Hoy, 19 de Mayo de 2019, falleció Carlos Altamirano Orrego, figura mayor del
socialismo chileno y de la historia política nacional.
Sus casi 97 años no le
impidieron estar muy bien informado de
la actualidad del país y de lo que pasaba en el mundo, ni disfrutar de cotidianas conversaciones con sus amigos o de sus largos
paseos por la pre cordillera. Tampoco le
impidieron observar el cinismo de la derecha y el acomodo al modelo neoliberal de la
izquierda chilena y del Partido
Socialista del cual fue Secretario General en los momentos más convulsionados
de nuestra historia.
Curioso personaje Carlos
Altamirano. Hombre lúcido, inteligente, culto y gran polemista. Pocas veces
perdía la calma y con voz segura, modulada y firme expresaba sus argumentos y
sus ideas con tal convicción y cartesianismo que era muy complicado debatirle.
No era un personaje frío como muchos han querido retratarlo. Por el contrario,
era de una gran calidez y de una
solidaridad espontanea y desinteresada con los que, por algunas vueltas de la
vida, pasaban por momentos difíciles. Recuerdo que en una ocasión me solicitó
acompañarlo a un modesto y sórdido edificio en la periferia de Paris para
visitar a un viejo socialista que se encontraba enfermo y sin recursos y
entregarle de manera discreta a su esposa, una ayuda económica, además de
algunos contactos con políticos del gobierno de Mitterrand que en poco tiempo
le solucionaron sus necesidades más urgentes. Al retornar a Paris, me hizo el
siguiente comentario: -“Este es, pues, el exilio dorado de lo que tanto habla El
Mercurio”.
Fue Implacable con sus enemigos con quienes se
enfrentó con gran valentía en los complejos años de la experiencia popular
dirigida por el Presidente Allende de quien fue amigo muy cercano y de su
familia, más allá de la maledicencia de sus enemigos políticos que han afirmado
lo contrario.
En el Chile de fines de los 60 y del primer
trieno de los 70, lo traté muy poco. Mis contactos se resumían en saludos
corteses en reuniones partidarias en que se trataban los temas laborales y que
interesaban a la Comisión Política que convocaba regularmente a dirigentes y
expertos para informarse adecuadamente. Tal vez el momento en que más
intercambiamos fue con motivo del Tanquetazo. Yo me encontraba en la sede del
PS en la Calle San Martín junto a Manuel Dinamarca informando a algunos
dirigentes entre los que se contaba el propio Altamirano, Víctor Zerega, Adonis
Sepúlveda, Julio Benítez, Carmen Silva y un personaje de la COPOL , que
llamaremos el innombrable, de la
conflictiva situación que existía entre la CUT y los Cordones Industriales. De
repente la reunión fue interrumpida por Guillermo Pedreros que con su
cigarrillo entre los labios y con una larga ceniza a punto de caer, expresa que a pesar de la
orden de no interrumpir, estaba en el teléfono Alfredo Joignant esperando a
Carlos por algo muy urgente. A los pocos minutos nos enteramos y se produce un
alboroto en que todos queríamos decir algo. Carlos convoca de inmediato a la
COPOL y es en ese momento en que el innombrable
nos dice a Dinamarca y a mí: “Camaradas, hay que sacar a los obreros a la calle
a defender con sus armas al gobierno”. No me recuerdo si fue Manuel o yo quien
le dijo “y con qué ropa compañero, los trabajadores están desarmados”. A ello
respondió ante la estupefacción de todos y principalmente de Altamirano: “La
ropa no importa camarada, con un mameluco basta y si no tienen armas que salgan con palos”.
Luego, los de la Comisión Política partieron a su reunión no sé dónde. Adonis acariciaba
la culata de una colt 45 que portaba al cinto y su seguridad instó, a él y
Carlos, a salir por una puerta lateral, perpendicular a San Martín, mientras
ellos, si fuese necesario, harían una cortina de fuego para facilitarles la
salida. Carlos muy serio dijo que él salía por la entrada principal donde había
estacionado su pequeño automóvil. Salió de inmediato por esa puerta, desarmado,
sin escolta, sin cortina de fuego, solo en compañía de Carmen Silva. Fue la última vez que lo vi en Chile.
En el Pleno de La Habana de 1975
tuve la oportunidad de intercambiar puntos de vista y de conocerlo mejor. Fue
una reunión política complicada. El Pleno reunía a altos dirigentes del PS que
se habían exiliado o que habían salido clandestinamente para participar en el
evento. Había mucha tensión, mucha frustración, mucha emoción contenida que se
acrecentó al conocerse in extenso un documento de la dirección clandestina más
conocido como el “documento de marzo” por la fecha de su parición. Obviamente
Carlos no estaba de acuerdo con el contenido de ese documento que, de manera
muy directa, culpaba a la dirección
política del PS por la derrota sufrida recogiendo en cierto modo las tesis del
Partido Comunista. Aún así, más allá del desacuerdo ideológico manifestó
explícitamente el reconocimiento a la dirección clandestina. Fui sincero con
él. Le manifesté que yo estaba en profundo desacuerdo con el documento, pero
que a mi juicio no era el momento de entrar en una polémica ideológica o
política sobre su contenido, debido al ambiente existente, a las tensiones que
impedían un intercambio racional y al hecho de que era un documento elaborado
por un grupo de dirigentes que arriesgaban a cada minuto su vida como se
demostró algunos meses después. Por consiguiente le expresé que eludiría el
tema, valorando solamente el coraje y la voluntad política de los dirigentes
del interior y al mismo tiempo la
conducción y la consecuencia de él mismo como máximo dirigente del exterior.
Carlos quedó conforme con mi franqueza. Luego intercambiamos ideas sobre el
futuro que en esos momentos se veía negro y muy pesado. Me advirtió en esa
oportunidad que saliera de Argentina que según sus informaciones se tornaba
cada día más peligrosa por los acuerdos entre los gobiernos dictatoriales o
autoritarios del Cono Sur que bajo la dirección de los Estados Unidos tendían a
eliminar a todo lo que oliese a izquierdismo o progresismo por muy buenas
coberturas que tuviesen. Tuvo razón pues al poco tiempo fuimos secuestrados,
torturados, detenidos y finalmente expulsados del país,
Años más tarde cimentamos nuestra
amistad en Paris. Éramos vecinos y nos encontrábamos regularmente para charlar
en medio de largos paseos o de simpáticas reuniones, junto a nuestras
respectivas esposas Paulina y Agustina en su departamento de la Rue de la
Montagne Ste Genevieve o en el que nosotros alquilábamos en la rue des
feuillantines. De esas reuniones participaban Manuel Valenzuela, Carlos Lazo ,
Norma Enriquez y María Isabel Camus.
Durante los paseos que en
realidad eran caminatas de más de dos horas, pude apreciar y enriquecerme con
su enorme cultura, con su conocimiento político y su intensa capacidad
reflexiva; además de asómbrame con su interés casi compulsivo por una variedad
de temas que cuarenta años después formarían parte de la agenda política en la inmensa
mayoría de los países y de los foros internacionales. La ecología, los
conflictos en el medio oriente, la emergencia de movimientos religiosos
intolerantes que pondrían en jaque a las sociedades occidentales, el notorio y
progresivo clamor de libertad en los países del este europeo, la diversidad sexual, el aborto, el declive de
los partidos políticos y la apatía ciudadana, el progreso tecnológico y científico, en fin,
muchísimos y diversos temas que despertaban su interés y su reflexión.
Por supuesto la evolución de los
acontecimientos en el Chile dictatorial era conversación obligada, al igual que
los desafíos que se le presentaban a las fuerzas políticas nacionales para la
recuperación de la democracia en un momento en que la represión era feroz y que
la dictadura asesinaba y torturaba sin conmiseración a sus opositores fueran estos de izquierda, de
centro, de derecha, curas, estudiantes o simplemente personas que con mucha discreción
ejercían alguna crítica.
Su agudeza intelectual y su
capacidad reflexiva contribuyeron sin dudas a acelerar la dinámica
ideológica renovadora que junto a Jorge
Arrate y otros dirigentes lograron imponer en el Partido Socialista. Igualmente
su lucidez política le motivó a dejar que
fueran otras figuras las que llevaran adelante este complejo proceso destinado
a recuperar la democracia y a presentar un proyecto de gobernabilidad creíble
para Chile, retirándose de la acción política, pero no por ello dejar de opinar
y de contribuir al desarrollo de un socialismo democrático.
Asumió con valor su
responsabilidad durante los mil días del gobierno de Salvador Allende y sin
vacilaciones decidió cargar con la responsabilidad de los errores cometidos
durante la experiencia popular. Su divulgada frase resume esa posición:
“Mientras yo sea el gran culpable del fracaso de Allende, todos los demás
pueden dormir tranquilos”.
Sin embargo, se encargó
igualmente con argumentos irrebatibles de denunciar una conspiración que
remontaba a los años 60; de desenmascarar a los verdaderos culpables del
trágico final del gobierno de salvador Allende y de los asesinatos cometidos
contra René Schneider y Carlos Prats, además de otros miembros de las Fuerzas
Armadas y de civiles en atentados planificados y ejecutados por la derecha y
por la CIA.
En diversas ocasiones se refirió
igualmente a la risible imputación de que su discurso del 9 de septiembre en el
Estadio Chile fue la causa que gatilló
el Golpe 48 horas más tarde. Mucho se ha especulado sobre ese discurso; sobre
todo por parte de quienes que sin
haberlo leído han tenido un interés
particular por descargarse de culpas, de desautorizarlo políticamente y de
imputarle la felonía de las Fuerzas Armadas. ¿Qué fue lo terrible de su
alocución?
La
respuesta es simple. Por una parte, haber hecho pública la serie de atentados
terroristas de la derecha contra la democracia y contra el gobierno de Salvador
Allende, enumerando cada uno de ellos y, por otra parte, haber leído una carta
de los marineros anti golpistas dirigida al Presidente de la República en la
que denunciaban los preparativos sediciosos de la marinería y las brutales
torturas a las que fueron sometidos por
haberse opuesto a esas tentativas y haber denunciado los hechos. Como corolario de ello, anuncia con dos días
de anticipación el Golpe de Estado, la sedición de la marina y manifiesta
que el Partido Socialista se opondría a cualquier tentativa golpista y
que resistiría a ello en defensa del gobierno legítimo. Eso es la sustancia de su alocución en la
concentración convocada en el Estadio Chile y que desató las iras de las
Fuerzas Armadas y de la derecha al ser sorprendidas y denunciadas públicamente
por sus acciones golpistas. Hay que agregar que Altamirano estuvo desde el comienzo en desacuerdo con la realización de ese acto, pero que finalmente
tuvo que acceder por insistentes presiones de su Comisión Política.
El pensamiento político de Carlos
Altamirano se encuentra en los importantes libros que publicó, en sus
sustantivos discursos, en la publicación de Patricia Politzer: “Altamirano”, en
el importante libro de Gabriel Salazar:”Conversaciones con Carlos Altamirano:
Memorias Críticas” y en su actuación en la vida nacional e internacional. En
todo ello se descubre su lucidez intelectual, su capacidad crítica, su
cartesianismo desconcertante y
sobretodo su honestidad.
Sus últimos años no estuvieron
exentos de amarguras. La pérdida de su segunda
esposa Paulina Viollier, de su primera esposa Silvia Celis, el vivir
alejado de dos de sus hijas residentes en el extranjero, por consecuencia del
exilio y la partida de muchos de sus amigos a los que sobrevivió. Hubo
igualmente la amargura política que perduró hasta el final, al ver cómo el
partido Socialista se acomodaba en el poder y con el neo liberalismo imperante.
A pesar de su edad avanzada
asistía a actividades culturales, a encuentros con sus antiguas amistades y a
los almuerzos de los días miércoles en casa de sus buenos amigos Manuel
Valenzuela y Norma Henríquez. A esos almuerzos
asistíamos un pequeño grupo entre
los que se contaban Jorge Arrate, Eduardo Trabucco, Carlos Ominami, Darko Homan
y Patricio García. Las conversaciones
giraban generalmente en torno a dos temas
fundamentales: la actividad cultural y la política nacional e internacional. En
ambos, Carlos brillaba, demostrando que a pesar de su edad y de su bastón,
mantenía su genio y lucidez intactos.
Murió tranquilo, sin sobresaltos, como mueren los hombres
buenos.
“Y se alzaron los pañuelos de todos los adioses”
(Frase de
Salvador Allende que gustaba mucho a Carlos Altamirano)
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