sábado, 22 de junio de 2019

Y EL MUNDO CONTINÚA LOCO (Tercera parte y final)


                                                                                                                                       


                                                                                                                                    
El  paseandero fantasma del que ya hemos hablado, aunque tímidamente y con un rostro casi humano, ya había recorrido América Latina durante  el siglo XX  dejando huellas muy profundas en algunos de los países visitados y una tentadora voluntad de imitación en otros.
Me refiero fundamentalmente a  la emergencia de las ideas populistas expresadas por algunos carismáticos dirigentes políticos entre los que se destaca el peruano Víctor Raúl Haya de la Torres fundador de la Alianza Popular Revolucionaria Americana, APRA, en 1924, y a las experiencias populistas gubernamentales que tuvieron lugar con posterioridad a la segunda guerra mundial en Argentina,  en Bolivia, en  Brasil, en Costa Rica, en Ecuador, en México o en Venezuela impulsadas por Juan Domingo Perón, por Víctor Paz Estensoro, por Getulio Vargas, por José Figueres ,por Velazco Ibarra, por Lázaro Cárdenas,  por Rómulo Betancourt  respectivamente y en menor medida por Carlos Ibáñez del Campo en Chile.
Esas ideas populistas priorizaban la libertad, el ejercicio democrático a través de un liderazgo fuerte muy  vinculado con las masas desposeídas aglutinadas en sindicatos poderosos o en otros movimientos, con un lenguaje nacionalista, antiimperialista y una propuesta de desarrollo económico, industrial y agrario inclusivo, no dependiente, junto a un Estado democrático, protector, solidario  y redistributivo.
Muchos de los movimientos o partidos políticos que se fundaron en torno a esas ideas, aunque con importantes variaciones y altibajos, algunos bastantes golpeados por la corrupción  y desfigurados por la acción de las feroces dictaduras militares que asolaron al continente, dejaron como herencia ideas que  mantienen cierta actualidad en el escenario político latinoamericano o partidos políticos como el APRA en Perú , el Partido Justicialista o Peronista en Argentina, el Partido Revolucionario Institucional en México, o el Partido Liberación Nacional en Costa Rica.
Obviamente ese populismo perteneció a un momento histórico  con un contexto socio político específico en que se buscaba por sobretodo la participación popular como una forma de perfeccionamiento democrático apoyando un liderazgo carismático prometedor de bienestar general.
El fantasma tratando de vestirse con traje de neopopulismo, a partir de los años 90 ,trajo  aparejado otros flagelos, que aunque igualmente antiguos, aparecen extremadamente amplificados: Corrupción en la política y voluntad de perpetuarse en el poder.
La corrupción en la política, cuya mácula se ha extendido a todo el continente y de formas diversas, incluido el narcotráfico, ha  estado y está  mancillando a gobiernos y partidos entre los que se destacan México, Colombia, Brasil, Argentina, Guatemala, Nicaragua, Paraguay, Venezuela y hasta el  beato Chile, solo por nombrar los más conspicuos.  
Desde 1990 alrededor de 40 presidentes, ex presidentes y vice presidentes de diferentes repúblicas han estado involucrados ante la justicia por casos de corrupción y la mayoría de ellos han sido condenados, apresados o amnistiados. Esto, como diría Borges, sin contar parlamentarios, dirigentes de partidos o, ex dictadores militares o miembros de las fuerzas armadas o de la policía.
La voluntad de perpetuarse en el poder es igualmente un fenómeno antiguo en nuestro continente. De las dictaduras ilustradas y satrapías que se conocieron a inicios y  mediados del siglo XX y que grandes novelistas como García Márquez, Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier o Mario Vargas Llosa inmortalizaron, pasamos a partir de finales de los años 80 a gobiernos de emanación democrática legítima que, algunos de ellos, encandilados y sedientos de poder iniciaron, con argumentos diversos y apelando siempre al pueblo, maniobras jurídicas para cambiar las Constituciones y  asentarse por tiempos indefinidos como gobernantes  rompiendo abruptamente las reglas democráticas y derivando a estados intolerantes e ingobernables.
En los últimos 40 años muchos gobiernos que podríamos catalogar de populistas a unos y a otros de revolucionarios,  han intentado  con resultados diversos de estirar al máximo sus mandatos. Ello ha ocurrido en Perú con Fujimori, en Colombia con Álvaro Uribe, en Cuba con los hermanos Castro, en Bolivia  con Evo Morales, en Ecuador con Rafael  Correa, en Nicaragua con Daniel Ortega o en Venezuela con Hugo Chávez y Nicolás Maduro, este último creando además  Asambleas Nacionales  Constituyentes para lograr sus fines políticos cuando las elecciones le son adversas. Incluso en Costa Rica, ejemplo de democracia y que nada tiene de populista, el intachable Oscar Arias interpuso ante la Sala Constitucional de su país un recurso de inconstitucionalidad contra la Ley 4349 para obtener un segundo mandato y lo logró. En otros casos las ansias de continuar en el poder se materializan a través de los vínculos familiares como lo han mostrado algunos ejemplos emblemáticos de este continente.
Más allá de la diversidad política de esos gobiernos y de sus descargos para justificar sus autoritarismos y maniobras anti democráticas,  es innegable que  sus desmesurados apetitos han contribuido enormemente a la pérdida de legitimidad y al desprestigio de la política.
Hoy en día el fantasma camaleón está nuevamente mutando y se nos aparece cubierto por una túnica cuya marca es la del ultra derechismo y lo fundamental de su mensaje destinado a obtener el apoyo popular, es la mentira, el miedo, el temor y la denuncia de culpabilidad de todos los males que aquejan al país a una élite política corrupta e incapaz de gobernar y de cumplir sus promesas electorales.
Este discurso ha sido esgrimido y adoptado últimamente por la derecha y la derecha extrema latinoamericana logrando no solo la desafección ciudadana hacia la política y el abstencionismo, sino además  en algunos casos, desplazar a gobiernos progresistas con el apoyo ciudadano y en otros, a  configurarse como importantes movimientos políticos.
Tal vez lo más ilustrativo de esta situación se ha dado últimamente  en Argentina y en Brasil países en que  la acción política se está judicializando con acusaciones justificadas o no de corrupción, cohecho,  malversación y otras, además de la inmisión de los operadores de justicia en algunos casos emblemáticos con fines político- personales.
Argentina luego de la dictadura cruel que la azotó y de haber experimentado, ya en democracia, el populismo neo liberal del peronista Carlos Saúl Menen , durante la gestión  de Fernando de la Rúa, conoció una de las más violentas crisis económicas de la historia de Latinoamérica que terminó con la caída de tres presidentes  y que permitió, luego de la normalización que llevó a cabo el Presidente Duhalde, la llegada al gobierno de Néstor Kirchner y a su muerte, la de su esposa, totalizando entre ambos 15 años de gobierno que lograron en parte la recuperación económica del país, sobre todo durante el mandato de Néstor Kirchner.
Las reformas sociales impulsadas por el gobierno progresista de  Cristina Fernández le concitaron un fuerte apoyo popular, pero debido a la nueva crisis económica, a la lucha por el poder al interior del peronismo y a la corrupción, ese apoyo fue insuficiente para impedir la llegada del neoliberal y derechista Mauricio Macri.
Las políticas económicas de Macri son las mismas que emanan del recetario del consenso de Washington y de los inútiles consejos del Fondo Monetario Internacional.  El resultado ha sido un mayor endeudamiento, una profunda crisis económico- social, una inflación disparada al igual que el precio del dólar, lo que tiene a la Argentina nuevamente al borde del colapso.
Han sido inútiles los llamados al miedo y al odio empleado por Macri, así cómo las acusaciones de corrupción contra Cristina Fernández y la inmisión del ejecutivo en otros poderes del Estado, como el judicial, para perjudicar a la ex presidenta o el apoyo político que el presidente Bolsonaro de Brasil ha tratado de prestar a su homólogo argentino. Todo parece indicar una vuelta del peronismo al país trasandino.
Brasil desde los inicios del 2000 y particularmente desde 2003 con la accesión de Luis Ignacio Lula Da Silva a la presidencia, ha conocido períodos de bienestar y de desgracia.
El bienestar se vivió con los 8 años en que Lula ejerció la Presidencia desde el 1 de enero de 2003 al 31 de diciembre del 2010. Su mandato trajo prosperidad  y un enorme desarrollo económico para al país. Sus medidas sociales, entre las que se destacan Hambre Cero y Bolsa Familia, permitieron salir de la pobreza a 30 millones de brasileños. Ello le valió a Lula el reconocimiento nacional y una enorme popularidad de más de un 80% de aprobación al término de su segundo período presidencial.
Las complicaciones y las desgracias comenzaron durante el mandato de su sucesora Dilma Rousseff quien debió afrontar los efectos de la crisis económica mundial y  de las investigaciones por corrupción hacia la empresa estatal Petrobras. Rousseff no pudo terminar su segundo período debido  a esas investigaciones judiciales cuyos resultados hicieron derrumbarse a la institucionalidad brasileña y al poder político. El Senado brasileño la declaró culpable de maquillar cuentas fiscales y de firmar decretos de orden económico sin el respaldo del Congreso, destituyéndola a fines de agosto de 2016. Con anterioridad, la mayoría de su gabinete debió renunciar por las implicaciones con Petrobras.  
Su ex vicepresidente y sucesor,  Michel Temer, líder de la conspiración político-judicial contra la presidenta,  asume a partir del 31 de agosto de 2016 hasta el 31 de diciembre de 2018, siendo también  salpicado  por los escándalos de la red de corrupción Lava Jato, al igual que sus ministros. Acusado de sobornos y lavado de dinero fue detenido y juzgado en marzo de 2019.
Hay que recordar que el caso Petrobras  se inicia en la ciudad de Curitiba en 2013, con  investigaciones ligadas al blanqueo de divisas a través de unas casas de cambio  y luego a los mecanismos que se utilizaban para blanquear capitales como los lavaderos de automóviles; de allí el nombre de Lava Jato. En 2014  se establecen las conexiones con Petrobras y las de ésta con diferentes empresas de construcción entre las que se destaca Odebrecht y  OAS, junto a las ramificaciones nacionales e internacionales de sobornos y latrocinios a funcionarios, empresas y partidos políticos brasileños y latinoamericanos por más de 2.500 millones de dólares.
Las investigaciones fueron conducidas por el juez federal Sergio Moro, en estos momentos Ministro de Justicia y de Seguridad Pública del  presidente de Brasil.
Moro con sus investigaciones conmocionó a la ciudadanía procesando y encarcelando a centenares de dirigentes políticos. Entre ellos al más conspicuo: Lula Da Silva, actualmente en prisión desde abril de 2018, acusado de corrupción pasiva por haber beneficiado a la constructora OAS y haber recibido a cambio un departamento de tres pisos en la localidad de Guarujá, puerto turístico a 90 kilómetros de Sao Paulo. Acusación muy contestada jurídicamente al no existir elementos probatorios concretos y sospechas hacia Moro de haber orientado e influenciado  la investigación con fines políticos y personales en colusión con los fiscales.
Las recientes revelaciones del sitio Web “The Interceptor” muestran la fuerte politización de la justicia al evidenciar las manipulaciones de Moro y la colusión  entre jueces y fiscales para condenar a Lula, cuya condena le impidió  presentarse a la elección presidencial para suceder a Temer y ante ello, apareció la figura de Jair Bolsonaro que finalmente gana la elección presidencial.
El mandato de Bolsonaro se ha caracterizado hasta el momento por su autoritarismo, sus posiciones racistas e intolerantes, su admiración por Trump y por dictadores represivos, además de  su voluntad de aplicar profundas medidas económicas neo liberales dejando de lado los significativos aportes sociales de los gobiernos de Lula y Rousseff. Ello le está trayendo un rechazo importante de aquellos que lo eligieron y profundizará en el corto plazo las fisuras existentes en la sociedad brasileña.
Visto lo anterior vale preguntarse ¿qué está pasando en nuestro continente y en el mundo en general? ¿Cuándo comenzó esta debacle? ¿Porqué los partidos políticos  progresistas tradicionales han perdido influencia en muchos países o han desaparecido o han sido reducidos a su más mínima expresión, ocupando su lugar movimientos de extrema derecha que han asumido la conducción de esos gobiernos? ¿Qué hacer para salir del pantano?
Preguntas fáciles y respuestas complicadas que nadie por el momento está en condiciones de entregarlas de manera objetiva y menos de entregar las recetas para superar las crisis políticas actuales.
Solamente para finalizar haré algunas consideraciones generales con ciertas pistas que tal vez aporten a la búsqueda de soluciones.
En primer lugar muchas de las dificultades señaladas aparecen fuertemente a finales de los años ochenta e inicios de los años 90 como resultado de dos situaciones.
La primera y de la cual ya hemos hablado son las secuelas y herencias dejadas por las dictaduras militares y gobiernos corruptos que contribuyeron a crear una mentalidad consumista, individualista, poco solidaria y con valores desposeídos de toda ética.
La segunda se relaciona con las profundas transformaciones que desencadenó la globalización. La apertura de mercados y la riqueza que fue creada por este fenómeno no tenía antecedentes en la historia económica, aunque la repartición de esa riqueza fue extremadamente desigual con millones de personas en la precariedad e inseguridad. Esa situación se acrecentó más aún con la emergencia de lo que podríamos denominar un “derecho de la globalización” de vocación puramente económica y de una evolución infinitamente mayor y más eficaz que la “globalización de los derechos sociales y laborales”.
Lo anterior se acompañaba de un conflicto ideológico relevante  que se refería al significado de un desarrollo planetario orientado solo hacia una sociedad de mercado que se caracterizaba por  un crecimiento de las desigualdades de todo tipo y no orientado hacia la universalización del conjunto de los derechos que permitiese a la vez el desarrollo económico y el social. El conflicto con altos y bajos pareció resolverse por la primera de las orientaciones lo que trajo aumento de las desigualdades, pobreza, conflictos, crisis, dependencia e implantación de gobiernos que fueron derivando paulatinamente al populismo autoritario o que terminaron derrotados por la derecha o por la derecha extrema. Aquellos que se encaminaron por la vía de las reformas para superar la desigualdad terminaron sucumbiendo sea por la corrupción o por sus propias incapacidades político-técnicas,  contribuyendo así a la deslegitimación de la política,  a la apatía ciudadana  al abstencionismo y a la desintegración de los partidos progresistas tradicionales que acomodados en el poder y a veces mancillados por la corrupción, fueron incapaces de transmitir un mensaje a la ciudadanía, faltos de un proyecto motivador.
Costará superar estos complejos momentos. Sin embargo hay algunas pistas que será necesario seguir.
La primera es la necesidad de elaborar un proyecto político social transformador que tienda a modificar los actuales esquemas socio- económicos, rescatando todos los aspectos positivos actuales. Ese proyecto de futuro debe poner énfasis en lo que le faltó a la dinámica globalizadora: lo social. Fundamentalmente la justicia social y la lucha por terminar con la desigualdad existente.
La segunda es la valoración y el respeto de la democracia y el rechazo a todo autoritarismo o dictadura sea ella de derecha o de izquierda, incorporando la batalla contra la corrupción a todos los niveles de la sociedad.
La tercera es el rescate de los valores humanistas  como el respeto a la democracia, a los derechos humanos, a la no discriminación, a la tolerancia, a la solidaridad y a la lucha por la paz universal. De igual manera la preservación del medio ambiente, de los recursos naturales y los aportes de las nuevas tecnologías deben ser abordados e incorporados para la elaboración de un proyecto renovador y de futuro.   
Cuestiones tan elementales que hoy parecen formar parte de un proyecto revolucionario como el derecho a la gratuidad de la educación y de la salud pública para la población, dejando la opción de lo privado para quienes lo deseen, así como salarios y pensiones decentes deberían ser objeto de una incorporación transversal a todo proyecto político.
Finalmente un proyecto de nación se construye con una poderosa fuerza social mayoritaria, con organizaciones sindicales y de la sociedad civil potentes  y con los necesarios consensos nacionales que deben ser construidos a través de la verdad, de la probidad, de la convicción, de la razón y del diálogo.
Tal vez así podremos reconstruir algo de lo perdido.

Junio 2019.






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