualquier intento de escapatoria hacia el otro lado. Los visitantes privilegiados como nosotros, debidamente acompañados por nuestro intérprete, podíamos acceder por un lugar previamente acomodado en el que, a través de un mirador, se contemplaba la artificial separación. Luego se nos invitaba a presenciar una película en que se explicaba la historia de Berlín después de la Segunda Guerra Mundial, el heroísmo de los soldados soviéticos que liberaron la ciudad, la división de Berlín entre las cuatro potencias y en seguida, su verdad acerca de la construcción del Muro.
Era una verdad que convencía poco. Se nos explicaba que hubo muchos atentados y provocaciones de parte de los imperialistas de Berlín Oeste que causaron muchas víctimas; que había una importante fuga de cerebros, de profesionales, de técnicos, los que una vez formados abandonaban la RDA atraídos por los excelentes salarios y las posibilidades de consumo de la otra Alemania; que los obreros partían a trabajar al Oeste, donde consumían, pero que dormían y se sanaban en el Este aprovechando las ventajas de viviendas subvencionadas y la gratuidad de la seguridad social; que la gente del Berlín capitalista compraba en la RDA los productos esenciales de consumo, a precios más reducidos, produciendo alarmantes desabastecimientos y descontentos de la población . Agregaban que debido a la propaganda occidental, era tal el número de personas que dejaban el paraíso socialista por el ogro capitalista que en poco tiempo el país no habría podido funcionar. Curiosos y contradictorios argumentos para explicar la construcción de la gris muralla. Uno se interrogaba acerca de cuál era en realidad el paraíso. No obstante estas explicaciones poco convincentes, aceptamos esa realidad. Fue más fuerte en aquel momento el peso de nuestros juveniles ideales, que el ejercicio de la razón ante una evidencia vergonzosa.
La visita del Muro terminaba con la posibilidad de poner algunas impresiones en un enorme libraco de firmas, igual a esos antiguos cuadernos de contabilidad de gruesas y acartonadas tapas. Antes de firmar y poner algunas diplomáticas palabras tuve la curiosidad de leer varias páginas en las que se consignaban impresiones ditirámbicas hacia el comunismo, loas a sus dirigentes y, en una de ellas, un sintético: “Viva el Socialismo, mierda” marcaba el paso de algún entusiasta compatriota. ¿Dónde estarán esos libros? ¿Los habrán quemado o estarán en algún museo? Creo que sería un ejercicio interesante encontrarlos e identificar algunas firmas de visitantes que fueron, son o serán gobernantes de nuestro continente. Con seguridad nos sorprenderían los testimonios que dejaron por escrito luego de su visita del Muro.
El otro Berlín contrastaba con el de la RDA. La gente elegantemente vestida hormigueaba por aceras atestadas de cafés, de tiendas y de comercios diversos. La juventud poblaba las terrazas de bares y restaurantes, las que gracias al colorido de las vestimentas y de sus risas tomaban un masivo aire de fiesta, de alegría. Se apreciaba que el Berlín occidental era una potencia económica. Las bellas construcciones, la actividad cultural, la diversidad de diarios, revistas, publicaciones, la vida nocturna, los modernos automóviles y el fuerte consumo contribuían a aumentar nuestras dudas.
A pesar de todo ello, nada hacía pensar en esos momentos que 18 años más tarde, el 9 de Noviembre de 1989, el muro sería derribado por una de las más impresionantes manifestaciones populares de Alemania. Era lo que Marx denominaba el “motor de la historia” lo que lo sepultaba definitivamente. Hubo otros “motores de la historia” en los paraísos del Este: En 1980 Lech Walesa y Solidarnosc en Polonia, las revueltas de Hungría de 1956, de Checoeslovaquia en Praga en 1968, la revolución de terciopelo en ese mismo país que comienza en 1988 y la profunda mutación que se produce en la Unión Soviética con la apertura y transparencia iniciada por Gorbachov, son otros históricos motores que hicieron posible que la alegría también llegara al Este.
Fue, claro, una alegría relativa. Si bien ahora es posible expresarse libremente, argumentar ideas sin temor a represalias, viajar hacia otras latitudes; la economía de mercado ha impuesto otras reglas del juego que ha golpeado duramente a una población acostumbrada a los subsidios, a la gratuidad de la educación y al acceso a una salud decente.
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PROXIMA CRONICA: " VIVE LA REVOLUTION"
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