La primera experiencia con la muerte de alguien cercano fue cuando tenía 5 años. Alicia, una vecina y compañera de juegos infantiles del barrio San Francisco, se dejó de ver durante meses hasta que un día , curioso por el bullicio inhabitual del vecindario, me asomé a la ventana de la calle y me sorprendió ver una carroza blanca y sus dos caballos con penachos de igual color que, impacientes, eran sostenidos por un auriga solemnemente vestido de un negro riguroso que contrastaba con el albo ambiente funerario y con el ataúd en el que reposaban los restos de Alicia, el cual era introducido en la parte posterior de la carroza por cuatro personas protegidas por pañuelos para evitar seguramente ser contaminados por la tuberculosis que devoró a mi vecina.
Paulatinamente y a pesar de lo
terrible, de lo dramático, del misterio y del temor que conlleva, hay una
suerte de acostumbramiento con la muerte. La partida de ancianos familiares, de
amigos prematuramente fallecidos contribuyen a este acostumbramiento que nos
hará con el tiempo entender que se trata de un ciclo normal inserto en la
existencia misma, sin poder por ello quitarnos el dolor y la nostalgia por
aquellos que se van.
El fin de la niñez y bien pasada
la adolescencia la compartimos en
nuestro humilde barrio de la Juan Antonio Ríos 2 con un numeroso grupo de muchachas
y muchachos que entre parrandas, bailes, deportes y estudios se fue
consolidando una amistad que aún perdura entre los nueve amigos que quedamos;
el resto no sobrevivió a las enfermedades, a los accidentes, a la vejez o a las
atrocidades, asesinatos, torturas y secuelas de la sangrienta dictadura cívico
militar como el querido Eduardo Charme Barros. Dictadura que asesinó igualmente
a compañeros de trabajo del ámbito universitario y sindical como Ricardo García
Posadas, David Silverman, Aroldo Cabrera y Víctor Zerega cuyos recuerdos restan
intacto en nuestra memoria.
Mi paso por el militantismo
sindical como miembro de su comisión técnica y como dirigente nacional de la
CUT, que constituyó un gran honor y orgullo en mi existencia, me dejó
igualmente un gusto amargo pues de los casi 60 dirigentes nacionales electos
por sufragio universal directo en 1972, solo quedamos muy pocos. De la lista de
dieciséis dirigentes titulares del PS, por ejemplo, solo quedamos cuatro. Igual
tragedia ha ocurrido con lo que fue la dirección de la seccional Francia
durante el exilio de la que nos hemos librado solo dos personas.
Han partido igualmente amigos muy
queridos, no todos socialistas, con los que compartimos militancia política,
exilio, cárcel, reconstrucción democrática y sobre todo mucha fraternidad:
Máximo Lira, Armando Arancibia, Carlos Altamirano, su esposa Paulina Viollier,
Manuel Bustos, María Rozas, Jorge Berazaluce, María Ester Ferez y nuestros
inolvidables Manuel Valenzuela y Jorge Guralnik.
Con Manuel, abogado penalista de
prestigio, ex presidente del Banco de Chile, compartimos exilio, secuestro y
torturas en Argentina en el marco de la Operación Cóndor, junto a mi esposa
Agustina, a Eduardo Trabucco y a María Olivia. Gracias a la fuerte protesta
internacional promovida por Carlos Altamirano, Jorge Arrate, por el gato
Valenzuela y sobre todo debido a la valerosa intervención del también abogado
Jorge Guralnik, nos perdonaron la vida, nos hicieron aparecer para ser encarcelados y posteriormente expulsados del
país hacia la maravillosa tierra de asilo francesa. Manuel tuvo valor en la
tortura y en su penosa enfermedad que nos lo arrebató hace dos años, pocos
meses después del terrible infarto que fulminó a Jorge.
Hoy me entero que un antiguo
militante socialista y compañero de luchas nos acaba de dejar. Se trata de
Alfonso Guerra Muñoz, el chico Guerra. Hombre de esfuerzo como buen pampino, de
disciplina, infatigable militante de las causas justas, de los oprimidos, formador
sindical, solidario, fraterno, maestro de generaciones que nunca se dejó
seducir por el poder. Sufrió cárcel, torturas y exilio. Vivió austeramente, nunca pidió prebendas ni
carguitos. Vivió de su trabajo y jamás renunció a sus principios socialistas ni
a sus ideales de justicia social. Fue leal a su partido socialista, aunque también
un crítico implacable cuando era necesario.
Todos los amigos que han partido
decoran el firmamento y espero que nos iluminen a los que aún creemos en un
mundo mejor.
Paris, 7 de Julio 2025.
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