El fantasma del Manifiesto de Marx y
Engels está bajo formas diferentes nuevamente recorriendo Europa. El viejo continente que durante el siglo XX
ya conoció los desastrosos resultados
del recorrido del fantasma, en ese entonces,
disfrazado de fascismo o de nacional socialismo, debe enfrentar ahora
los embates de un activo populismo
nutrido de ingredientes similares: miedo, intolerancia y egoísmo.
La Unión Europea aquella que sus
fundadores, después de la 2ª guerra mundial,
pensaban que contribuiría de
manera eficaz a la paz y a la prosperidad a través de los valores democráticos,
de la solidaridad, de la tolerancia y del intercambio entre las naciones,
abriendo los mercados, con libre circulación de personas, de bienes, de
capitales y sobre todo con justicia social, está derivando hacia una fase de
pérdida de razón a la luz de lo que está pasando en algunos de los países que la integran .
Los resultados de los diferentes
procesos electorales nacionales, la adopción plebiscitaria del Brexit o las recientes elecciones para elegir el
Parlamento europeo, son entre otras manifestaciones, una muestra preocupante de
los avances del populismo o del soberanismo como se denomina ahora a los
movimientos que pretenden alcanzar un mayor bienestar en sus países restándose
de participar en tratados o acuerdos internacionales que según ellos les
restarían soberanía, pero que en el fondo están teñidos de racismo, xenofobia,
nacionalismo y de rechazo a las instituciones republicanas en nombre del
pueblo, del soberano.
Francia desde hace algún tiempo se
estaba enfrentando al avance de la extrema derecha representada por Jean Marie
Le Pen o por su hija Marine. Recordemos que en 2002 para su elección en segunda
vuelta, Jacques Chirac benefició de los votos del Frente Republicano que se
constituyó para impedir que Jean Marie Le Pen fuese elegido.
Lo mismo ha ocurrido más recientemente con Emmanuel
Macron en 2017, quien fue elegido en segunda vuelta con votos de la
izquierda y de la derecha republicana para impedir el paso a Marine Le Pen y
que al poco tiempo de haber sido ungido Presidente, tuvo que enfrentar uno de
los movimientos de protesta más poderosos después de mayo del 68: el de los
chalecos amarillos, obligándolo a remodelar su programa de gobierno y recular ante
las impopulares medidas adoptadas, fundamentalmente al sobrepeso impositivo.
Más aún, las elecciones para el
Parlamento europeo que fueron presentadas como un verdadero plebiscito, le
dieron un porcentaje mayor de votos a la
extrema derecha de Le Pen por sobre la
candidata de la República en Marcha
de Macron, disminuyendo a su expresión más insignificante a la derecha
republicana tradicional, a los socialistas, a los comunistas y a la Francia Insumisa de Jean Luc Melanchon,
salvándose de la catástrofe solo el movimiento ecologista.
Italia que ha conocido los
vaivenes de una tumultuosa alternancia
en el poder y de períodos de fuerte incertidumbre para formar gobierno,
preocupa desde hace algunos años a los defensores de la democracia por sus
peligrosas derivas hacia el fanatismo de extrema derecha.
Las recientes elecciones para el
Parlamento europeo han confirmado esta deriva al posicionar al gobierno y al
Vicepresidente y Ministro del Interior Mateo Salvini, como el ganador
incontestable de estas elecciones junto a su partido la Liga del Norte al obtener el 34,33% de la votación que junto a sus
socios de coalición el Movimiento 5
Estrellas de Luigi Di Maio, que aunque
relegado a tercer lugar con 17,07%
suman un 51.4% de la votación nacional.
El 22.6% obtenido por el partido
democrático pro europeo los posicionó en un segundo lugar bastante distante de
Salvini, demostrando así que las tesis anti europeas, anti globalización, anti
inmigrantes preconizadas por Salvini fueron un mensaje más importante
que la realidad de los pésimos resultados económicos, el déficit presupuestario
y los evidentes signos de recesión económica en una Italia que beneficia
enormemente de las subvenciones de la Unión europea.
Nuevamente el miedo y el temor ante
el inmigrante preconizados por la extrema derechas han sido en parte
determinantes en un país en que la
población extranjera es inferior a otros países de la Unión y que por su pasado
histórico y reciente de país de emigración, debería sustentar valores de
tolerancia, solidaridad y fraternidad.
Otro resultado preocupante ha sido el
de Inglaterra que envuelta desde hace varios meses en la interminable saga del
Brexit, confirmó en las recientes elecciones un importante apoyo a los
partidarios de una salida dura de la Unión Europea.
Con una baja participación del 37%
aunque mayor que en la votación similar anterior, las urnas dieron un
contundente apoyo al controvertido Nigel Farage, líder del Brexit y uno de los
instigadores del plebiscito de 2016, al obtener un 30,5 % de los votos. Los
resultados obtenidos por las otras formaciones políticas como los Liberales
Demócratas con 19,6 %, los Laboristas con 13,7 % o los Conservadores que solo obtuvieron un
8,8% fueron largamente distanciados por
los sustentadores de las tesis aislacionistas que sin pensar en las
dificultades políticas de envergadura
que se presentarían con un Brexit duro, como el tema de Irlanda del Norte por
ejemplo, prefirieron optar por los irresponsables cantos de sirena de un mundo
mejor, con menos inmigrantes y con menos compromisos solidarios ante una Europa
cuyos objetivos, según ellos, en nada benefician a los británicos.
¿Podrá Boris Johnson en caso de ser
elegido Primer Ministro afrontar las consecuencias de tanta
irresponsabilidad con que, en nombre del
Soberano, Farage hizo comulgar a la mayoría de los votantes? Cualquiera sea el resultado, tiempos
difíciles se avecinan en el Imperio.
Polonia, Hungría y e Flandes
otorgaron igualmente triunfos para la derecha nacionalista y soberanista que
junto a la extrema derecha podrían contar con 173 escaños en un Parlamento de 751
asientos.
Sin
embargo, los Ecologistas experimentaron importantes avances en
diferentes países y lograron obtener 78 puestos en el Parlamento.
Los malos resultados afectaron de
igual forma a la convulsionada y maltratada Grecia, seguidora fiel de todas las
consignas impuestas por la Troika, sin por ello haber logrado superar sus
complejos problemas financieros, económicos y sociales que durante 10 años han
afectado a sus ciudadanos. Syriza, el Partido del presidente
Tsipras, obtuvo un 23,8% de los votos detrás del conservador partido Nueva
Democracia que lo avanzó por 10 puntos al alcanzar 33,3%.
Los anuncios de aumentos salariales
y de una serie de medidas sociales
fueron insuficientes para contar con el respaldo de una población hastiada de
la crisis y descontenta con los acuerdos sobre la Macedonia del Norte. Alexis
Tsipras se vio en la obligación, luego de estos resultados, a convocar a
elecciones anticipadas para el próximo 30 de junio.
Aunque los partidos social demócratas
avanzaron en algunos países como España, Portugal, Holanda y Malta, junto a los
Conservadores son los que han
experimentado mayores retrocesos confirmando la tendencia de un aumento de la
derecha extrema, nacionalista y soberanista en detrimento de las formaciones
tradicionales que paulatinamente les están cediendo los gobiernos y la
influencia política a nivel nacional y regional.
Pero el fantasma del que
hablábamos no solo se ha paseado por los
Estados Unidos y Europa, también lo ha hecho por otras latitudes. Entre ellas
por América Latina y aunque se trata de realidades bastante diferentes, no por
ello deja de ser menos preocupante.
A ello y a sus probables causas nos
referiremos en la tercera parte y final de esta crónica.
Junio 2019.
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