Hace 130 años, el 1° de mayo de 1886,
las más importantes ciudades de los Estados Unidos de Norteamérica como Nueva
York, Chicago, Baltimore, Milwanka y otras se paralizaron como resultado de la
lucha de las organizaciones sindicales
norteamericanas por mejores condiciones
laborales, particularmente por la reducción de la jornada a ocho horas
de trabajo.
En ese 1° de mayo el paro fue total,
así como la brutal represión y la provocación policial ante los cientos de
miles de trabajadores que se manifestaron en las calles. La continuidad de la
huelga general fue seguida por una mayor
represión que deja como saldo, el día 3 del mismo mes, seis obreros asesinados
pertenecientes a la empresa Mc Cormic Reaper, además de numerosos heridos y
detenidos. La manifestación de protesta realizada el día siguiente, 4 de mayo,
en Chicago, en Haymarket Square, culmina con una enorme tragedia al estallar
una bomba puesta por un desconocido. Mueren 12 personas, ocho policías y cuatro
trabajadores y más de 60 personas quedan en estado grave. Los organizadores y
los principales oradores son inculpados y en uno de los juicios más infamantes
de la historia se condena a ocho de los detenidos de los cuales cuatro de ellos (Spies, Fischer,Engel y
Parson) fueron ahorcados el 11 de noviembre de 1887; Louis Lingg se suicida en
prisión; Schwad y Fielden fueron condenados a prisión perpetua y Neebe a 15 años de reclusión. Seis años más
tarde el gobernador de Illinois decide revisar el proceso y se decreta la
libertad sin condiciones de los detenidos y la pública rehabilitación de los
ejecutados.
La Segunda Internacional se reúne en
Congreso en Paris, en 1889, con ocasión del centenario de la “Toma de la
Bastilla”. Los delegados norteamericanos entregan un conmovedor testimonio de
los sucesos de mayo de 1886 y por unanimidad se adopta la resolución de apoyar
la decisión de la Federación Americana del Trabajo que en su reunión de St.
Louis eligió el 1° de mayo de 1890 como manifestación internacional para manifestarse
mundialmente por la obtención de las 8
horas de trabajo. El movimiento por las ocho horas logra finalmente su objetivo
que se consagra por una resolución de la naciente Organización Internacional del
Trabajo (OIT), a través del Convenio núm.1 adoptado el 28 de noviembre de 1919
en Washington.
Luego de este triunfo, la tradición
continúa; el 1° de mayo se convierte en el mundo entero en el día internacional
de los trabajadores, salvo en los Estados Unidos y Canadá en que la
conmemoración se realiza el primer lunes de septiembre y se conoce como el
Labor Day.
En este 1° de mayo los trabajadores
chilenos tendrán muchas cosas que conmemorar, pero pocas cosas que celebrar.
Como es sabido y con su acostumbrado cinismo la derecha chilena se ha autoproclamado como
la defensora de los derechos de los trabajadores impugnando una débil Reforma
Laboral propiciada por el Ejecutivo y aprobada por el Parlamento, recurriendo
de queja ante el Tribunal Constitucional por considerar que ella transgrede las normas de nuestra Carta
Magna, fundamentalmente en materias de
Libertad Sindical.
Cuatro parlamentarios de la derechista agrupación
“Chile Vamos” han celebrado que el Tribunal Constitucional, en un ideológico
fallo dividido, les haya dado la razón
en lo que se refiere a Titularidad Sindical y Extensión de beneficios, aspectos
centrales y uno de los pocos puntos positivos de la reforma recientemente
aprobada. En efecto, los senadores Andrés Allamand y Hernán Larrain, más los
diputados Nicolás Monckeberg de R.N. y Patricio Melero de la UDI, con enormes
muestras de satisfacción en sus rostros han declarado ante el conjunto de los
medios de comunicación de nuestro país que el fallo mencionado significa un
triunfo para la democracia, para los trabajadores y para la libertad sindical.
No nos pronunciaremos aún sobre este
polémico y arbitrario fallo pues hasta ahora el tribunal Constitucional no ha
dado a conocer sus fundamentos. No obstante, no podemos dejar de interrogarnos
acerca de una arbitraria declaración de inconstitucionalidad en un país que ha
ratificado convenios fundamentales de la OIT que consagran los derechos de los
trabajadores a afiliarse en sindicatos para que los representen, para negociar
colectivamente y para ejercer el derecho de huelga. En un país que ha conocido
múltiples llamados de atención de los órganos de control de la OIT por no
respetar esos convenios fundamentales. No está de más recordar que en el pasado
diversos países de América Central fueron unánimemente condenados
internacionalmente por permitir la emergencia del llamado Solidarismo,
movimiento propiciado y alimentado por los empleadores centroamericanos como
una alternativa a un sindicalismo que consideraban lesivos para sus intereses,
muy similar a lo que pretenden los
empresarios chilenos con los Grupos Negociadores.
Ha llamado la atención que parlamentarios
como los aludidos y otros que con gran cinismo han celebrado el arbitrario
fallo y que en el pasado apoyaron una de las más sangrientas dictaduras
militares del continente, se proclamen hoy defensores de los derechos de los
trabajadores. Nada dijeron cuando nuestro criollo sátrapa asesinaba a
sindicalistas, suprimía las legítimas organizaciones de los trabajadores
chilenos, encarcelaba y torturaba a sus máximos representantes y aniquilaba las
históricas conquistas sindicales sustituyéndolas por un Plan Laboral adecuado a
la protección de los empresarios y del gran capital. ¿Por qué no sacaron
entonces su voz de pregoneros de los derechos de los trabajadores y de
defensores de la libertad? ¿Habrán
defendido esos derechos los senadores
Larraín y Allamand cuando se encarcelaba y torturaba a Manuel Bustos a María Rozas a Arturo
Martínez o cuando asesinaron a Nicolás López, a Juan Gianelli,
a Tucapel Jiménez o a los dirigentes de
la antigua CUT o cuando se reprimía al Comando Nacional de Trabajadores, a la
Coordinadora Nacional Sindical, a los Trabajadores del Cobre? Por cierto que
nada dijeron y nada dirían si esos terribles hechos volvieran a ocurrir, porque
ellos defienden sus intereses que son los de los grandes empresarios, de los
que se coluden, de los que explotan, de los que se han apropiado del país y de
sus riquezas. Es ese poder económico el que los ha puesto donde están para que
sirvan sus intereses con fidelidad y se opongan a cualquier intento, aunque sea
mínimo, que persiga avanzar en equidad y justicia social.
Por esto es que en este 1° de mayo los
trabajadores chilenos no tendrán mucho que celebrar, pero tal vez sí mucho que
lamentar; entre otras cosas, el no haber
sido más combativos, el no haber tenido más independencia de los partidos
políticos y el no haber propiciado desde
un comienzo, desde muy temprano, una amplia estrategia de movilización y de
comunicación por cambios sustantivos que
incluyesen amén de lo laboral, una verdadera reforma constitucional a través de
un democrático proceso constituyente.
Aún estamos a tiempo.
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Este artículo fue publicado el día 1
de mayo de 2016 en el análisis semanal núm. 672 de la Revista electrónica
Primera Piedra.
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