Por Agustín Muñoz.
La noche del 13 de noviembre será recordada como una de las más trágicas
de la historia política francesa.
Ataques terroristas casi simultáneos estremecieron la alegre normalidad
de un cálido fin de semana parisino. Primero fue el estadio de Francia donde
cerca de ochenta mil personas, entre las que se contaban el Presidente Hollande
y el Ministro del interior, presenciaban un partido amistoso entre Francia y
Alemania. Tres explosiones no consecutivas, percibidas por muy pocos,
acompañarán el jolgorio del primer gol de los franceses en las afueras del
estadio. Las explosiones se producen frente a tres comercios de comida rápida
muy frecuentados habitualmente. Varios heridos, cuatro muertos, tres de los
cuales corresponden a kamikazes. Hollande y su Ministro son evacuados, el
partido continúa y al final la noticia se expande, al igual que el estupor, el
miedo, la inseguridad.
El popular barrio 10 y el animado barrio parisino de la República, 11éme
arrondissement, iluminados por los neones y letreros de restaurants, bares,
cafés, teatros y sobretodo resplandeciente de historia democrática conocen casi
al mismo tiempo tres otros ataques siniestros.
Le Carillon et Le Petit Cambodge, dos restaurants frecuentados por gente apacible
y alegre son objeto de la metralla mortífera, al igual que la pizzeria Casa Nostra, y los cafés La Bonne Biére, Le Comptoir Voltaire et
le bistrot La Belle Equipe.
Calles por las que han desfilado las más importantes manifestaciones
republicanas con figuras ilustres como
Jean Jaures, asesinado en 1914 en el aledaño “Café du Croissant”; Mitterrand;
Jean Paul Sartre; André Malraux. Lugares como la imponente estatua de Marianne,
en la Plaza de la República desde donde De Gaulle presenta el 4 de septiembre
de 1958 su proyecto Constitucional. Marianne símbolo de la democracia que se alza sobre las
tres alegorías de la libertad, de la igualdad, de la fraternidad hoy estremecidas
por los gritos de los heridos y muertos por las balas asesinas de las
kalavnikosh. Sitios empapados de un pasado de gloria, ahora mancillados por el
odio. Se adiciona a este horror el de
los asistentes al concierto de música Metálica en el teatro Le Bataclan que vivió una cruenta
representación de terror y de maldad. El trágico balance de estos
criminales actos terroristas es hasta el momento de 132 muertos y 352
heridos.
La tristeza y el dolor se han amparado de la ciudad. Las animadas
mañanas de los días sábados y domingos en las que habitualmente los parisinos
hacen deportes, salen de compras, desbordando las ferias y mercados o
simplemente pasean, se han vuelto desiertas. Los autobuses y el metro se han
vaciado y la circulación de vehículos ha disminuido notoriamente dando la
sensación de una ciudad despoblada. Sólo se escuchan las sirenas y el paso raudo de ambulancias y policías.
Muchos jóvenes han concurrido a los
lugares accesibles de la tragedia donde encienden velas o depositan ramos de
flores, otros miran en silencio y hasta un pianista se traslada con su
instrumento para rendir un homenaje postrero interpretando a John Lennon.
El Gobierno llama a la unidad nacional, el Presidente considera los
ataques terroristas como un acto de guerra y de agresión hacia la Francia y a
los valores que ella representa. Se decretan tres días de duelo nacional y luego de casi 50 años se impone el estado de urgencia. Se cierran los cines,
los lugares públicos, los estadios, las piscinas, las ferias, los mercados.
¿Por qué ocurre todo esto? ¿Por qué el país de los derechos humanos, de
los valores republicanos, de la democracia, de la libertad, de la solidaridad,
de la cultura y de la tolerancia es objeto de estos infames ataques que comienzan
desgraciadamente a repetirse de más en más?
Las respuestas son sin dudas múltiples, extensas y muy contrapuestas
entre sí. No es el momento ahora de profundizarlas.
Sin embargo, hay algunas cuestiones que no podemos dejar de examinar.
La primera se refiere al fanatismo radical religioso, representado por
el Estado Islámico, que hace de la intolerancia su objetivo esencial, tratando
de imponer sus ideas totalitarias hacia las democracias occidentales. Francia por
su historia, por sus valores democráticos, por su defensa de la laicidad, de la
igualdad, de la tolerancia, es sin dudas un enemigo privilegiado y por ello ha sido objeto de varios e importantes
atentados y ataques terroristas
La segunda, muy en relación con la primera, es la política exterior
francesa y su combate contra el extremismo y djihadismo en diferentes frentes
para entre otros objetivos, evitar los ataques de que ha sufrido. Esto, sin
lugar a dudas la expone a este tipo de acciones criminales, por lo que la
diplomacia y la seguridad interior deben acrecentarse más que nunca. Las redes
de financiamiento de DAECH y los países que encubren sus transacciones deben
ser desmanteladas y objetos de sanciones internacionales De igual manera el
rol, la coordinación y la eficacia de los servicios de inteligencia tendrán que
ser seriamente discutidos.
La tercera está relacionada con los propósitos que persigue el Estado
islámico con estos ataques que no son otros que causar pánico, terror y
sobretodo cambiar los valores democráticos, y
formas de vida de la sociedad
francesa, por los de una sociedad encerrada en sí misma, intolerante,
racista y totalitaria. Esto no puede ocurrir y más allá de las temporales
medidas que se impongan en beneficio de la seguridad ciudadana, la sociedad
francesa debe continuar con su habitual estilo fraterno, solidario, republicano , amante de la vida y no confundiendo islamismo
radical totalitario con el credo musulmán pues hacia eso apunta el terrorismo
de DAESH.
En fin, hay cuestiones más profundas que habrá que analizar con calma y
cautela como las políticas de
integración, de educación, de exclusión
social, de lucha contra la desigualdad que necesariamente deben ser
perfeccionadas para contribuir a que estos atentados contra la libertad no se
reproduzcan nunca más.
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