jueves, 17 de octubre de 2019

La muerte de un hombre bueno



Hoy, 19 de Mayo de 2019,  falleció  Carlos Altamirano Orrego, figura mayor del socialismo chileno y de la historia política nacional. 
Sus casi 97 años no le impidieron estar  muy bien informado de la actualidad del país y de lo que pasaba en el mundo, ni disfrutar de cotidianas  conversaciones con sus amigos o de sus largos paseos por la pre cordillera. Tampoco le impidieron observar el cinismo de la derecha  y el acomodo al modelo neoliberal de la izquierda chilena y  del Partido Socialista del cual fue Secretario General en los momentos más convulsionados de nuestra historia.

Curioso personaje Carlos Altamirano. Hombre lúcido, inteligente, culto y gran polemista. Pocas veces perdía la calma y con voz segura, modulada y firme expresaba sus argumentos y sus ideas con tal convicción y cartesianismo que era muy complicado debatirle. No era un personaje frío como muchos han querido retratarlo. Por el contrario, era de una gran calidez  y de una solidaridad espontanea y desinteresada con los que, por algunas vueltas de la vida, pasaban por momentos difíciles. Recuerdo que en una ocasión me solicitó acompañarlo a un modesto y sórdido edificio en la periferia de Paris para visitar a un viejo socialista que se encontraba enfermo y sin recursos y entregarle de manera discreta a su esposa, una ayuda económica, además de algunos contactos con políticos del gobierno de Mitterrand que en poco tiempo le solucionaron sus necesidades más urgentes. Al retornar a Paris, me hizo el siguiente comentario: -“Este es, pues, el exilio dorado de lo que tanto habla El Mercurio”.

Fue  Implacable con sus enemigos con quienes se enfrentó con gran valentía en los complejos años de la experiencia popular dirigida por el Presidente Allende de quien fue amigo muy cercano y de su familia, más allá de la maledicencia de sus enemigos políticos que han afirmado lo contrario. 
En el Chile de fines de los 60 y del primer trieno de los 70, lo traté muy poco. Mis contactos se resumían en saludos corteses en reuniones partidarias en que se trataban los temas laborales y que interesaban a la Comisión Política que convocaba regularmente a dirigentes y expertos para informarse adecuadamente. Tal vez el momento en que más intercambiamos fue con motivo del Tanquetazo. Yo me encontraba en la sede del PS en la Calle San Martín junto a Manuel Dinamarca informando a algunos dirigentes entre los que se contaba el propio Altamirano, Víctor Zerega, Adonis Sepúlveda, Julio Benítez, Carmen Silva y un personaje de la COPOL , que llamaremos el innombrable,  de la conflictiva situación que existía entre la CUT y los Cordones Industriales. De repente la reunión fue interrumpida por Guillermo Pedreros que con su cigarrillo entre los labios y con una larga ceniza  a punto de caer, expresa que a pesar de la orden de no interrumpir, estaba en el teléfono Alfredo Joignant esperando a Carlos por algo muy urgente. A los pocos minutos nos enteramos y se produce un alboroto en que todos queríamos decir algo. Carlos convoca de inmediato a la COPOL y es en ese momento  en que el innombrable nos dice a Dinamarca y a mí: “Camaradas, hay que sacar a los obreros a la calle a defender con sus armas al gobierno”. No me recuerdo si fue Manuel o yo quien le dijo “y con qué ropa compañero, los trabajadores están desarmados”. A ello respondió ante la estupefacción de todos y principalmente de Altamirano: “La ropa no importa camarada, con un mameluco basta y  si no tienen armas que salgan con palos”. Luego, los de la Comisión Política partieron a su reunión no sé dónde. Adonis acariciaba la culata de una colt 45 que portaba al cinto y su seguridad instó, a él y Carlos, a salir por una puerta lateral, perpendicular a San Martín, mientras ellos, si fuese necesario, harían una cortina de fuego para facilitarles la salida. Carlos muy serio dijo que él salía por la entrada principal donde había estacionado su pequeño automóvil. Salió de inmediato por esa puerta, desarmado, sin escolta, sin cortina de fuego, solo en compañía de Carmen Silva.  Fue la última vez que lo vi en Chile.
En el Pleno de La Habana de 1975 tuve la oportunidad de intercambiar puntos de vista y de conocerlo mejor. Fue una reunión política complicada. El Pleno reunía a altos dirigentes del PS que se habían exiliado o que habían salido clandestinamente para participar en el evento. Había mucha tensión, mucha frustración, mucha emoción contenida que se acrecentó al conocerse in extenso un documento de la dirección clandestina más conocido como el “documento de marzo” por la fecha de su parición. Obviamente Carlos no estaba de acuerdo con el contenido de ese documento que, de manera muy directa,  culpaba a la dirección política del PS por la derrota sufrida recogiendo en cierto modo las tesis del Partido Comunista. Aún así, más allá del desacuerdo ideológico manifestó explícitamente el reconocimiento a la dirección clandestina. Fui sincero con él. Le manifesté que yo estaba en profundo desacuerdo con el documento, pero que a mi juicio no era el momento de entrar en una polémica ideológica o política sobre su contenido, debido al ambiente existente, a las tensiones que impedían un intercambio racional y al hecho de que era un documento elaborado por un grupo de dirigentes que arriesgaban a cada minuto su vida como se demostró algunos meses después. Por consiguiente le expresé que eludiría el tema, valorando solamente el coraje y la voluntad política de los dirigentes del interior y al mismo tiempo  la conducción y la consecuencia de él mismo como máximo dirigente del exterior. Carlos quedó conforme con mi franqueza. Luego intercambiamos ideas sobre el futuro que en esos momentos se veía negro y muy pesado. Me advirtió en esa oportunidad que saliera de Argentina que según sus informaciones se tornaba cada día más peligrosa por los acuerdos entre los gobiernos dictatoriales o autoritarios del Cono Sur que bajo la dirección de los Estados Unidos tendían a eliminar a todo lo que oliese a izquierdismo o progresismo por muy buenas coberturas que tuviesen. Tuvo razón pues al poco tiempo fuimos secuestrados, torturados, detenidos y finalmente expulsados del país,
Años más tarde cimentamos nuestra amistad en Paris. Éramos vecinos y nos encontrábamos regularmente para charlar en medio de largos paseos o de simpáticas reuniones, junto a nuestras respectivas esposas Paulina y Agustina en su departamento de la Rue de la Montagne Ste Genevieve o en el que nosotros alquilábamos en la rue des feuillantines. De esas reuniones participaban Manuel Valenzuela, Carlos Lazo , Norma Enriquez y María Isabel Camus.  
Durante los paseos que en realidad eran caminatas de más de dos horas, pude apreciar y enriquecerme con su enorme cultura, con su conocimiento político y su intensa capacidad reflexiva; además de asómbrame con su interés casi compulsivo por una variedad de temas que cuarenta años después formarían  parte de la agenda política en la inmensa mayoría de los países y de los foros internacionales. La ecología, los conflictos en el medio oriente, la emergencia de movimientos religiosos intolerantes que pondrían en jaque a las sociedades occidentales, el notorio y progresivo clamor de libertad en los países del este europeo,  la diversidad sexual, el aborto, el declive de los partidos políticos y la apatía ciudadana,  el progreso tecnológico y científico, en fin, muchísimos y diversos temas que despertaban su interés y su reflexión.
Por supuesto la evolución de los acontecimientos en el Chile dictatorial era conversación obligada, al igual que los desafíos que se le presentaban a las fuerzas políticas nacionales para la recuperación de la democracia en un momento en que la represión era feroz y que la dictadura asesinaba y torturaba sin conmiseración a  sus opositores fueran estos de izquierda, de centro, de derecha, curas, estudiantes o simplemente personas que con mucha discreción ejercían alguna crítica.
Su agudeza intelectual y su capacidad reflexiva contribuyeron sin dudas a acelerar la dinámica ideológica  renovadora que junto a Jorge Arrate y otros dirigentes lograron imponer en el Partido Socialista. Igualmente su lucidez  política le motivó a dejar que fueran otras figuras las que llevaran adelante este complejo proceso destinado a recuperar la democracia y a presentar un proyecto de gobernabilidad creíble para Chile, retirándose de la acción política, pero no por ello dejar de opinar y de contribuir al desarrollo de un socialismo democrático.
Asumió con valor su responsabilidad durante los mil días del gobierno de Salvador Allende y sin vacilaciones decidió cargar con la responsabilidad de los errores cometidos durante la experiencia popular. Su divulgada frase resume esa posición: “Mientras yo sea el gran culpable del fracaso de Allende, todos los demás pueden dormir tranquilos”.
Sin embargo, se encargó igualmente con argumentos irrebatibles de denunciar una conspiración que remontaba a los años 60; de desenmascarar a los verdaderos culpables del trágico final del gobierno de salvador Allende y de los asesinatos cometidos contra René Schneider y Carlos Prats, además de otros miembros de las Fuerzas Armadas y de civiles en atentados planificados y ejecutados por la derecha y por la CIA.
En diversas ocasiones se refirió igualmente a la risible imputación de que su discurso del 9 de septiembre en el Estadio Chile fue la causa que  gatilló el Golpe 48 horas más tarde. Mucho se ha especulado sobre ese discurso; sobre todo por parte de quienes que  sin haberlo leído  han tenido un interés particular por descargarse de culpas, de desautorizarlo políticamente y de imputarle la felonía de las Fuerzas Armadas. ¿Qué fue lo terrible de su alocución?
La respuesta es simple. Por una parte, haber hecho pública la serie de atentados terroristas de la derecha contra la democracia y contra el gobierno de Salvador Allende, enumerando cada uno de ellos y, por otra parte, haber leído una carta de los marineros anti golpistas dirigida al Presidente de la República en la que denunciaban los preparativos sediciosos de la marinería y las brutales torturas a las que fueron sometidos  por haberse opuesto a esas tentativas y haber denunciado los hechos.  Como corolario de ello, anuncia con dos días de anticipación el Golpe de Estado, la sedición de la marina y  manifiesta  que el Partido Socialista se opondría a cualquier tentativa golpista y que resistiría a ello en defensa del gobierno legítimo.  Eso es la sustancia de su alocución en la concentración convocada en el Estadio Chile y que desató las iras de las Fuerzas Armadas y de la derecha al ser sorprendidas y denunciadas públicamente por sus acciones golpistas. Hay que agregar que  Altamirano  estuvo desde el comienzo en desacuerdo con la  realización de ese acto, pero que finalmente tuvo que acceder por insistentes presiones de su Comisión Política. 
El pensamiento político de Carlos Altamirano se encuentra en los importantes libros que publicó, en sus sustantivos discursos, en la publicación de Patricia Politzer: “Altamirano”, en el importante libro de Gabriel Salazar:”Conversaciones con Carlos Altamirano: Memorias Críticas” y en su actuación en la vida nacional e internacional. En todo ello se descubre su lucidez intelectual, su capacidad crítica, su cartesianismo desconcertante   y sobretodo su honestidad.
Sus últimos años no estuvieron exentos de amarguras. La pérdida de su segunda  esposa Paulina Viollier, de su primera esposa Silvia Celis, el vivir alejado de dos de sus hijas residentes en el extranjero, por consecuencia del exilio y la partida de muchos de sus amigos a los que sobrevivió. Hubo igualmente la amargura política que perduró hasta el final, al ver cómo el partido Socialista se acomodaba en el poder y con el neo liberalismo imperante.
A pesar de su edad avanzada asistía a actividades culturales, a encuentros con sus antiguas amistades y a los almuerzos de los días miércoles en casa de sus buenos amigos Manuel Valenzuela y Norma Henríquez. A esos almuerzos  asistíamos un pequeño  grupo entre los que se contaban Jorge Arrate, Eduardo Trabucco, Carlos Ominami, Darko Homan  y Patricio García. Las conversaciones giraban generalmente en torno a  dos   temas fundamentales: la actividad cultural y la política nacional e internacional. En ambos, Carlos brillaba, demostrando que a pesar de su edad y de su bastón, mantenía su genio y lucidez intactos.
Murió tranquilo, sin sobresaltos, como mueren los hombres buenos. 


“Y  se alzaron los pañuelos de todos los adioses”


(Frase de Salvador Allende que gustaba mucho a Carlos Altamirano)




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