sábado, 15 de junio de 2019

Y EL MUNDO CONTINÚA LOCO. (Parte segunda).


                                        

                                                                                                                               
El fantasma del Manifiesto de Marx y Engels  está bajo formas diferentes  nuevamente recorriendo Europa.  El viejo continente que durante el siglo XX ya conoció los desastrosos  resultados del recorrido del fantasma, en ese entonces,  disfrazado de fascismo o de nacional socialismo, debe enfrentar ahora los embates  de un activo populismo nutrido de ingredientes similares: miedo, intolerancia y egoísmo.
La Unión Europea aquella que sus fundadores, después de la 2ª guerra mundial,  pensaban  que contribuiría de manera eficaz a la paz y a la prosperidad a través de los valores democráticos, de la solidaridad, de la tolerancia y del intercambio entre las naciones, abriendo los mercados, con libre circulación de personas, de bienes, de capitales y sobre todo con justicia social, está derivando hacia una fase de pérdida de razón a la luz de lo que está pasando en algunos de los  países que la integran .
Los resultados de los diferentes procesos electorales nacionales, la adopción plebiscitaria del Brexit o  las recientes elecciones para elegir el Parlamento europeo, son entre otras manifestaciones, una muestra preocupante de los avances del populismo o del soberanismo como se denomina ahora a los movimientos que pretenden alcanzar un mayor bienestar en sus países restándose de participar en tratados o acuerdos internacionales que según ellos les restarían soberanía, pero que en el fondo están teñidos de racismo, xenofobia, nacionalismo y de rechazo a las instituciones republicanas en nombre del pueblo, del soberano.
Francia desde hace algún tiempo se estaba enfrentando al avance de la extrema derecha representada por Jean Marie Le Pen o por su hija Marine. Recordemos que en 2002 para su elección en segunda vuelta, Jacques Chirac benefició de los votos del Frente Republicano que se constituyó para impedir que Jean Marie Le Pen fuese elegido.
Lo mismo  ha ocurrido más recientemente con Emmanuel Macron  en 2017, quien  fue elegido en segunda vuelta con votos de la izquierda y de la derecha republicana para impedir el paso a Marine Le Pen y que al poco tiempo de haber sido ungido Presidente, tuvo que enfrentar uno de los movimientos de protesta más poderosos después de mayo del 68: el de los chalecos amarillos, obligándolo a remodelar su programa de gobierno y recular ante las impopulares medidas adoptadas, fundamentalmente al sobrepeso impositivo.
Más aún, las elecciones para el Parlamento europeo que fueron presentadas como un verdadero plebiscito, le dieron un porcentaje mayor  de votos a la extrema derecha de Le Pen  por sobre la candidata de la República en Marcha de Macron, disminuyendo a su expresión más insignificante a la derecha republicana tradicional, a los socialistas, a los comunistas y a la Francia Insumisa de Jean Luc Melanchon, salvándose de la catástrofe solo el movimiento ecologista.
Italia que ha conocido los vaivenes  de una tumultuosa alternancia en el poder y de períodos de fuerte incertidumbre para formar gobierno, preocupa desde hace algunos años a los defensores de la democracia por sus peligrosas derivas hacia el fanatismo de extrema derecha.
Las recientes elecciones para el Parlamento europeo han confirmado esta deriva al posicionar al gobierno y al Vicepresidente y Ministro del Interior Mateo Salvini, como el ganador incontestable de estas elecciones junto a su partido la Liga del Norte al obtener el 34,33% de la votación que junto a sus socios de coalición el Movimiento 5 Estrellas de Luigi Di Maio, que aunque  relegado a tercer lugar con 17,07%  suman un 51.4% de la votación nacional.
El 22.6% obtenido por el partido democrático pro europeo los posicionó en un segundo lugar bastante distante de Salvini, demostrando así que las tesis anti europeas, anti globalización, anti inmigrantes preconizadas por Salvini  fueron un mensaje más importante que la realidad de los pésimos resultados económicos, el déficit presupuestario y los evidentes signos de recesión económica en una Italia que beneficia enormemente de las subvenciones de la Unión europea.
Nuevamente el miedo y el temor ante el inmigrante preconizados por la extrema derechas han sido en parte determinantes en un país  en que la población extranjera es inferior a otros países de la Unión y que por su pasado histórico y reciente de país de emigración, debería sustentar valores de tolerancia, solidaridad y fraternidad.
Otro resultado preocupante ha sido el de Inglaterra que envuelta desde hace varios meses en la interminable saga del Brexit, confirmó en las recientes elecciones un importante apoyo a los partidarios de una salida dura de la Unión Europea.
Con una baja participación del 37% aunque mayor que en la votación similar anterior, las urnas dieron un contundente apoyo al controvertido Nigel Farage, líder del Brexit y uno de los instigadores del plebiscito de 2016, al obtener un 30,5 % de los votos. Los resultados obtenidos por las otras formaciones políticas como los Liberales Demócratas con 19,6 %, los Laboristas con 13,7 %  o los Conservadores que solo obtuvieron un 8,8%  fueron largamente distanciados por los sustentadores de las tesis aislacionistas que sin pensar en las dificultades políticas  de envergadura que se presentarían con un Brexit duro, como el tema de Irlanda del Norte por ejemplo, prefirieron optar por los irresponsables cantos de sirena de un mundo mejor, con menos inmigrantes y con menos compromisos solidarios ante una Europa cuyos objetivos, según ellos, en nada benefician a los británicos.
¿Podrá Boris Johnson en caso de ser elegido Primer Ministro afrontar las consecuencias de tanta irresponsabilidad  con que, en nombre del Soberano, Farage hizo comulgar a la mayoría de los votantes?  Cualquiera sea el resultado, tiempos difíciles se avecinan en el Imperio.
Polonia, Hungría y e Flandes otorgaron igualmente triunfos para la derecha nacionalista y soberanista que junto a la extrema derecha podrían contar con 173 escaños en un Parlamento de 751 asientos.
Sin  embargo,  los Ecologistas  experimentaron importantes avances en diferentes países y lograron obtener 78 puestos en el Parlamento.
Los malos resultados afectaron de igual forma a la convulsionada y maltratada Grecia, seguidora fiel de todas las consignas impuestas por la Troika, sin por ello haber logrado superar sus complejos problemas financieros, económicos y sociales que durante 10 años han afectado a sus ciudadanos.  Syriza, el Partido del presidente Tsipras, obtuvo un 23,8% de los votos detrás del conservador partido Nueva Democracia que lo avanzó por 10 puntos al alcanzar 33,3%.
Los anuncios de aumentos salariales y  de una serie de medidas sociales fueron insuficientes para contar con el respaldo de una población hastiada de la crisis y descontenta con los acuerdos sobre la Macedonia del Norte. Alexis Tsipras se vio en la obligación, luego de estos resultados, a convocar a elecciones anticipadas para el próximo 30 de junio. 
Aunque los partidos social demócratas avanzaron en algunos países como España, Portugal, Holanda y Malta, junto a los Conservadores son los que  han experimentado mayores retrocesos confirmando la tendencia de un aumento de la derecha extrema, nacionalista y soberanista en detrimento de las formaciones tradicionales que paulatinamente les están cediendo los gobiernos y la influencia política a nivel nacional y regional.
Pero el fantasma del que hablábamos  no solo se ha paseado por los Estados Unidos y Europa, también lo ha hecho por otras latitudes. Entre ellas por América Latina y aunque se trata de realidades bastante diferentes, no por ello deja de ser menos preocupante.
A ello y a sus probables causas nos referiremos en la tercera parte y final de esta crónica.


Junio 2019.





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