No era necesario ser demasiado
avezado para vaticinar con mucha seguridad la contundente derrota política
sufrida por el gobierno de la Presidenta Bachelet y la coalición de
partidos que la apoyaban. En dos
crónicas publicadas en 2017, alertábamos sobre los peligros que se cernían para
el futuro político de la Nueva mayoría y de su candidato presidencial si se
persistía en la abulia, en la improvisación, en la dispersión y en
el alejamiento paulatino de las voces populares.
Alertábamos igualmente sobre la
desfiguración política del Partido Socialista que enormemente distanciado de
sus principios fundacionales y con
algunos de sus dirigentes y ex dirigentes
enlodados por casos de corrupción y narcotráfico prefirió, desconociendo principios
estatutarios, el acomodo oportunista apoyando una candidatura sin destino que a
un candidato de sus propias filas.
La derrota sufrida es sin dudas
contundente, dolorosa y dejará profundas huellas en la centro izquierda. Esto
podría culminar en distanciamientos, divisiones, rencores y sobretodo en una
desafección aún más importante de la ciudadanía hacia la clase política en
general y hacia las fuerzas progresistas en particular.
¿Qué sucedió para que la derecha
chilena que arrastra la ignominia de haberse comprometido con la dictadura de
Pinochet y de haber aprobado con su participación, complicidad o silencio los
crímenes y latrocinios del régimen militar llegara, por segunda vez en
democracia, a gobernar nuestro país con un 54,8% de los votos en la segunda
vuelta de 2017, luego de haber obtenido
el 36,6 de los sufragios en la primera vuelta?
¿Qué sucedió para que Sebastián
Piñera fuera nuevamente elegido presidente, en consecuencia que su primer
gobierno de 2010 a 2014 se caracterizó por la mediocridad y el descontento, a
pesar de algunos mínimos pero interesantes avances como la eliminación del 7%
de la cotización salud para los pensionados, la extensión del post natal a 6
meses o el proyecto de Unión Civil
promulgado más adelante por Bachelet?
¿Qué ocurrió para que las fáciles
cuentas que en un comienzo vaticinaban un triunfo de Alejandro Guillier en
segunda vuelta se revertieran a favor de la derecha? Recordemos que sumados los
votos del conjunto de los candidatos de centro izquierda, incluidos Artes y
Navarro, que se presentaron en primera vuelta sumaron un 55, 4% de los
sufragios.
¿Por qué la ciudadanía no apoyó
la continuidad de una coalición que había, desde el retorno de la democracia,
enfrentado el problema de la desigualdad disminuyendo notoriamente la pobreza
aportando mayor bienestar a cientos de miles de
excluidos y, durante el gobierno
de la Presidenta Bachelet, realizado importantes reformas sociales y
valóricas tratando de avanzar en algunas muy
sustantivas como la Constitucional,
la Educacional y la Tributaria?
No es fácil encontrar respuestas
claras a algunas de estas interrogantes. Sin embargo hay algunos elementos que
nos permiten comprender mejor este duro golpe a las fuerzas progresistas de la
centro izquierda.
En primer término hay que tomar
en consideración que los años de dictadura modificaron notoriamente el comportamiento de la mayoría
de los chilenos al fomentar el individualismo, el exitismo a cualquier precio,
el desapego al Estado, la competitividad, el consumismo frenético y el
respectivo endeudamiento; fenómenos que los gobiernos democráticos post
dictadura ignoraron o alentaron con sus
políticas económicas de continuidad neoliberal, enmarcadas en los principios
del Consenso de Washington.
Aunque la Concertación o la Nueva
Mayoría puedan exhibir como un triunfo incontestable la disminución importante
de la pobreza, de un 40% a un 10%, permitiendo así la incorporación de nuevos contingentes a engrosar las filas
de la denominada clase media y acceder a mejores niveles de bienestar; es
también cierto que no fueron capaces de concretar reformas político sociales
que permitieran una democratización efectiva del país y acceso a una
salud y educación de calidad,
además de salarios y pensiones decentes.
Las reformas que apuntaban a una
mayor equidad y mejoramiento sustantivo en algunas de esas áreas, terminaron o
en un fiasco o con tímidos resultados que no hicieron variar fundamentalmente
las carencias señaladas.
La más importante de las
reformas, la Constitucional, solamente fue abordada al final del gobierno de la Presidenta
Bachelet, cuando su gestión sufría un deterioro mayor, para terminar en una
risible demostración de ineficacia con medidas y propuestas que sucumbieron
frente a la indiferencia de la ciudadanía y la feroz oposición de la derecha.
Sin una seria reforma
constitucional era muy complejo avanzar en los otros dos ejes fundamentales del
programa de Bachelet: la reforma educacional y la tributaria.
La primera, que finalmente fue
aprobada con enormes modificaciones y con algunos avances de importancia como
la gratuidad para la mayoría de los segmentos más pobres del país, no tuvo el
apoyo esperado, pero sí un manifiesto descontento de los principales actores de
la educación y de parte importante de los sectores medios que aspiraban a
continuar con una educación particular subvencionada y de mejor calidad.
La reforma tributaria, si bien
fue una excelente y necesaria iniciativa, se vio frustrada tanto por la
intransigencia derechista como por las continuas modificaciones e
improvisaciones gubernamentales y su mal diseño que, a final de cuentas, hizo
sostener el peso de la misma a los sectores productivos y a las capas
medias. Por ello, la recaudación
proyectada sería totalmente insuficiente para
los fines por las que fue concebida al destinar parte de los mismos a la
reactivación económica afectaba por la misma reforma.
La reforma laboral, aunque no era
la prioridad mayor del gobierno de la Nueva Mayoría, pasó igualmente sin pena
ni gloria y con un no disimulado descontento de las organizaciones sindicales
de base, intermedias y de cúpula que no vieron reflejadas sus aspiraciones
principales como la negociación colectiva por rama de actividad económica o el
reconocimiento, sin ambigüedades, del sindicato como actor esencial de las
relaciones laborales.
Otras aspiraciones ciudadanas
como las que emanaban del poderoso movimiento No más AFP fueron simplemente ignoradas y muy poco se adelantó en
un mejoramiento sustantivo del sistema de salud pública que concierne a un 83%
de la población.
Los avances en materias políticas como la aprobación de un
nuevo sistema electoral que terminó con el sistema binominal imperante dando
paso a una mayor representación ciudadana, el voto de los chilenos en el
exterior o los logros experimentados en su agenda valórica como la
despenalización del aborto en tres causales, la promulgación del Acuerdo de
Unión Civil ( iniciativa de Sebastián Piñera en 2011) y la propuesta de
matrimonio igualitario fueron opacadas por la insuficiencia de las otras
reformas emprendidas, por la participación en actos de corrupción del conjunto de la clase
política, como el caso CAVAL en que aparece involucrada la nuera y el hijo de
la Presidenta o SOQUIMICH con su chorreo de corrupción tanto hacia la derecha
como hacia la izquierda, despertaron la atención, indignación y reprobación de
la opinión pública durante meses.
La fuerte ofensiva de la derecha,
que aunque envuelta en los temas de corrupción con varios de sus personeros
condenados y encarcelados por los efectos de Soquimich y Penta, supo desviar el
debate hacia la falta de rigor en las reformas emprendidas, teniendo al
Tribunal Constitucional como un aliado de importancia y motivando los
sentimientos de miedo ante la emergencia
de una inmigración no controlada, utilizando la vieja técnica de la campaña del
terror poniendo a Venezuela y Cuba como ejemplos satanizadores ante un nuevo
eventual gobierno de la Nueva Mayoría.
Pero, además, la derecha de
nuestro país logró un triunfo importante al
entusiasmar a las capas medias emergentes con sus mensajes de desarrollo
productivo, crecimiento, empleo, consumo y exitismo, desplazando los emblemas
de la centro izquierda como los derechos
humanos y la no impunidad en esas
materias, la profundización de la democracia,
el desarrollo con equidad o el combate a la
desigualdad.
Esas capas medias emergentes que
salieron de la pobreza, que algunos han tildado de “fachos pobres”, endeudadas,
con salarios menores a los 500.000
pesos, enfrentadas a necesidades en materia de educación, salud, pensiones,
vivienda etc., pero con aspiraciones a
una mejor calidad de esos servicios no necesariamente estatales, con escaza
voluntad solidaria, deseosas de mantener su nuevo estatus progresando en él y
no retrocediendo y a las que el progresismo no supo cautivar,
contribuyeron también de manera decisiva
a la derrota de las fuerzas de izquierda y de centro. Según datos
proporcionados por la Fundación Sol en 2018,
el 54,3 % de los salarios chilenos son inferiores a 350.000 pesos y 3 de cada 4 personas ganan menos de 500.000,
por lo cual deben necesariamente endeudarse para cubrir sus necesidades
esenciales. Aún así, un contingente mayoritario de ese segmento prefirió optar
por la propuesta derechista.
Hay también otros factores que es
necesario destacar. La aparición de un nuevo referente de izquierda, las
tensiones al interior de la Nueva Mayoría, la poca credibilidad del candidato y
el abstencionismo.
A la elección presidencial se
presentaron cuatro candidatos de la centro izquierda y dos candidatos de una
izquierda más extrema y anárquica. Como ya lo enunciamos anteriormente el
conjunto de su votación representaba en primera vuelta un 55, 43% de los 6.700.748 de los que sufragaron en esa ronda.
Lo interesante de estas
candidaturas fue la aparición de la
figura de Beatriz Sánchez que representaba a un nuevo referente de
izquierda, el Frente Amplio, coalición surgida de los movimientos estudiantiles
y sociales muy críticos de los partidos de izquierda tradicionales y con
aspiraciones serias de gobernar. El 20,27% de los votos obtenidos y los 20
diputados y 1 senador consolidaron al Frente Amplio como una fuerza política con
muchas proyecciones que no solo puso en
serio riesgo a la candidatura de Alejandro Guillier, pero que además de alguna manera le restó peso y
credibilidad. Los magros porcentajes obtenidos por Carolina Goic desataron aún
más las tensiones al interior de la Democracia Cristiana y de la Nueva
Mayoría. Por su parte en el Partido Socialista aumentaron las tensiones y los descontentos
más allá de los buenos resultados obtenidos en las parlamentarias.
La segunda vuelta de la elección presidencial le dio un
contundente triunfo a Sebastián Piñera con el 54,8% de las preferencias obtenidas de los 7.032,523 votantes. Guillier
solo alcanzó un 45,42 % de los sufragios. Aunque la abstención disminuyó
respecto de la primera vuelta fue igualmente importante al alcanzar un 51% de los inscritos. Más allá de las razones en
orden al respeto a las voluntades individuales y democráticas para imponer el
voto voluntario, habrá que repensar a futuro sobre la pertinencia de mantener
esta situación. Los ciudadanos tienen deberes y uno de ellos es la
participación en la elección de sus representantes, teniendo la opción de votar
blanco o anular la papeleta.
Los anteriores resultados junto con dar un confortable
margen a la candidatura de Piñera muestran que sus votos no fueron solamente de los sectores más
acomodados del país, sino que también de las capas medias y de sectores
populares que expresaron su sentir y descontento con los actos de corrupción,
imperdonables para la gente de izquierda; con las promesas incumplidas; con la
insuficiencia e improvisación de las
reformas y por el temor esos segmentos a caer de nuevo
en sus anteriores niveles de pobreza a la vista de algunas experiencias
internacionales.
Pero igualmente esas cifras dejan ver que hubo un traspaso de los votos de
las fuerzas de la Nueva Mayoría hacia Piñera. Se calcula que un 75% de los
votos de Goic y alrededor de un 33% de los del Frente Amplio y de MEO respectivamente
favorecieron al candidato de la derecha. La Democracia Cristiana desde antes de
la primera vuelta enfrentaba discusiones sobre la pertinencia de continuar en
la Nueva Mayoría y como se recordará se excluyeron de las primarias llevando
candidata propia y contestando liderazgo; aparte de expresar disconformidad
con las alianzas con el alicaído Partido
Comunista y con las simpatías
expresadas hacia Nicolás Maduro y al
régimen cubano. La dispersión de los votos del Frente Amplio, además de los de
MEO solo pueden explicarse como un rechazo hacia la dirigencia tradicional de
los partidos de izquierda y hacia al candidato Guillier por sus vacilaciones,
por sus contradicciones, por su falta de
carisma y por su incapacidad para consolidar a un referente político en franca
atomización.
La tarea a futuro será dura para el centro y para la izquierda pues como
colorario de esta derrota electoral e ideológica se producirá necesariamente
una recomposición en las políticas de alianzas que hará distanciarse a los
antiguos amores durante un tiempo más o menos prolongado.
Sin embargo, no todo está perdido pues el gobierno de
Piñera con sus políticas de libre mercado y de escaso contenido social
favorecerá sin dudas a los segmentos más ricos y acomodados, en desmedro de la mayoría de la población y
fundamentalmente de esas capas emergentes que lo apoyaron, lo que lo desgastará
rápidamente.
En el intertanto los partidos de izquierda y de centro
deberán necesariamente iniciar un proceso de reflexión tendente a la
elaboración de un proyecto político que tenga como objetivo central la
construcción de una sociedad con
justicia social y con una visión de
futuro que pueda incorporar los valores de la libertad, de la solidaridad, de
la igualdad y de la no exclusión que
fueron siempre los símbolos de la izquierda. Además de la búsqueda de
mecanismos para evitar la corrupción en la política
En la elaboración del proyecto político deben
necesariamente incorporarse los temas de
actualidad relevante como son los problemas de una salud pública de calidad, pensiones decentes,
gratuidad de la educación, del medio ambiente, de las nuevas
tecnologías, de la inteligencia artificial, de la robótica y otros, discutiendo como ellos puedan ser
incorporados en las diferentes estructuras educativas y productivas.
Finalmente un proyecto de izquierda debe, por sobretodo,
valorar la democracia, oponiéndose sin vacilaciones a toda forma dictatorial.
La búsqueda de consensos para avanzar en acuerdos que, sin apartarse de los
objetivos esenciales, vayan en beneficio del conjunto de la ciudadanía debería
ser una práctica recurrente.
Tal vez lo anterior no sea un camino fácil, pero es sin
dudas una forma de avanzar hacia una sociedad más justa con apoyo y
participación ciudadana.
Enero 2018.
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